Alemania piensa ya en fórmulas de coaliciones sin la ultraderecha
El canciller alemán y aspirante a la reelección por el Partido Socialdemócrata (SPD), Olaf Scholz, y el conservador Friedrich Merz, favorito en las encuestas, mantuvieron este domingo su primer duelo televisivo de los dos pactados. Ganaron y perdieron los dos, pues en los 90 minutos que duró el cara a cara ninguno aportó más argumentos o proyectó más credibilidad, liderazgo y carisma del que vierten en sede parlamentaria. Con un matiz. Scholz, en el precipicio demoscópico, camino de convertirse en historia, sacó a su álter ego mitinero, fue vehemente en varias ocasiones y hasta gesticuló.
El debate, moderado por dos experimentadas periodistas de televisión, Maybrit Illner y Sandra Maischberger, empezó caliente, con un primer bloque dedicado a la migración. Scholz acusó una vez más a Merz de haber faltado a su palabra y de hacer causa común con la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). "Ha roto un tabú", le espetó Scholz, quien a continuación defendió su política de asilo. "En enero tuvimos el número más bajo de solicitudes de asilo desde 2016", destacó.
Merz, que volvió a tachar de falsedad que haya colaborado en nada con AfD, lo desmintió en un intento de poner de manifiesto la incapacidad de su rival para poner en marcha una política más estricta, por culpa de su partido y de los Verdes. "En sus tres años de Gobierno, hemos visto entrar a más de dos millones de inmigrantes irregulares", criticó Merz. Scholz se justificó apelando a las limitaciones de la legislación europea, argumento que su rival rechazó citando la Carta Magna alemana. "Usted vive en una realidad paralela", insistió el conservador.
Scholz y Merz trataron otros temas importantes de la campaña electoral, como la economía en crisis, los conceptos fiscales de los partidos, sin que hubiera la más mínima coincidencia entre ellos.
Los candidatos debatirán en dos ocasiones con el aspirante de los Verdes y actual ministro de Economía, Robert Habeck, y con la líder de Alternativa para Alemania (AfD), Alice Weidel, una discusión a cuatro cuyo principal objetivo será hacerse con el 30% de electores que siguen indecisos. Ellos elegirán el compañero o compañeros de baile de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y de la bávara Unión Socialcristiana (CSU), que representa Merz.
Los últimos sondeos publicados están así. La CDU-CSU lidera con un 30%, seguido de AfD con el 20%. El SPD y los Verdes empatan en un 15%, es decir, los dos socios que quedan del tripartido formado por Scholz hace poco más de tres años suman lo que ahora tiene la CDU-CSU. Los liberales del FDP, tercera pata de ese tripartito y los que hicieron saltar el Gobierno por los aires, están, por el momento, fuera de juego. Las encuestas atribuyen a ese partido bisagra un 4%, a un punto porcentual del mínimo marcado por ley para acceder al Parlamento.
El partido postcomunista de La Izquierda podría alcanzar el 6% de los votos, pero es irrelevante para la formación de Gobierno, lo mismo que la AfD, que sigue aislada del resto de las formaciones, aunque Merz fue acusado de romper el cordón sanitario por contar con sus votos para una moción sobre migración que hizo mucho ruido pero supuso pocas nueces. El intento del SPD y los Verdes de convertir esa votación en tema electoral no ha tenido efecto en las encuestas.
Así la cosas, Merz tendrá que elegir entre el SPD y los Verdes, lo que convierte a esos socios en rivales, salvo que la CDU-CSU se hunda en estos últimos metros y necesite a los dos, lo que equivaldría a un Gobierno de unidad nacional, que dejaría a la AfD en la oposición sola en su cordón sanitario, junto a algunos diputados de izquierda.
