Un español que vive en China vuelve de vacaciones y es muy duro con lo que ve en nuestro país: «Es el segundo mundo»

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Quienes han pasado años viviendo lejos de su tierra suelen desarrollar una mirada nueva sobre ella, despojada de inercias, nostalgias o patriotismos. El contraste entre la vida en el extranjero y la realidad nacional permite ver con claridad los logros, pero también las carencias. Eso es lo que le ha ocurrido al usuario de X conocido como 'Ma_Wukong', un arquitecto gallego que lleva varios años desarrollando su carrera profesional en China y que ha regresado a España por unos días. Sin embargo, lo que encontró a su vuelta, lejos de reconfortarle, le ha generado una profunda decepción que ha plasmado en una extensa y viral reflexión en redes sociales.

«He pasado unos días en España, como buen emigrante, y paso a compartir unos leves apuntes de las impresiones que me llevó el visitar a mi hermosa nación», comienza su hilo en X. Lo que sigue, sin embargo, está lejos de ser una celebración. «Una nueva confirmación de que España es, con todas las de la ley, un país del Segundo Mundo», sentencia.

Un país anclado en 2008

La primera gran crítica del arquitecto se centra en la percepción de que España se ha quedado atrás. En su opinión, la mayoría de los ciudadanos «creen que viven en el Primer Mundo, pero esto es erróneo». Para él, las democracias liberales del sur de Europa «se quedaron atascadas, en su cosmovisión, en algún lugar próximo a 2008». Y, mientras tanto, «el inmenso desarrollo de China, muchos países de Oriente Medio y Asia Pacífico dejan a España en una posición ya relegada».

Este estancamiento se nota, asegura, en aspectos tan básicos como la economía cotidiana. La relación entre sueldos y precios es, a su juicio, «absurdamente desproporcionada». «España es absurdamente cara. Cualquier servicio, equivalente en China, es peor y más caro, por lo que deja de tener sentido adquirir según qué cosas. Sale más a cuenta viajar a China, adquirir lo mismo y volver», asegura. Y no se trata solo de una comparación con el gigante asiático: «El buffet del Mercadona en Coristanco (Coruña) es más caro que el equivalente en Dubái», señala.

Para el arquitecto, España comparte con Argentina el dudoso honor de ser «el peor país del mundo en relación salarios-precios». Un desequilibrio que no encuentra la contestación ciudadana que, según él, debería generar: «Esta realidad encuentra una oposición inferior a la deseada porque mucha gente cree que lo adquirido vale la pena… cuando esto es falso».

Un servicio deficiente y una atención al cliente desganada

Uno de los aspectos que más le ha sorprendido negativamente durante su estancia ha sido el trato recibido en comercios y establecimientos. «El servicio de hostelería, restaurantes, bares, etc. hace que obtengas algo peor por el doble de precio en casi cualquier caso», denuncia y añade: «Si has vivido en Asia, viajar por España es una yincana en la que estás constantemente sintiéndote estafado, a todos los niveles».

Asegura que la atención al cliente es «pésima». Y pone ejemplos concretos: «Me han atendido bien en dos sitios (una chica en una estación de servicio de Ponferrada y dos chicas en el Corte Inglés de la Diagonal)». El resto, resume, fue un cúmulo de desinterés, malas formas y desidia: «La mayor parte de la gente trabaja sin ningún tipo de interés y desganada. Es normal que te ignoren, que te hagan esperar sin más, o que te traten directamente mal». Un problema que vincula con los bajos salarios: «Es comprensible ante la imposibilidad de liberación que ofrece ya un salario estándar en servicios en España. Sin embargo, es llamativo que se haya aceptado que la gente esté tan mal pagada y que esta gente haga mal su trabajo sin más».

En su análisis, no solo critica a los responsables políticos o económicos, sino también a la sociedad en su conjunto. «Existe apatía por y para el sistema. Da la sensación de que se trabaja para sobrevivir, sin más, y nadie tiene sueños de grandeza». En su opinión, esa falta de ambición está directamente relacionada con la ausencia de una clase dirigente inspiradora: «Sin una élite capaz a la que referenciarse, el español es incapaz de propulsarse y buscar un lugar común, un destino colectivo al que darle grandeza». «Todo es inapetencia», añade.

