¿De qué se ríe el secretario de la OTAN?

La negociación de Estados Unidos con Rusia para poner fin a la guerra de Ucrania –la paz es otra cosa– es en realidad el fin de los bloques de la Guerra Fría. La historia universal cierra ese capítulo y abre otro que ha cogido a Europa embebida en el buenismo, embrión de todo ocaso. Porque el buenismo es hijo de la soberbia. Se basa en una supuesta superioridad moral mesiánica con la que se pretende salvar el mundo haciendo el amor mientras el resto del mundo engrasa su fusil. Ese mantra antimilitarista que ha hipnotizado al altivo Occidente se ha caído con el primer viento trumpista. Y países que históricamente proclamaron el pacifismo idealista, como Suecia y Finlandia, se dieron prisa para entrar en la OTAN. Porque descubrieron la distancia que hay entre el deseo de que no haya guerras con la cruda realidad de los misiles a apenas unos kilómetros. Por eso la foto de París es un punto de inflexión. Puede pasar a la historia como el emblema de la resurrección de Europa o como el certificado de defunción. Lo que nos estamos jugando es demasiado importante como para depender de una alineación con jugadores tan incompletos. Los españoles no podemos presumir de una digna representación en ese cónclave, pero al menos en la foto Pedro Sánchez presenta cierta compostura. Lo realmente increíble es que mientras la Unión Europea afronta el cardinal reto de sembrar justicia en las negociaciones de Estados Unidos con Rusia en Arabia Saudí, mientras en Ucrania siguen cayendo proyectiles cada día y muriendo cientos de personas, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, salga desternillándose en la foto oficial. ¿De qué se ríe? Peor aún, ¿de quién? En manos de gente que no sabe ni guardar las formas, Europa será sólo lo que Dios quiera.