Excepto Trump, todos aspiran a prolongar la guerra en Ucrania

La estrategia operativa de Putin es tripolar y complementaria de la política favoreciendo el destrozo del tejido social y económico ucranianos. Un polo reside en el incremento de los ataques rusos con drones artillados y misiles contra objetivos por toda Ucrania, pero especialmente en las zonas de Kiev, Odesa, Járkov, Dnipropetrovsk y Zaporiyia. Otro polo se materializa en el norte ucraniano intentando crear entre Járkov y Sumy una zona colchón, supuestamente desmilitarizada, que alejara el peligro de nuevas intentonas ucranianas de perforar por allí el territorio ruso.

Y el tercer polo consiste en introducir en la campaña rusa de primavera, de la que el pleno dominio del Donbás es su finalidad esencial, la profusión de penetraciones y golpes de mano de objetivo limitado por todo el frente. Acciones para fijar las tropas ucranianas por el fuego y el sembrado aéreo de minas, obligando al mando ucraniano, con recursos y reservas muy limitados, a tener que multiplicar los desgastantes movimientos de sus tropas de un sitio a otro y, muchas veces, sin contar con las adecuadas protección y cobertura.

El Saceur (Comandante Supremo Aliado de la OTAN), general norteamericano Cavoli, ha reconocido recientemente que, desde la invasión de Ucrania (2022), las FAS rusas han mostrado una resiliencia extraordinaria. Tanto por su capacidad de reposición rápida de bajas, como de toda clase de equipamiento militar. Pueden calcularse en 1,5 millones los efectivos actuales rusos, de los que alrededor de 600.000 están embebidos en las operaciones en Ucrania. Lo que significa el triple de los que, inicialmente, se dispusieron por el Kremlin para su Operación Militar Especial. Considerando que Rusia ya está funcionando con una economía y producción industrial de guerra, podría afirmarse que posee capacidades suficientes para proseguir indefinidamente las negociaciones de paz mientras hace la guerra. Y en ello está.

Además, la guerra en Ucrania ha servido para incrementar las capacidades operativas rusas, porque no hay mejores maniobras preparatorias que el combate real. Tampoco puede ignorarse que el vigente Concepto Estratégico de la OTAN, aprobado en la Cumbre Atlántica de Madrid, en junio de 2022, establece que «la Federación Rusa es la amenaza más significativa y directa para la seguridad de los aliados». Por tanto, es esperable que, para poder contrarrestar tan formidable amenaza, que está evolucionando al alza, los estados mayores militares europeos y norteamericanos estén afanándose en el análisis y planeamiento correspondientes. Fundamentando así ese gigantesco rearme, con el consiguiente incremento de los gastos de defensa, que los aliados europeos de la OTAN necesitamos. Pero rearmarse demanda su tiempo. De ahí, quizás, según ha desvelado el flamante canciller alemán Merz, el pasado lunes, la decisión de EE.UU., el Reino Unido, Francia y Alemania de levantar las restricciones a Ucrania para emplear armas de largo alcance contra objetivos en profundidad en el territorio ruso.

Arriesgado y confuso panorama que aclarar en la Cumbre Atlántica, a celebrar en La Haya, entre los días 24 y 26 del próximo mes de junio. Bien que, me temo, todo parece indicar que, excepto Trump, todos aspiran a la prolongación indefinida de la guerra en Ucrania.