El 'harakiri' político del presidente que olvidó que Corea del Sur es una democracia
A la luz de las velas y de la rabia de un pueblo que ha visto cómo un presidente elegido en las urnas trataba de secuestrar la democracia del país con una ley marcial, el grito de guerra en la calle durante los últimos seis días de protestas ha sido una canción de K-pop. "Tenemos un camino difícil ante nuestros ojos. Un futuro desconocido y muchos muros por delante. Pero no podemos rendirnos", reza la letra de Into the New World, un sencillo de 2007 del grupo surcoreano Girls Generation.
La letra parecía hecha a medida para convertirse en el himno de unas masivas protestas que han sido un ejemplo de cómo un pueblo se lanza a la calle para proteger sus instituciones de manera muy ruidosa a la par que cívica y ordenada. En su diana, siempre estuvo presente la petición de destitución del presidente conservador Yoon Suk Yeol. El líder surcoreano que envió soldados y vehículos acorazados al Parlamento tras imponer la ley marcial, sobrevivió el sábado al proceso de destitución del Parlamento. Pero su partido le tiene maniatado políticamente, paralizado de sus funciones, a la espera de forzar pronto su dimisión. Así lo manifestaron el domingo el primer ministro y el líder de la formación.
Al final, la dirección del gobernante Partido del Poder Popular (PPP) es la que maneja los tiempos y pretende dar el último empujón al presidente después de mantenerlo en el cargo tras boicotear la moción. No quieren que la oposición se lleve el mérito de haber destituido en un impeachment al presidente. Si su plan no sale adelante, en el horizonte asoma una nueva moción de censura que la oposición presentará el miércoles.
Los surcoreanos abrazan el don de la perseverancia en cuanto a las protestas públicas. No dejan la calle hasta que consiguen su propósito. Decenas de miles de personas pasaron tres meses todos los días en 2017 manifestándose en Seúl hasta que lograron que los políticos se pusieran de acuerdo para sacar adelante una moción de censura contra la entonces presidenta Park Geun-hye, asediada por la corrupción. Estos días, al grito de "traidor", muchos pedían que Yoon fuera arrestado. La policía está investigando al presidente como sospechoso de traición y abuso de poder. Por ahora, el único detenido -este domingo- bajo ese cargo ha sido el ex ministro de Defensa, Kim Yong-hyun, quien presentó su dimisión hace unos días tras disculparse por la ley marcial.
Corea del Sur dejó atrás la dictadura militar a finales de la década de 1980 y sus ciudadanos se sienten muy orgullosos de su difícil transición hacia una democracia ya consolidada. Por ello, la abrupta decisión de Yoon de imponer la ley marcial, que le habría permitido ejercer control sobre el Legislativo o los medios de comunicación, conmocionó al país y acaparó además el foco internacional, que rara vez apunta a este lugar en asuntos políticos.
Si hay algo que Seúl ha hecho bien en los últimos años ha sido extender su influencia a través del poder blando, en este caso con el Hallyu (ola coreana), un fenómeno cultural mundial impulsado por grupos de K-pop como Girls' Generation, la banda de chicos BTS y los K-dramas. Sin olvidar aclamadas series como El juego del calamar y oscarizadas películas como Parásitos.
Toda esta atracción del Made in Corea tuvo mucho que ver con que despertara tanta atención internacional el autogolpe de Estado del presidente Yoon con su ley marcial. Eso y que Seúl, en una región llena de regímenes autoritarios, es un aliado fundamental para las democracias de Occidente, sobre todo para Estados Unidos, su gran valedor internacional y escolta militar.
En Washington, donde se han acostumbrado a usar a Corea del Sur, Japón, Taiwan o Filipinas como peones de una partida geopolítica más grande que disputa contra China, están inquietos por la crisis política sin precedentes en la democracia surcoreana por culpa de un líder al que le entró un ramalazo de dictador más propio de su vecino Kim Jong-un.
Fue una sorpresa que Yoon, alguien que ha pasado toda una carrera de fiscal limpiando de corruptos el sistema democrático surcoreano, utilizara la herramienta a la que tanto han recurrido otros autócratas asiáticos para tomar el control de un Parlamento que había perdido en las elecciones parlamentarias celebradas a principios de este año.
Cuando Yoon ganó las últimas elecciones generales por un estrecho margen en 2022, heredó un país todavía sacudido por los largos cierres de la pandemia. Dentro de casa, dominaba la polarización política. Pero su estrategia era mostrarse como un líder fuerte en política exterior, con una línea más dura hacia la vecina Corea del Norte y estrechar los lazos militares con EEUU. Los éxitos de Yoon se dieron en el escenario internacional, sobre todo al lograr la normalización de las relaciones con Japón.
Pero su alto estatus político en el extranjero no tenía nada que ver con la visión que había en su país, donde veían a un mal comunicador que no sabía manejar la economía y que cargaba con nefastas gestiones como la de la estampida de la fiesta de Halloween en el centro de Seúl en la que murieron 154 personas aplastadas.
Ahora, a la espera de una renuncia forzada o un nuevo proceso de destitución, Yoon pasará a la historia de su país como el presidente que se hizo un harakiri convirtiendo a Corea del Sur en un régimen militar durante las casi seis horas que duró la ley marcial.