

Pablo tenía siete años cuando vivió su primer asesinato. A Enrique Casas lo acribillaron los terroristas a balazos en la puerta de su casa el 23 de febrero de 1984. Era el gran amigo de su padre. Para él, era su tío a pesar de no compartir marcadores genéticos. El niño escuchó el llanto desconsolado de su madre y supo que su vida había cambiado para siempre. No imaginaba cuánto.
En su Donostia natal Pablo siempre fue "el hijo de Txiki Benegas" o "el hijo del Benegas", la primera filiación siempre pronunciada con una sonrisa y la segunda, con una mueca de desprecio. En los años más sanguinarios del terrorismo de ETA, escucharlo lo ponía en guardia: "Era síntoma de amenaza, no solía traer nada bueno".
Con la muerte de Enrique Casas llegaron al hogar familiar las puertas de seguridad, los cristales blindados, los "amigos de papá" que no lo dejaban ni a sol ni a sombra y que pasaban el día sentados junto a la puerta sin moverse. "En realidad, tuve una infancia feliz porque mi madre supo aislarnos muy bien de todo lo que ocurría fuera", recuerda en conversación por videollamada desde San Sebastián. "Pero es verdad que cuando te vas haciendo mayor empiezas a ver el odio, a entender lo que implica y aprendes a vivir alerta, a adelantarte a ciertas situaciones".
Un día, el Pablo Benegas universitario sintió la necesidad de saber y lanzó la siguiente pregunta a un compañero de juerga, uno que podría ser él mismo pero con estética abertzale con quien compartía tarde de bar: "¿Tú estarías de acuerdo con que mataran a mi padre?". Y el otro respondió, sin inmutarse: "Sí. Sí fuera necesario, sí". "No sé por qué lo hice, supongo que una cosa es que lo que pienses y otra, que te lo confirmen. Mira, el odio no se elige. Tenerlo o no va con tu forma de ser, y supongo que también con tu educación. Yo no lo he sentido nunca y eso me ha permitido hablar con gente que pensaba tan diferente a mí, que estaba dispuesta a desearme el mal", aventura hoy a sus 48 recién cumplidos.
Aquella conversación es sólo una pequeña muestra de una vida marcada por la política que se alejó de un destino escrito en los despachos y los mítines para adentrarse en la música. Porque Pablo Benegas, además de hijo de su padre y jurista de formación es socio fundador y letrista de La Oreja de Van Gogh. Toda aquella oscuridad y toda aquella luz que convivieron en su paso a la edad adulta las recuerda ahora en un libro que ha titulado Memoria (Plaza & Janés) por la suya, sí, pero sobre todo por la colectiva. "La sociedad va muy rápido y se olvidan cosas que no hace tanto que pasaron. Escribiendo me he dado cuenta de la fragilidad del recuerdo, la memoria colectiva se pierde y se imponen otros relatos, o incluso ninguno. Se olvida, sin más. Creo que es importante dejar ciertas cosas escritas".
La Memoria de Pablo Benegas va dedicada a sus cuatro hijos: "Porque hay cosas que no os he contado y deberíais saber". "Ellos ya no se van a encontrar por Donostia una pintada de ETA que les sugiera preguntas, pero tenemos la responsabilidad de contarles lo que pasó, porque si no nadie lo hará. Hay una parte de ese odio que se sigue transmitiendo de padres a hijos, lo veo en el colegio, en la calle. Da la sensación de que no hemos aprendido nada", lamenta.
"Yo quiero a la izquierda abertzale haciendo política y no pegando tiros, pero tampoco se puede pactar cualquier cosa con ellos"
¿Qué piensa alguien que ha tenido esa vivencia familiar cuando ve a los herederos de aquellas ideas sentados en el Parlamento negociando de tú a tú con el Gobierno socialista? "El proceso que tiene que hacer la izquierda abertzale es muy complejo porque tienen que decir a todas esas familias a las que destrozaron la vida, incluida la suya, que aquello no sirvió para nada, que ese no era el camino. Y eso lleva su ritmo", asegura Benegas. "Yo quiero que ese mundo esté haciendo política y no pegando tiros, pero creo que tampoco se puede pactar cualquier cosa con ellos. Hay temas sensibles, como la Ley de Memoria Democrática, en los que no deberían tener voz".
