Les duele la palabra expulsión pero todos la pronuncian. En su conversación con ABC, Juan, Natalia y Paula remiten a un éxodo juvenil que se está produciendo, con cuentagotas, desde las mayores ciudades del país y para el que todavía no existen datos oficiales, al menos tras testar a los principales organismos que analizan estos movimientos sociológicos como el Centro Reina Sofía FAD Juventud y el Consejo de la Juventud de España (CJE). En ambas entidades sus estudiosos dan por real esa salida de personas en la cohorte de 25 a 40 años, por ejemplo de Madrid, a la búsqueda de mejores condiciones de vida a otros rincones con menos trajín.
Esos expertos atestiguan que la ciudad se ha convertido en terreno «hostil» para el joven y no tan joven. El investigador de FAD Juventud Stribor Kuric opina que esta tendencia se explica por dos factores: la vivienda y la democratización del símbolo de prosperidad laboral, que ya no encarna únicamente la metrópolis. Si se encuentran oportunidades en remoto, o en otro lugar, la realización personal puede ser la misma y en un hábitat más apacible.
Con todo, los tres entrevistados reconocen que si hay cierta reticencia todavía entre sus coetáneos a salir de las urbes es por las opciones de empleo. Lo que no quiere decir que sea de calidad. Javier Muñoz, responsable del área socioeconómica del CJE, lo sintetiza en que el cambio es que antes se trabajaba para pagar el alquiler y ahora eso es insuficiente. «No es que no quieran la ciudad; no se está eligiendo cómo vivir en ella», acepta.
Tasa de emancipación joven en España (2006-2024)
Datos trimestrales, en porcentaje
4/2007
26,1%
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15,2%
3/2021
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Fuente: Consejo de la Juventud de España / ABC
Tasa de emancipación joven en España (2006-2024)
Datos trimestrales, en porcentaje
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Fuente: Consejo de la Juventud de España / ABC
El parque inmobiliario ha roto el «sueño masivo» de estar en la urbe. «Hay un desajuste claro entre el salario medio de los jóvenes (1.100 euros, según el último informe Adecco) y el precio medio de la vivienda. Y los jóvenes ven que si no heredan o ya tienen una casa en la ciudad no van a poder adquirir una», apostilla Kuric.
Por otro lado, agrega, «no hablamos solo de un proceso sociológico, sino también económico. Es evidente que hay una expulsión de los jóvenes desde los centros urbanos. No es nuevo, pero se ha intensificado mucho en los últimos años». «La estructura productiva se caracteriza por la precarización del empleo juvenil y la juventud es un colectivo vulnerable. La ciudad está expulsando a los vulnerables», coincide este sociólogo con Muñoz, que no olvida el mínimo histórico de emancipación juvenil (15,2%) que se registró en 2024 (dato del CJE).
La conclusión para ambos es que si no se implementan cambios en las políticas de alquiler, como recientemente han hecho en Reino Unido, París y Berlín, con más solera y antes Viena o ciudades holandesas, no se va a revertir esta 'nueva' fuga.
Además, a todo ello se sumó la pandemia. No sorprende a nadie que fue un punto de inflexión para que muchas personas en busca de avances descubriesen que compartir habitación o alquiler en condiciones precarias no era un verdadero progreso. Y ver limitadas sus opciones para que eso cambiase en el futuro también. Muñoz aduce otros razonamientos menos manidos: la gentrificación de los barrios, con el cierre de negocios locales; la falta de redes comunitarias (de repente se necesitaba un vecino al que no se conocía); y el incremento en la voluntad del joven de dedicar más tiempo a su bienestar y no tanto al trabajo. Abunda Kuric: «Se ha roto el trabajo social, el consenso de que quien hacía carrera en la urbe iba a conseguir buen resultado». Todos estos motivos también salen en la charla con:
Juan López y su pareja, Ana Castillo
«Te sientes secuestrado por el alquiler»
Acercarse a peinar las 40 canas y vivir en un quinto sin ascensor, en un barrio como Arganzuela abonado a la gentrificación, donde tu casero te quiere subir el alquiler cada cierto tiempo no es el modo de vida que quería en Madrid. Así se despidió hace pocas semanas Juan López de su trabajo audiovisual y en una decisión muy meditada, él y su pareja, Ana Castillo, ambos albaceteños, accedieron a reformar una vivienda en un pueblecito de Asturias. No omite que tiene frente a sí la labor (y pega) de buscar empleo, aunque ella teletrabaja como ingeniera química y ese salario les da para salir adelante. «En la capital, para el trabajador medio, que no tiene una casa en propiedad, la posibilidad de trabajar y tener un colchoncito es mínima. Madrid sí te expulsa poco a poco, a menos que tengas 400.000 euros para 80 m2 y aun así tampoco. Sientes que estás en parte secuestrado por el alquiler». Sigue: un giro de vida de este calado obedece a «un compendio de todo. Ante los intereses de los caseros estás desamparado. Falta humanidad, no conoces a los vecinos... Ése no era nuestro sitio y era evidente». Además, está el deseo de tener hijos. «Como sitio no es el mejor», responde Ana. «Nos hemos criado en una ciudad pequeña, y ves que no es calidad de vida una hora y media de ida y otra de vuelta. Lo veíamos inconcebible», alega ella. Tras la meditación, llegó el «salto». «Te arriesgas un poco», asume él, metidos en hipoteca en una aldea de un puñado de habitantes y porque en su sector, argumenta, «sí hay mayor proyección profesional en la capital en comparación con otros lugares». «Madrid te aparta: la ciudad ya tuvo su momento», tercian.
Ana admite que les apetecía «vivir más pausadamente». Bromean con la cara B de esta huida seudovoluntaria: «Ahora tenemos que buscar con quién jugar a fútbol y bailar, que son nuestros hobbies, así que buscaremos cerquita, en Llanes».
Natalia Hoyuela (30 años, reside en Torrelavega)
«Pensé: si vuelvo a casa, estaré mejor»
El ocio y la vida en Madrid siguen entusiasmando a Natalia como cuando estudió licenciatura y máster en la Facultad de Odontología, pero a sus 27 años (ahora tiene 30) también sopesó los pros y los contras de seguir allí. Se mudó primero a Santander, donde trabajó en una clínica, y luego a Torrelavega. Vio claro en su caso que poder comprar un piso en su localidad iba a resultar viable; frente a que, en Madrid, un día se sentó a pensar «con vistas a futuro» lo que iba y no iba a poder hacer y el tema de la vivienda también era un problema. Además, su pareja ya estaba en Torrelavega y lo de criar a niños en Madrid «no lo veía», admite. «Pensé: si me vuelvo a casa, voy a estar mejor».
Después de abonar año y medio de alquiler, la pareja se embarcó en la propiedad. ««Por un piso de dos habitaciones en Cantabria pagaba lo mismo (o incluso menos) que por compartir piso en Madrid con una amiga», dedicándole más de la mitad del sueldo y mucho tiempo perdido en los traslados. A los amigos que conserva en la capital los nota «agobiados, quemados». «La suerte en mi trabajo es que lo puedes encontrar en uno y otro sitio, aunque si te quieres dedicar a la investigación solo puedes estar en Madrid», apunta.
Paula Serras y su novio Álex
«Todavía se piensa que salir de la ciudad es bajar un escalón»
La mudanza siempre viene precedida por mucho debate. Paula y su novio, Álex, de 26 y 27 años, rumiaron la decisión durante un tiempo. De hecho, tras estudiar marketing digital en La Coruña, pasaron por Lugo y Betanzos, mucho más pequeños, hasta dar en pleno rural gallego con su mejor opción: reformar la casa centenaria, «olvidada como hay muchas», de la abuela de ella en Ordes, entre Santiago y La Coruña.
Según describe la joven, por sus vivencias y las de gente de su entorno que está realizando el mismo viaje centrífugo desde las ciudades, «La Coruña es una Madrid pequeña. Es impersonal, la gente va en lo suyo, siempre ajetreada. Y la vivienda por la que yo pagaba 450 euros en 2019 pide eso o más solo por habitación. Compartes con varios», la mayoría de las veces ni siquiera conocidos. «Es complicado si no tienes buen sueldo y aun así», zanja. Para ellos, el apagón de abril activó su clic: «El primer mes en la aldea comimos todos los vecinos. Nos ponemos cara, era algo impensable. Y para nosotros es importante porque no sabes al lado de quién vives». También buscaban en esta pedanía de Ordes tranquilidad, naturaleza: «Pierdes comodidades, no tienes todo a mano, pero no oportunidades», contesta sobre el otro platillo de la balanza.
«Nuestras familias al principio no entendían bien cómo teniendo piso en la ciudad nos íbamos al medio de la nada. Todavía se piensa que es algo así como bajar un escalón», sorprende Paula. Ahora ella cuenta la evolución de sus reformas en sus redes y ha «inspirado» –como le transmiten– a otros jóvenes con su mismo parecer: se «ha idealizado» la vida urbanita si ello supone tener aspiraciones inalcanzables». «Parece que estar dispuesto a vivir siempre en precario denota un estatus mejor que vivir en el monte. Son prejuicios», centra la joven.
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