Nueva etapa en Alemania ante el fin de la 'coalición semáforo' de Olaf Scholz
El canciller y candidato del Partido Socialdemócrata (SPD), Olaf Scholz, pidió ayer el voto en el que fue su penúltimo gran mitin de campaña para las elecciones del 23 de febrero. No lo tendrá. El respaldo exhibido, esta vez en la ciudad de Leipzig, por la cúpula del partido a su gestión no le servirá para un segundo mandato. La ruptura del tripartito que formó con los Verdes y con los liberales del FDP ha sido una liberación para gran parte del electorado alemán, que pide un cambio. Y es que ninguna coalición perdió tanta popularidad como el Gobierno semáforo -como se llamó popularmente a esa coalición por el color de los partidos que la formaron- desde que hay registros.
Entre su inicio, en diciembre de 2020, y su ruptura, en noviembre del pasado año, el tripartito de Scholz ha perdido 38 puntos porcentuales de aprobación, hasta el 14%, según los datos de tendencia que recoge mensualmente desde 1998 la cadena de televisión pública ARD. La única otra coalición que perdió apoyo al final de su mandato fue la segunda coalición rojo-verde (2002-2005) encabezada por el también socialdemócrata Gerhard Schröder. Cayó 25 puntos y acabó, como esta, con una cuestión de confianza. Por el contrario, el primer gabinete de Angela Merkel, con participación de los liberales (2009-2013), aumentó su popularidad del 33% al 51% y la llamada gran coalición entre conservadores y socialdemócratas, dirigida también por Merkel de 2017 a 2021, acabó con un índice de popularidad del 40%.
Las malas puntuaciones de la coalición de Scholz empezaron pronto. Tras solo dos años, únicamente el 17% de los alemanes estaba satisfecho con su trabajo, mientras que el 82% estaba poco o nada satisfecho. "La coalición semáforo comenzó con elogios prematuros", afirma el politólogo Ulrich von Alemann, de la Universidad Heinrich Heine de Düsseldorf. "Antes de las elecciones de 2021, era la opción preferida de todos los ciudadanos. Se anunciaba como una coalición progresista". Aire fresco tras 16 años de Merkel.
En el acuerdo de coalición, los partidos se fijaron ambiciosos objetivos climáticos, prometieron más justicia social y más inversiones en digitalización, lo que daba la sensación de un nuevo comienzo para el país tras casi dos años de pandemia. Pero todo cambió el 24 de febrero de 2022, cuando Rusia invadió Ucrania. "Las crisis suelen requerir una respuesta rápida y ad hoc, lo que difícilmente es compatible con la configuración a largo plazo del progreso y la transformación social", afirma la politóloga Julia Reuschenbach, de la Universidad Libre de Berlín.
La invasión de Ucrania alteró el enfoque de los alemanes y los planes del Gobierno. Las prioridades pasaron a ser la política exterior y la paz, la política energética, la inflación y el eterno tema de la migración, esta vez por la afluencia masiva de ucranianos a los que se dio preferencia en cuanto a ayudas sociales.
La renuncia obligada por la presión de los aliados al gas barato de Rusia, irreversible por los atentados contra el gasoducto Nord Stream atribuibles a Ucrania, trastocó el modelo económico de la locomotora de Europa, una transformación especialmente dolosa para la industria y los hogares. El ministro de Economía, el verdeRobert Habeck, llegó a dar instrucciones sobre cómo ducharse para ahorrar agua caliente y mantuvo a los trabajadores de su Ministerio sin calefacción para dar ejemplo. El primer punto de discordia entre los socios del Gobierno de coalición fue, de hecho, la Ley de Calefacción, según la cual el uso de calefacción de gasóleo y gas debía eliminarse gradualmente en favor de sistemas más respetuosos con el clima. El proyecto de ley inacabado fue objeto de un feroz debate público por los sobrecargos económicos que implicaba.
Mientras Habeck buscaba, chequera en mano, alternativas al gas ruso, sin importarle el pedigrí democrático por el que se criticaba al dictador del Kremlin, y su partido daba saltos de alegría por las oportunidades que el abandono del gas ruso abría a las energías verdes, Scholz anunció un "cambio de era" en lo que había sido el militarismo de posguerra. Anunció un fondo especial de 100.000 millones de euros para modernizar el ejército, la Bundeswehr, con la promesa añadida de cumplir con los compromisos de la OTAN de destinar el 2% del PIB a defensa.
Para entonces, el titular de Finanzas, el liberal Christian Lindner, garante del freno de la deuda, ya movía la cabeza. El 15 de noviembre de 2023, el Tribunal Constitucional Federal dictaminó que la política presupuestaria del Gobierno era parcialmente inconstitucional. Se abrió un agujero de 17.000 millones. Scholz y Habeck intentaron todo lo que estaba en sus manos, incluida la presión popular, para que Lindner levantara el freno de la deuda o buscara atajos con los que sortear la decisión del tribunal. Lindner se negó y ajustó las dotaciones a todos los ministerios. Se convirtió en el palo en la rueda.
