Whistler, airado, exigió que se retractara. Ruskin se negó a hacerlo y acabaron en los tribunales, donde ambos perdieron: Ruskin fue condenado a pagar a Whistler una ridícula indemnización de un cuarto de penique.
La Historia del Arte aparece cuajada de críticas feroces (también de farragosa condescendencia, pero de eso hablaremos en otra ocasión). No se libró Picasso (sus obras fueron calificadas de satánicas o esquizofrénicas), ni Monet (de su cuadro ‘Impresión. Sol naciente’ escribió el crítico de arte Louis Leroy que «el boceto preliminar para el patrón de un papel tapiz estaría mejor terminado que este paisaje marino»), ni Cézanne (de quien Marc de Montifaud dijo que daba la impresión de ser una suerte de loco que «pinta en un estado de delirium tremens»).
El apoyo a Salanova no llega y quizá eso sea un buen síntoma: para Urtasun, la cultura es trinchera y, para ella, todo lo contrario
Lo pintoresco de este caso es que el cabreo de Toledano (y su desubicada reacción) no eran en calidad de artista afrentada por la crítica despiadada sino de cónyuge de damnificada por información publicada: Salanova había escrito en estas páginas sobre la más que cuestionable gestión al frente del CNIO de María Blasco, pareja de Toledano.
Así, a Ruth Toledano le pareció que la feria de arte contemporáneo celebrada en Madrid, una de las más importantes del circuito internacional, era el marco perfecto para agredir y amenazar a una periodista por hacer su trabajo. Y quizá, a la hora de elegir el espacio (nunca por ejercer violencia), no le faltaba razón: el motivo de aquel artículo de Marisol era, precisamente, el desvío de fondos destinados a la investigación contra el cáncer para la compra de obras de arte y, entre las cosas que le espetaba a la crítica era que su mujer, por su culpa, «había perdido el CNIO».
«Soy la mujer de María Blasco, te metiste con ella, perdió el CNIO y lo vas a pagar», le gritaba, y a Salanova debió sonarle como aquel «hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir», pero sin espadas.
Hasta donde yo sé, el ministro de cultura, Ernest Urtasun, no se ha pronunciado al respecto. Sí lo hizo rápidamente, mostrando todo su apoyo, cuando el año pasado fue agredido el humorista Jaime Caravaca por unos comentarios realizados en redes sociales. Y también cuando la actriz Itziar Ituño recibió fuertes críticas tras manifestarse por los presos etarras.
Sin embargo ahora, cuando una crítica de arte es agredida en una feria de arte por una artista, y por el mero hecho de realizar su trabajo, no parece que el ámbito del arte sea de su competencia o merezca su atención.
El apoyo a Salanova no llega y quizá eso sea un buen síntoma: para Urtasun, la cultura es trinchera y, para ella, todo lo contrario. Por eso no piensa renunciar a su libertad de expresión ni al pensamiento crítico en el ejercicio de su profesión. Y por eso, con ese gesto, con su resistencia, gana la cultura y ganamos todos.