

Después de ocho años, mucho sufrimiento y un desastre que le costó en junio la retirada de su líder, nada menos que el presidente en el cargo, Joe Biden, el Partido Demócrata logró por fin dar con la combinación de teclas exacta para ganar claramente un debate electoral a Donald Trump. Una estrategia sólida y ejecutada sobriamente por Kamala Harris, la vicepresidenta, la misma persona que hasta hace apenas unas semanas era denostada no sólo por el ex presidente, que nunca ahora calificativos para despreciarla, sino por los suyos, que la veían débil, sin carisma, incapaz de derrotar al multimillonario que en la última década ha puesto patas arribas el país, la sociedad y la forma de hacer política en todo el planeta.
Tras un fiero intercambio sobre liderazgo, economía, política internacional y cuestiones sociales, Harris sale reforzada, sin haber cometido errores y logrado sacar de quicio a Trump en reiteradas ocasiones, mostrando su lado más irascible, descontrolado y errático. Analistas, creadores de opinión, estrategas políticos y sobre todo el público coincidieron en el diagnóstico. El 63% de los votantes registrados que vieron la ABC el martes por la noche consideró que la vicepresidenta tuvo un mejor desempeño, según una encuesta de CNN, por tan sólo un 37% que vieron ganador al republicano. Antes del debate, los mismos votantes estaban divididos en partes iguales sobre qué candidato se impondría.
Los analistas llevaban semanas haciendo cábalas sobre el choque. No fue una noche épica, no saldrá quizás destacado en los libros, pero dio mucho juego y no le faltó nada de ritmo, sobre todo en su parte central. Y logró sorprender a casi todos. Es pronto para conocer el impacto real del enfrentamiento en las encuestas, sobre todo en los estados más disputados, pero tradicionalmente una victoria clara ha empujado en algunos puntos porcentuales las candidaturas, al menos temporalmente.
El plan de la demócrata no podía ser más sencillo: presentar su faceta más moderada y centrista, apuntar al ego de Trump y esperar a que su ira hiciera lo demás. Y funcionó a la perfección. Ella permaneció serena y sonriente toda la noche, "con fuerza, pero sin estridencias", en palabras pronunciada en la víspera por el senador Chuck Schumer, uno de los pesos pesados del frente progresista. Sin entrar al trapo, sin dejarse enredar, ignorando las pullas personales y el torrente dialéctico que caracteriza a Trump, una fuerza de la naturaleza.
Harris, a diferencia de Hillary Clinton o Joe Biden en 2016 y 2020, no se obsesionó ni por desmontar las falsedades de su rival, ni por exponer su programa o los que considera mayores éxitos de la administración de la que forma parte. Usó cada oportunidad, desde la intervención inicial, para distanciarse y diferenciarse, para retratar al republicano como un amigo de los ricos que abandona a la clase media, pero sobre todo como alguien furibundo, siempre enfadado, "anclado en el pasado" y sin ningún plan para el futuro.
Trump es una fuerza de la naturaleza, incontrolable, imparable, tan hiriente e irrespetuoso como divertido en sus intervenciones, con un talento único ante las cámaras y el público. "El mejor insultador en muchas generaciones", en palabras de uno de sus ex rivales republicanos. Intentar seguirle el ritmo en un suicidio. Entrar a su juego, es una derrota segura. Y Harris lo evitó en todo momento, escogiendo ella los temas en los que hacer daño ("Donald Trump fue despedido por 81 millones de estadounidenses y le está costando aceptarlo") sin ir a remolque. Sacando un lado que Trump desconocía, después de despreciarla, menospreciarla e ignorarla hasta ahora.
Cuando los moderadores le preguntaban a ella por sus inconsistencias, contradicciones o los temas más sensibles, desde la inflación a la política migratoria, Harris simplemente ignoraba la cuestión y activaba el plan: tender el anzuelo. Trump arrancó tranquilo, pero cada vez que su rival pinchaba su frágil vanidad, picaba. Y en vez de ahondar en sus debilidades e inconsistencias, en vez de presionar con lo que sólo mencionó al final, el "por qué no lo ha hecho antes" si está en el Gobierno, se puso a la defensiva y se desdibujó.
