Aranceles, autobombo y paz
Sin escrúpulo alguno, Donald Trump proclamó ante el Congreso pleno de Estados Unidos que su segundo mandato es, a los 43 días de haber tomado posesión, la mejor presidencia que ha tenido el país, incluida la de su padre fundador, el general George Washington, a la que situó en segundo lugar. En un discurso que, con 99 minutos de duración, ha sido el más largo de la historia, recordó que «la edad dorada de Estados Unidos apenas ha comenzado» y profetizó que «con la ayuda de Dios, durante los próximos cuatro años, vamos a llevar a esta nación a un nivel aún más alto y vamos a forjar la civilización más libre, más avanzada, más dinámica y más dominante que jamás haya existido sobre la faz de la Tierra».
La enorme ambición que expresan las palabras de Trump sólo es comparable al desconcierto y el caos que están sembrando sus políticas. El tono de las expectativas económicas ya cambió la semana pasada y hay instituciones, como la Reserva Federal, que están lanzando alertas sobre una caída de la actividad económica y un repunte de la inflación. La aprobación de aranceles a las importaciones procedentes de Canadá, México y China se trasladará rápidamente a los precios de artículos de primera necesidad, afectando directamente a los ciudadanos. El presidente, además, ha señalado que en abril habrá una segunda tanda de subidas arancelarias que podrían impactar en la Unión Europea. Estas decisiones, lejos de fortalecer la economía estadounidense, podrían desencadenar un caos económico de proporciones significativas.
Las medidas contra México y Canadá son particularmente reveladoras porque estos dos países confiaron en que era seguro cooperar con Trump hace tan solo cuatro años, cuando suscribieron la renovación del tratado comercial T-MEC, que reemplazó al NAFTA. Los nuevos aranceles son la prueba de que el actual presidente ni es un socio fiable ni respeta los tratados que suscribe.
En un gesto que busca reforzar su imagen de gestor eficiente, se vanaglorió de la creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) que lidera Elon Musk y que ha separado del servicio a decenas de miles de empleados federales en las últimas semanas. Estas medidas, algunas de las cuales han sido criticadas por suprimir funciones públicas vitales, han incrementado la incertidumbre económica. También resultó preocupante que proclamara que «vamos a conseguir Groenlandia de una manera u otra» e insistió en recuperar el canal de Panamá, pese a que pocas horas antes de pronunciar su discurso el fondo BlackRock había anunciado que la empresa china CKHutchinson aceptó vender los puertos de Balboa y Cristóbal para evitarse problemas con el Gobierno de Estados Unidos.
Uno de los aspectos donde Trump hubiese querido presumir pero no pudo hacerlo fue el conflicto ucraniano. Le dedicó apenas tres minutos para insinuar la posibilidad de negociar un acuerdo de paz, mencionando la inminente firma de un pacto en torno a los minerales escasos de Ucrania como factor para poner fin al conflicto. Nada dijo sobre la suspensión de la ayuda militar a Kiev y el fin de la cooperación en cuestiones de inteligencia. Sin embargo, la complejidad geopolítica de la región sugiere que alcanzar una paz duradera no será una tarea fácil. Los errores de cálculo que Trump puede estar cometiendo en este asunto y en el de los aranceles, que amenaza con destrozar el orden económico que ha permitido que el mundo prospere, quedaron disimulados por una gruesa capa de propaganda.
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