Otra opción, aunque improbable, es que los conservadores se hagan con la mayoría absoluta. Merz intenta esto último. Ha girado a la derecha en temas de migración para debilitar a la AfD y ha pedido el voto útil de los electores del FDP, haciendo leña del árbol caído. "Un 4% de votos para el FDP es un 4% de más", declaró Merz, y eso que su esposa y la de Lindner son muy amigas y los dos matrimonios se reúnen con frecuencia. Los Merz asistieron a la segunda boda de Lindner en la exclusiva isla de Sylt, un acontecimiento que derivó en escándalo porque se celebró por todo lo alto en un momento de vacas flacas en el país, que a duras penas se recuperaba de la pandemia. El enlace fue por la iglesia, aunque los cónyuges se decían no creyentes y, por tanto, no pagaban el impuesto religioso obligatorio para acceder a esos servicios. Y Merz, además, viajó pilotando su propia avioneta. Fue acusado de hacer alarde de riqueza.
La CDU-CSU quiere un solo socio y el ala bávara ha vetado anticipadamente a los Verdes de Robert Habeck y de la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock. El líder de la CSU y primer ministro bávaro, Markus Söder, cree que los Verdes, bajo la influencia de ambos ministros, es un partido tóxico que no hace política sino adoctrinamiento. Entre los ejemplos más recurrentes de "la farsa" de la política exterior feminista de Baerbock está no haber abierto un diálogo con los talibanes para mejorar las condiciones de las afganas o que viajara a Pekín para explicar a los dirigentes chinos cómo funciona el mundo.
Entre tanto, este domingo, Lindner respondió escocido a las declaraciones de Merz en las que decía que el 4% de votos para el FDP ya son "muchos". "El 31% o el 33% para la CDU-CSU no supone ninguna diferencia, pero un 4% o el 6% para nosotros cambia la República". Y se la devolvió: "Permítanme que lo diga como antiguo miembro del Gobierno: Merz nunca ha ocupado un cargo gubernamental", poniendo así de relieve su falta de experiencia en cargos públicos.
Scholz y el SPD no contemplan una gran coalición bajo la dirección de la CDU-CSU. El canciller quiere ganar e incluso ha prometido cambiar su estilo si es reelegido. "En los últimos años he considerado con demasiada frecuencia mi papel como el de un capitán que tiene que asegurarse de que el equipo se mantiene unido y rinde como tal. Ahora me doy cuenta de que así no funcionan las cosas. En una democracia, no sirve intentar resolver las diferencias de opinión entre bastidores. Deben hacerse públicas a tiempo, aunque eso no nos haga la vida más fácil", declaró Scholz.
Pero en el SPD ya empieza a pensar en el día después del 23 de febrero y en las consecuencias de una debacle del partido más antiguo de Alemania. Los primeros signos de desintegración ya son visibles, como dice un experimentado estratega del SPD: "El sistema de Scholz se está desintegrando". Añade que en la formación parece prevalecer ahora el lema sálvese quien pueda y subraya: "El partido se tambalea. Hay diputados que ni siquiera quieren pegar carteles en esta campaña".
La derrota de Scholz sería un jaque mate a la ejecutiva del partido, que aceptó la voluntad del canciller de optar a una segunda candidatura a sabiendas de que sus opciones son pocas. Uno de los copresidentes del partido, Lars Klingbeil, le sugirió en dos ocasiones que abandonara en favor del ministro de Defensa, Boris Pistorius. Scholz se negó. Se ve capaz de ganar unas elecciones anticipadas pese a ser el último responsable de la ruptura de su coalición de Gobierno.
Jürgen Maier, catedrático de Comunicación Política en la Universidad Técnica de Kaiserslautern-Landau, sostiene que, con un 30% de indecisos, los partidos cuentan con un margen de mejora y el detonante podrían ser los debates televisivos. Para quienes ya tiene una opinión formada, los duelos entre candidatos solo sirven para reafirmarse. Para los indecisos, en cambio, estas citas resultan claves. La cuestión en este caso es que todos los candidatos son bastante impopulares.
A la clásica pregunta de los sondeos sobre a quién prefería tener al frente del próximo Gobierno, el 24% de los ciudadanos respondió que a Friedrich Merz, el 21%, a Robert Habeck (Verdes), el 17%, a Alice Weidel (AfD) y el 15%, a Scholz. Al 23% no le gusta ninguno de ellos.