Cada respuesta se volvía visceral, forzando a los moderadores a cortar al ex presidente o a corregir sus afirmaciones. Lo consiguió Harris diciendo que las personas que van a los mítines del multimillonario se van antes de que terminen por aburrimiento. Lo volvió a hacer recordando que importantes figuras del Partido Republicano, como el ex vicepresidente Dick Cheney, van a votar por ella. Y metió el dedo en la herida usando a economistas del alma mater de Trump contra sus políticas o asegurando que "los líderes mundiales se ríen de Donald Trump y creen que es una desgracia".
De la calma se pasó a los gritos, los discursos acelerados. Una rabieta detrás de otra defendiendo que sus mítines "son los mejores de la historia" o que "muchos profesores dicen que mi plan económico es extraordinario". Ataques personales contra ella o Biden "ese pobre hombre débil y patético" y mentiras inverosímiles. Hasta en tres ocasiones los moderadores de la ABC se dirigieron a los millones de espectadores para aclarar que "no hay ninguna ley en ningún estado de EEUU que permita matar a recién nacidos", ante la recurrente historia de Trump de que los demócratas permiten "no el aborto, sino la ejecución de bebés nacidos".
Tuvieron que actuar una segunda vez para recalcar que según todas las autoridades, no hay ningún caso detectado de comunidades de ningún tipo que se estén comiendo mascotas después de que el ex presidente reprodujera e incluso amplificara el bulo de que inmigrantes haitianos "se están comiendo a los perros y los gatos de la gente" en Ohio. E incluso una vez más para dejar claro que Trump perdió las elecciones en 2020 y que ninguno de los más de los 60 procesos que se abrieron por instigación republicana en diferentes estados ha llegado a una conclusión diferentes, después de que Trump insistiera en que él gano esas elecciones y que jamás reconocerá su derrota.
Esa actitud de comprobación y corrección irritó profundamente a su campaña, que después de la primera hora de debate empezó a cargar con fuerza contra la cadena acusándoles de parcialidad. El propio Trump aseguró al terminar, en las redes sociales e incluso en personas, cuando bajó de forma inesperada a la sala de prensa, algo sin precedentes, y en demostración de que era necesaria una reacción para contener los daños, que había sido "el mejor debate" de su vida y que eso tenía especial mérito, ya que "han sido tres contra uno", en referencia a los moderadores de la ABC.
El cara a cara dejó, sobre todo, dos visiones completamente opuestas, dos estilos irreconciliables, uno en positivo y otro en negativo. Ella hablando de las oportunidades del porvenir y él denunciando la decadencia de la nación, el hundimiento y la crisis del presente. El mensaje central de Trump es que su presidencia fue la mejor de la historia y la siguiente será mejor, si bien cuando le pidieron más precisión, como por ejemplo en Sanidad, dijo que lo que tiene es "esbozos, conceptos de un plan" y no uno concreto porque eso se hace una vez en el poder.
Se quedó anclado en el pasado, incluyendo los meses posteriores a la derrota de 2020. "Somos una nación fallida, en serio declive. El mundo se ríe de nosotros, no tenemos líder, no nos enteramos de nada", dijo en su intervención, cargando contra "la peor vicepresidente de la historia del país".
El mensaje de Harris, que en ningún momento se pareció a "la izquierdista radical y marxista" caricaturizada por los republicanos fue el de "la esperanza". "No soy Joe Biden y claramente no soy Donald Trump. Propongo un nuevo liderazgo que ensalce el optimismo en vez de estar siempre enfadados", concluyó tras una de las respuestas malhumoradas de su rival. "Hay que pasar página. Tenemos dos visiones del país, una en el futuro y otra en el pasado y que nos quiere arrastrar. Pero no vamos a volver atrás", destacó en su intervención final.