Sin noticias de Singapur

Lawrence Wong, primer ministro, tiene un master en Economía por Míchigan y otro en Administración Pública por Harvard. En su Gobierno hay varios miembros que han estudiado en universidades de élite de EE.UU. y de Reino Unido. Su predecesor, Lee Hsien Loong, es matemático por el Trinity College de Cambridge. Estamos hartos de la titulitis y de la deriva de ciertos campus, pero, qué quieren, depende de qué grados y sitios. ¿A qué vienen estos datos sobre un país afortunadamente aburrido? Incidir en el debate sobre democracias fallidas o que se deslegitiman. ¿Puede ser que una mayoría de electores de Singapur siga votando al PAP por ciertas limitaciones en la libertad de prensa, de reunión y que tengan el cerebro un poco lavadito o que sepan ver los avances de su país minúsculo y toleren una democracia defectuosa? Me inclino por lo segundo. La pregunta es qué defectos estamos dispuestos a tolerar para qué resultados.

Aquí tenemos nuestros propios defectos de la democracia: ataques a los jueces desde el Gobierno, mentiras en sede parlamentaria como rutina e intenso tráfico de influencias en los alrededores de Moncloa. Toleramos apagones con buen rollo, parones de trenes con bailecitos de TikTok, pandemias con aplausos en los balcones y gobernar chantajeados por un prófugo de la Justicia. Sin embargo, según el Índice de Democracia de la Economist Intelligence Unit (EIU), España está en el puesto 24 de 167 países y Singapur en el 70.

Si los políticos occidentales están preocupados por legitimar la democracia, quizás deberían estudiar resultados de otras más imperfectas. De países que no dan noticias.