¿Se quiere mejorar? La pregunta del millón

En España, la universidad privada –que no aparece en los ranking internacionales pero sí en los de empleabilidad– gana alumnos a costa de la pública y sigue habiendo españoles que, buscando la excelencia académica, emigran a otros países a hacer el grado entero. Mientras, los rectores llevan años satisfechos con el número de universidades españolas en las primeras mil de Shanghai, tratando de convencernos de que no tener ninguna en el top 100, que se reparten 17 países, no es para hacer un drama. Para qué querer élite cuando se puede estar confortable en una mediocridad meritoria, dirán ellos, para los recursos que perciben.

Y llegamos aquí a la gallina y al huevo. ¿Debe financiarse mejor un sistema universitario que no da muestras de querer cambiar? ¿Aceptarían los rectores un compromiso de mayor financiación siempre sujeta a una evaluación de resultados rigurosa? ¿Se querría cambiar el sistema de elección del rector, apuntado por numeroso expertos a lo largo de los años como una de las causas de la mediocridad del sistema? ¿Se están tomando muy en serio todos los consejos sociales su misión de analizar con criterio los presupuestos de cada universidad, que aprueban ellos? ¿Deberían aceptarse como criterios en esa hipotética evaluación la internacionalización del profesorado, por ejemplo o la incorporación definitiva a sus plantillas de becados Ramón y Cajal en el extranjero?

Por cierto, ahora que sale Ramón y Cajal, ¿también se debe resignar España a que su único premio Nobel en ciencias sea de 1906? Y la gran pregunta final, claro, ¿nos debemos resignar a la endogamia universitaria, a esos tejemanejes en demasiados departamentos para que siempre gane la plaza el que juega en casa?

¿Qué partido está proponiendo en estos momentos reformas de calado del sistema universitario español? Mucho se habla en los últimos meses de la fuga de talento que va a haber en unas universidades de EEUU, que siguen dominando los ranking, ante el recorte de financiación del Gobierno de Trump –en qué queda está por ver-. Pero dando por bueno que eso se produzca, lo que sí sabemos es que ni uno de esos investigadores vendrá a España. Ni uno. ¿Qué investigador del MIT soportaría el proceso de homologar su título y percibir los sueldos de la universidad española? ¿Son los sueldos indignos? Para aquellos que se tomen muy en serio su trabajo, desde luego, para profesores que condenan, por ejemplo, a sus alumnos a pagarse clases en academias privadas para entender la asignatura, pues no. Pero hay café para todos.

A día de hoy, hay centenares de chavales españoles desesperados buscando alojamiento en ciudades holandesas, donde van a estudiar. Algunos, de hecho, se volverán a España por no haber conseguido cama pese a tener plaza. En Dinamarca, se extiende el boca a boca y cada vez hay más. En Reino Unido, el último año en el que los españoles pudieron disfrutar de tasas reducidas por europeos, llegó a haber 10.300 universitarios de nuestro país. El número, con tasas ahora de unos 25.000 euros años sólo de matrícula, se ha estabilizado en 7000. En EEUU, con unas matrículas carísimas, hay casi 9000, según datos del Instituto de Educación Internacional.

Nada de esto importa a políticos enzarzados en otros debates, con algunos títulos fake, ni a rectores cómodos con su sangría de alumnos. Pero irá cundiendo cierta sensación de estafa entre los egresados, sobre todo aquellos de primera generación, que depositaron unas expectativas altas en un título universitario que no se van a cumplir.

Con excepciones. Que las hay. Conviene mirar, de entrada, a todas las facultades que sí se meten en el top 100 por especialidades. De hecho, habría que imitar sus prácticas, su cultura de departamentos, su ética. ¿Se quiere?