Paco Castañares (Serradilla, Cáceres, 1960) es ya una de las voces autorizadas para hablar de incendios forestales en España. Exdirector general de Medio Ambiente con Ibarra en Extremadura, ha asentado su nombre en todo el país como divulgador, opinador y, sobre todo, buen conocedor del funcionamiento de los incendios forestales.
—Lo de este verano, ¿lo hemos visto alguna vez?
—Me sorprende que haya políticos que se sorprendan. Ocurrió en 2017 en Chile o Portugal. Fueron escenarios similares, con grandes cargas de combustible y decenas de muertos. Advertimos entonces que esos incendios eran una realidad que había llegado para quedarse y que no tardarían más de cinco años en producirse en España. Y vaya si lo hicieron. En los meses de julio y agosto de 2022, sufrimos grandes incendios forestales como aquellos. Hubo muertos en Losacio (Zamora). Ya entonces éramos capaces de detectarlos con horas de antelación. No pueden decir que estos incendios, los de ahora, sorprenden, cuando ya habíamos anunciado de forma insistente que ocurrirían.
—En estos incendios, ¿hay más de emergencia climática o de abandono rural?
—Hay más abandono rural que emergencia climática. Para que se entienda, si estos bosques que tenemos ahora, con las cargas actuales de combustible, los hubiésemos tenido en 1960, los incendios habrían sido igual de graves y destructivos. Y viceversa. Luego, no es el cambio climático, es la falta de gestión forestal. Y eso es siempre responsabilidad de la administración. El cambio climático existe y podemos decir que contribuye porque incorpora escenarios nuevos y alarga el período en el que el combustible está en disposición de arder. Los incendios del norte de Portugal se produjeron en octubre, fuera de la época habitual de grandes incendios, por ejemplo. En Extremadura tuvimos un gran incendio que quemó más de 10.000 hectáreas en el mes de mayo de 2023, en Las Hurdes. Estos episodios ocurren por el cambio climático, pero cometeríamos un error si no fuésemos capaces de ver que la verdadera razón está en las enormes cargas de combustible sin gestionar que almacenan nuestros bosques.
—La despoblación también es «combustible»...
—Sin duda. Cuando nuestros montes estaban habitados, la dinámica de supervivencia de la gente que vivía en ellos les hacía consumir grandes cantidades de leña para cocinar sus alimentos y calentar sus hogares. Abrían espacios al monte para cultivarlos y disponer de alimento para el ganado en épocas de escasez. Usaban el fuego de baja intensidad para renovar pastos. Los incendios se apagaban con facilidad por la gente de los pueblos. Eso ya no va a volver. A la gente de los pueblos, en lugar de trabas absurdas, deberían ponerles la alfombra roja. Con eso se ahorrarían cientos de millones de euros en prevención.
—La gente del campo insiste en que no les dejan hacer lo que siempre han hecho.
—Es así. Y es decisivo en muchas ocasiones. Algunos señores de ciudad, sentados en cómodos despachos, se empeñan en decirle a nuestros agricultores, ganaderos o forestales lo que pueden o no pueden hacer y donde pueden o no pueden hacerlo. Las consecuencias, los incendios que estamos viendo estos días. Ellos, los que están en los despachos, son los verdaderos pirómanos.
—Es el gran debate, ¿se invierte lo suficiente en prevención?
—No se invierte nada para lo que habría que invertir. Que a estas alturas tengamos que evacuar pueblos y a miles de personas por un incendio forestal no es más que el reconocimiento de un enorme fracaso de las tareas preventivas. Si no somos capaces de asegurar la vida de la gente, ¿qué mierda de política forestal estamos haciendo? Es muy fácil proteger los pueblos. Basta con tener cuidados y labrados los olivares que los rodean para mirar sin miedo a los ojos del fuego, porque sabes que no te va a llegar. Te llegará el humo, pero te metes en casa y ya estás a salvo. No es posible que ni siquiera esa prevención hagamos. Cuesta poco mas de 50.000 euros por pueblo y no hacerlo es simplemente una conducta criminal.
—El incendio de Jarilla. ¿Hablamos de sexta generación?
—Sin duda. Es un incendio de sexta generación clarísimo y hemos llegado a él por décadas de abandono y desidia. Por pensar, desde la ciudad, que se puede vivir sin el medio rural. Por no hacer caso a la gente que lo viene avisando, a científicos como Víctor Resco, a quien deberían leer cada día todos los políticos.
—El fuego ya se ha llevado vidas este año. ¿Seguirá matando en España?
—Lamentablemente, sí. Desde 2010, en Europa, cada año, hay más muertos por incendios forestales que por terrorismo. La mayoría de los países están en niveles máximos de alerta por terrorismo. Los incendios matan más y ninguno declara la emergencia permanente por incendios forestales. Deberían hacerlo y tomarse en serio algo que ha venido para quedarse, que se puede evitar y que ocurre porque las administraciones públicas y la política, sobre todo la política, la mala política, quieren que ocurra.
—¿Vale con un pacto de Estado?
—Nosotros propusimos un pacto de Estado. Un pacto contra los incendios, no contra la emergencia climática. No confundamos. La emergencia climática hay que resolverla en la ONU.
—Ahora, miramos las llamas. Tras las llamas, viene otro peligro.
—Viene un problema mucho mayor aún, que no se ve y del que nadie que no viva en las zonas abrasadas se da cuenta. Las lluvias torrenciales de finales de verano o principios de otoño vienen a rematar los espacios forestales quemados. Arrastran las cenizas, la tierra fértil que se ha quedado sin anclaje al suelo al perder la vegetación y toneladas de restos vegetales quemados. Un verdadero drama porque perdemos suelo y dificultamos mucho la capacidad de regeneración que tienen nuestros montes. Esos arrastres también contaminan nuestros ríos y matan la vida en su interior, convirtiendo el agua que transportan o almacenan en vertederos de chapapote que acaba con nuestras reservas de agua potable. Los incendios nos matan, sus consecuencias nos rematan. Hay que acabar con esto. Es una emergencia evitable.
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