Incluso las políticas urbanísticas, que considera cortoplacistas y sin visión de futuro. Cita como ejemplo la calle San Andrés, en A Coruña, «que está parcialmente peatonalizada y con banquitos y arbolitos». Este tipo de obras, dice, «hacen la ciudad más agradable, pero comparado a lo que se hace en el resto del mundo… hacen que te quedes atrás».

Rechazo al cambio

A niveltecnológico, su diagnóstico es demoledor. «España está un par de lustros, mínimo, por detrás de países como China». Y lo más preocupante, añade, es la actitud de la ciudadanía: «Noto amplio rechazo al proceso de cambio. Lógico cuando dichas tecnologías están en posesión de oligarcas, generalmente anglosajones, que se enriquecen a tu costa».

Asimismo, asegura que este círculo vicioso alimenta el pesimismo generalizado. «Existe un pesimismo sobre el futuro que se respira en el aire, como un runrún que no calla. Al no haber una gran plan de liberación nacional, o una idea de prosperidad común, se mira al horizonte con más desconfianza que esperanza».

Infraestructuras anticuadas y ciudades sin alma

A nivel de infraestructuras, tampoco encuentra motivos para el optimismo. «Muchas infraestructuras son pésimas. El metro de Barcelona es tercermundista. Las autovías están llenas de baches y remiendos. Los aeropuertos se han quedado en los 2000. Hay basura en muchas calles de zonas urbanas. Las estaciones de tren… en fin, mucho por hacer», confiesa, señalando que este deterioro, combinado con la transformación demográfica de las grandes ciudades, da lugar a urbes sin identidad: «Notas que rige la ley del dinero, exclusivamente, y ser ciudadano español es tangencial. Todo es guiris y trabajadores de otras partes del mundo, que aceptan sueldos inferiores». Y lanza una frase contundente: «Barcelona es un no-lugar de gente que pasaba por allí y de personas que resisten a tener que irse».

Además, llama la atención sobre una aparente contradicción: «A pesar de que el español es claramente endófobo con su patria, está enormemente orgulloso de su pueblo, región, aldea o lugar. 'España ni la nombres, pero Sant Gerard del Blau Llobregat es el mejor pueblo del mundo'». Ese amor por lo cercano, concluye, contribuye al estancamiento: «El conformismo y autocomplaciencia que implica esta actitud implica, de nuevo, que te quedes atrás con otras regiones del planeta».

Fiesta, evasión y emigración

En su opinión, estas cosas se mantienen en parte por un elemento identitario profundamente arraigado, la fiesta. «Quizás me equivoque, pero juega un papel fundamental 'la fiesta'. Hay fiestas de todo tipo: patronales, festivales, de barrio, de pueblo, religiosas, gastronómicas… Es un no parar. La semana es el tiempo que pasa entre el guateque».

Una dinámica que, según señala, impide cualquier cambio profundo: «Hay tal cantidad de mamandurria y jolgorio que es muy complicado no dejarte atrapar y pasar a ser uno más de la muchedumbre». Mientras tanto, los jóvenes se marchan: «Sobre todo en Galicia, cuesta ver a treintañeros. El paseo por las calles implica ver a jóvenes y abuelos, pero los pocos que tienen hijos están en los parques y muchos del resto emigrados, supongo, como un servidor».

Para concluir, declara que España es «una isla de disfrute a costa de sus propios habitantes, dirigidos por una élite cipaya que vende el país al por menor, viviendo de rentas del pasado mientras camina hacia el abismo». Y advierte: «No hemos caído aún, pero ya estamos en ese lugar peligroso donde todo se rompe». Para él, España necesita «reemplazar a la élite y buscar un sueño común». Mientras tanto, «sus habitantes cuentan cuentos de una realidad que ya no existe». Y lanza una última advertencia: «España es una patria en coma y se van acabando las dosis de morfina».

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete