El mercado único no existe
Según el FMI, comerciar dentro de la UE equivale, en términos de costes ocultos y barreras técnicas, a soportar un arancel del 45% para bienes y del 110% para servicios. Para ponerlo en contexto: más de lo que impuso Donald Trump a China en plena guerra comercial. La metáfora es dura pero justa. Mientras el relato oficial repite que las cuatro libertades —de bienes, servicios, capitales y personas— son el corazón del proyecto europeo, la realidad dice otra cosa: cada país se reserva el derecho a poner peajes invisibles, requisitos adicionales y normas que limitan la competencia y frustran a quienes intentan operar en varios de sus estados. Garicano identifica tres grandes responsables de este fiasco: el fracaso del reconocimiento mutuo, la fragmentación normativa permitida por las directivas y la pasividad cómplice de la Comisión Europea.
El ejemplo más gráfico es el de los cereales de Kellogg's prohibidos en Dinamarca por su contenido en vitaminas, aunque fueran legales en otros países de la UE. Pero no es un caso aislado. En sectores como los seguros, la ingeniería, la logística o la banca minorista, las barreras nacionales no se han desmantelado, sino que se han sofisticado.
Las consecuencias son visibles en los datos. El comercio entre regiones europeas es menos de la mitad del que se da entre los estados que Forman EE.UU. La escala —ese requisito imprescindible para competir globalmente— no se alcanza porque el supuesto 'mercado común' es una suma de compartimentos estancos. En vez de crear campeones europeos, el sistema expulsa a las empresas hacia mercados más simples y menos regulados: Estados Unidos, Asia o América Latina.
Este fracaso tiene implicaciones graves. Si Europa no es capaz de operar como un mercado interior coherente, no podrá competir en sectores donde la escala y la integración son clave: inteligencia artificial, industria farmacéutica, servicios financieros, tecnología verde y... defensa. Garicano acierta al recordar que el problema no es técnico, sino político. La UE no puede seguir declarándose campeona del libre comercio mientras tolera prácticas proteccionistas en su interior. Si Bruselas quiere tomarse en serio el mercado único, debe empezar por hacerlo cumplir. Con firmeza, sin paños calientes. De lo contrario, ese mercado seguirá siendo lo que es hoy: un mito conveniente que sirve para fotos y discursos, pero que los empresarios europeos saben que no existe. jmuller@abc.es