Aunque con diferencia, la fisura más amenazadora para la lealtad de MAGA hacia Trump pasa por el escándalo perfecto para la conspiranoia de Jeffrey Epstein. En esa saga de pedofilia no faltaba detalle repugnante: el drama de las menores abusadas, la implicación de individuos de muy alto perfil y el cuestionado suicidio del multimillonario en 2019. Y Trump ha sabido jugar con todo ello como prueba irrefutable de la existencia de un nefario estado profundo que hace y deshace con total impunidad.
El compromiso implícito y explícito de la reelección de Trump era la limpieza de todas estas cloacas, cayera quien tuviera que caer. De hecho, una de las primeras decisiones de su segundo mandato fue desclasificar los documentos secretos en poder del Gobierno federal sobre los asesinatos de John F. Kennedy, Robert Kennedy y Martin Luther King. Solamente le faltó ordenar la inmediata puesta en libertad del marciano de Roswell supuestamente retenido desde 1947.
Después de avivar durante años estas teorías conspiratorias con más conspiración que teoría –«Nada es verdad y todo es posible»– el presidente dice ahora que no hay nada de nada en el caso Epstein. Por no haber, no habría ni una lista de clientes en la que según Elon Musk aparece el propio Trump. El ocupante de la Casa Blanca dice que hay que pasar página y que todo es un invento de los pérfidos demócratas. Pero sus seguidores siguen obsesionados con una élite arrogante y corrupta por encima de la ley. Lo que viene siendo una definición perfecta del trumpismo.