'Muros', la terrible odisea en la cárcel de los presos comunes>

En los cuatro capítulos de 'Muros', hay risas y llantos, gente que baja los brazos y se acostumbra a la vida entre rejas. También hay esperanza, como la del joven Mehdi,que sueña con hacer un viaje a los países nórdicos. Hay de todo, pero la mayoría no son diferentes de cualquiera. «La gente se acostumbra a todo, incluso a la falta de libertad, que creo que es lo más terrible que a uno le puede pasar», dice el director, que rodó en los centros de Madrid I Mujeres (Alcalá Meco), Teixeiro (La Coruña), Madrid V (Soto del Real) y El Acebuche (Almería) con una libertad de movimientos sin precedentes gracias a la colaboración de Instituciones Penitenciarias, pasando tiempo con los presos, escuchando sus historias, entendiéndolos, ganándose su confianza.

No vio episodios violentos pero sí le violentó lo dura que es la vida cuando vives aislado. «Notas enseguida la densidad y el peso del encierro. Tienes ganas de salir para poder encender el móvil y escribir a tu pareja. O a tu hijo. O a tu madre. Porque dentro no hay móviles, no puedes comunicarte», aclara. No es que se sienta miedo, sino ganas de salir, de inmediato. Y, sin embargo, la mayoría de esos presos comunes reinciden, se quedan cinco, diez, quince o veinticinco años. «Enquistados». «La cárcel es un lugar muy triste, sobre todo porque te mantiene alejado de tus seres queridos, es casi cruel, porque la comunicación es escasa. Tienes veinte llamadas a la semana, de ocho minutos cada una, y cuando está llegando al minuto ocho, suena y se cuelga. Tienes una comunicación cada equis tiempo a través de unos cristales que te impiden tener contacto físico con tus seres queridos y luego tienes un vis a vis íntimo si tienes pareja, en un lugar bastante tétrico por la ausencia de nada, o uno familiar, que intenta ser un poco más humano y puedes tocar a tus hijos», explica.

En 'Muros' hay diez protagonistas, pero hubo muchos más voluntarios. El director, junto a parte del equipo, se presentaba en un módulo, sin funcionarios, con los reclusos, les contaba lo que pretendía y le salían candidatos por encima de sus posibilidades. Se quedó con Diego, Cata, Culopato, Medhi, Mari, Eugenio, Feli, Bárbara, Isidoro y Yago. «Todo el mundo había reducido su vida a su delito. Tú has hecho esto, eres un yonqui, pero nadie se había parado a preguntarle, ¿cómo has llegado hasta aquí?», dice, y sigue: «Nadie acaba en la cárcel por combustión espontánea». Lo más duro, sin embargo, afirma que fue la cárcel de mujeres, porque, de las entrevistadas, una decena reconoció haber sufrido violencia de género extrema. «Habían perdido un riñón, le habían roto la mandíbula, hubo quien, incluso, perdió a su hijo embarazada de una paliza. Cuatro de ellas habían sufrido abuso infantil por parte de un familiar directo. ¿Eso justifica su delito? No, pero explica por qué de repente después de eso acabaron en una adicción y cómo esa adicción les llevó a cometer delito».