A partir de entonces, la política presupuestaria y fiscal fue distanciando cada vez más a la coalición. Las acusaciones mutuas eran cada vez más frecuentes y públicas. Hasta que ocurrió lo inevitable. Scholz dio a Lindner un ultimátum. O permitía más deuda o se iba a elecciones. La elección fue fácil. La ruptura beneficiaba a ambos. Scholz, mal comunicador, falto de liderazgo y con el SPD en mínimos históricos, necesitaba demostrar autoridad, doblegar al socio y, de paso, revertir los sondeos que situaban a su ministro de Defensa, el también socialdemócrata Boris Pistorius a la cabeza de los políticos más populares. Tenía un rival en casa.
Para Lindner, anulado por la pinza entre socialdemócratas y verdes, ganar el pulso a Scholz y marcar perfil en el Gobierno era una cuestión de vida o muerte. El partido se diluía en los sondeos. Solo necesitaba un argumento para romper la baraja y Scholz se lo puso fácil. Despidió a Lindner, deshizo la coalición y abrió el camino a la celebración de elecciones anticipadas presentándose a una cuestión de confianza para perderla. En el proceso, se aseguró la nominación de la cúpula del partido a su candidatura, pese a la decisión en contra de las filas, que preferían a Pistorius. Scholz y el SPD van terceros en las encuestas (15%), por detrás de los conservadores de la CDU (30%) y de Alternativa para Alemania (AfD) (21%). No tiene opciones.
Los planes del SPD, los Verdes y el FDP eran ambiciosos, pese a que los liberales son a los Verdes lo que el agua al aceite. En un acuerdo de coalición de 178 páginas titulado Atrévete a más progreso, expusieron los proyectos que querían lograr durante cuatro años. Solo un tercio se ha cumplido, según la Oficina de Estadísticas, aunque el balance político de esta legislatura de tres años y tres meses depende del color del cristal por el que se mire. El económico es más ajustado. Alemania está en recesión. El clima empresarial es pésimo.
En empleo y pensiones, ha habido avances. En 2022 se aumentó el salario mínimo a 12 euros por hora, una subida del 15% que ha beneficiado a 5,8 millones de personas.
El balance climático no es malo. Las emisiones estuvieron un 11% por debajo de los niveles de 2021 gracias, en parte, al auge de las renovables. La capacidad total de paneles solares en el país aumentó un 60% respecto a 2021, mientras que la de las turbinas eólicas lo hizo un 12%. Pero faltan beneficios climáticos para ayudar a las personas vulnerables a hacer frente al aumento de los precios del CO2.
Con la Ley de Compensación de la Inflación, Lindner liberó a los contribuyentes de 15.000 millones de euros en 2024. Se aumentaron las deducciones fiscales y se ajustó el tipo del impuesto sobre la renta a la inflación para evitar subidas encubiertas de impuestos; también aumentaron las prestaciones por hijos a cargo. Tras la ruptura de la coalición, el FDP inicialmente no quiso apoyar la Ley de Desarrollo Fiscal, pero, al final, acordó una versión reducida. Se espera que la desgravación ascienda a unos 11.000 millones de euros en 2025 y 2026; la prestación por hijos a cargo aumentará en cinco euros, hasta los 255 euros.
La coalición también logró impulsar su Ley de Oportunidades de Crecimiento, que aliviará a la economía con unos 3.000 millones de euros de financiación para la investigación, opciones de depreciación más generosas y la opción de compensar las pérdidas con los beneficios de forma más eficaz. También se incluyen incentivos fiscales a la construcción de nuevas viviendas. Sin embargo, el éxito y el fracaso están cerca en este caso.
"Viviendas asequibles para todos" fue una medida central de Scholz en la campaña electoral de 2021. Prometió 400.000 viviendas nuevas al año, de las cuales al menos una cuarta parte serían pisos sociales subvencionados con fondos públicos. El SPD también anunció una moratoria de la subida del precio del alquiler de cinco años en las zonas residenciales con problemas, junto con un fuerte freno a esos precios que se aplicaría a largo plazo. Nada se ha cumplido.
La legalización del cánnabis o la reforma del sistema de atención sanitaria se han quedado a medias, no así la Ley de Autodeterminación, que sustituye a la Ley de Transexuales, de 40 años de antigüedad y que había sido declarada parcialmente inconstitucional. Las personas transexuales, intersexuales y no binarias pueden ahora cambiar su nombre o su género en el registro sin tener que presentar un informe psiquiátrico y los jóvenes de 14 años o más no necesitan el consentimiento de sus padres para hacerlo.
Y, para favorecer la integración, desde junio, los inmigrantes pueden solicitar la naturalización tras cinco años de residencia, en vez de ocho. Si los conservadores llegan al Gobierno, esta será, junto con la del cánnabis, una de las primeras leyes a derogar.