Y no, no pudo ser: Jack Grealish hubo de ver a su equipo jugar contra su otro equipo desde la grada, por su condición de cedido. El Everton, no podía ser de otro modo, echó en falta a un jugador de su calidad, pero aguantó bien el semblante hasta pasado el descanso. Iliman Ndiaye se echó el peligro a la espalda, y Beto a los centrales mancunianos: lo suyo fue una verdadera lucha grecorromana.
Pero luego pasó lo que suele, sí, nada extraordinario ni especialmente destacable: Haaland marcó. Foden filtró un pase para O'Reilly que en realidad fue una puñalada, y Erling, solo en un área repleta de defensas, se suspendió en el aire y machacó el centro del '33' con la cabeza. Cinco minutos después quiso repetir, el pesado, y batió a Pickford con un zurdazo cruzado desde la frontal. Con todo, el meta inglés le negó el triplete en los minutos finales, y en más de una ocasión.
El Arsenal, mientras tanto, logró hacerse con los tres puntos en el estadio del Fulham, tan entrañable y tan inglés, gracias a un solitario gol de Leandro Trossard mediada la segunda parte. En Madrid todavía latía el sol, pero Inglaterra ya parecía sumida en un invierno irrevocable. Es lo que pasa cuando a uno le abraza la noche desde tan pronto: se vuelve lúgubre.
Aunque siempre, en el fondo siempre todos podemos optar por una última vía: escapar. El irreverente juego de Calafiori le permite a uno tener la ilusión de estar escapando. El italiano anotó un verdadero golazo a la postre anulado y perpetró varias de las acometidas del Arsenal durante los primeros compases de partido, danzando por el césped libremente como si por megafonía sonase Claudio Monteverdi.
Los de Arteta recibirán este martes al Atlético de Madrid en Champions League. Con Zubimendi como titiritero y Saka y Eze a cargo de la escritura creativa, el conjunto rojiblanco encontrará un equipo infame y oficioso que apenas ha recibido tres goles en lo que va de temporada.