Pablo Benegas pasó su primera juventud escapando de la violencia de persecución -aquel cartel con su apellido metido en una mira telescópica que apareció en el baño del instituto, ese concierto en el que le advirtieron: "Dile a tu padre que lo vamos a matar"- y encontró en el local de ensayo un oasis que sacó su vida de la política a la que parecía predestinado y la enfocó hacia el mundo del espectáculo. "Nunca sabré si la música y mis compañeros me salvaron la vida", escribe. Los primeros pasos fuera de aquellas cuatro paredes protectoras siguieron la estela de su existencia anterior -"¿Qué piensa Txiki Benegas de que su hijo sea un titiritero?", preguntaban en las primeras ruedas de prensa, "¿Cómo ha conseguido Txiki Benegas que su hijo venda 50.000 copias de su álbum debut?"- pero le fueron llevando muy, muy lejos de allí.
"Si La Oreja de Van Gogh hubiera nacido como un producto de 'marketing', nunca nos hubieran elegido a nosotros"
"Los primeros años de La Oreja de Van Gogh seguía poniéndome alerta al escuchar mi apellido pero poco a poco lo fui procesando", explica. No es fácil sobreponerse al miedo. "Sobre todo, al miedo generado por el odio. Esa mirada demoledora que te anula porque está muy convencida de lo que siente y de lo que cree, que te descoloca, te hace perder tu identidad", apunta. En ese contexto, la música se convirtió en un salvavidas. "Nos llevaba a situaciones de absoluta sensación de libertad". Y cuando se quiso dar cuenta, había abandonado el Derecho y su ciudad y era alguien en Madrid. Alguien que consiguió ocho discos de platino sin siquiera tocar personalmente los instrumentos en todas las canciones.
Hace unas semanas, la anécdota retornó como un escándalo, y Pablo Benegas no esquiva el barro en Memoria. Los tiempos de la discográfica no esperaban a unos novatos recién llegados de la provincia, y aquella banda autodidacta se dejaba guiar más por su corazón que por los requerimientos de la industria. Como resultado, Alejo Stivel, que produjo aquel mítico Dile al sol en 1998, recurrió a músicos de apoyo. No siente ninguna vergüenza Benegas al recordar aquel episodio. En realidad, le ve el lado positivo: "Si hubiéramos sido músicos de carrera o más conscientes de las composiciones que hacíamos, es imposible que hubieran salido esos primeros discos. Cuando no sabes, haces cosas que se salen de la ortodoxia y muchas veces ahí está lo genial, lo especial. No hay un músico mejor para La Oreja de Van Gogh que nosotros cinco, somos los que mejor defendemos nuestras canciones", dice. Y subraya, contra aquellos rumores: "Si la discográfica hubiera querido un producto de marketing hubiera elegido mucho mejor a los componentes".
"Llegó un momento en que estábamos muriendo de éxito y entonces, Amaia dejó el grupo. Sentimos mucho miedo"
La banda donostiarra ha sobrevivido a muchos baches en estos casi 30 años, pero ninguno como el cráter que abrió la partida de Amaia Montero en 2007, en pleno bum de popularidad. De eso también hace memoria Pablo Benegas, que confiesa incluso que conoció a la cantante vestido de tuno: "Sí, sí. Es lo que hay". "Aquellos primeros diez años fueron maravillosos. Todo pasaba tan rápido y éramos tan jóvenes que creo que ni siquiera entendíamos bien la dimensión de todo lo que estaba pasando. Llegó un momento en que estábamos muriendo de éxito, en el sentido de que estábamos normalizando cosas que eran extraordinarias, y entonces fue cuando Amaia dejó el grupo", rememora. "Fue muy duro, tremendo. Recuerdo que volvimos los cuatro al local de ensayo sin saber muy bien qué íbamos a hacer, con mucho miedo y muchas inseguridades. Y allí nos reencontramos con nuestro origen, con el motivo real por el que hacíamos música juntos, y todo salió muy bien y muy natural".
Imposible terminar esta entrevista sin la pregunta del millón, la que todo fan histórico desea conocer. ¿Volverá algún día Amaia Montero a La Oreja de Van Gogh? La respuesta, en cambio, puede dar bajón, no diga que no se lo advertimos. "Nuestra relación con Amaia es fantástica, maravillosa, pero ella tiene su carrera en solitario". Nada, parece que esta vez tampoco habrá reencuentro.