Las cenizas de los incendios del verano envenenan ahora los ríos

Los vecinos de Orense, de la comarca del Bierzo o del norte de Cáceres lo han visto en directo: ríos de ceniza bajando de la montaña como una avalancha silenciosa. En algunos pueblos el agua del grifo ya no se puede beber y las fuentes manan un líquido marrón. «Advertimos de ello y parece que cuesta creerlo, pero los incendios no se apagan cuando cesan las llamas», recuerda Víctor Resco, ingeniero forestal y catedrático en la Universidad de Lérida. «Sus consecuencias se prolongan durante meses o incluso años». Y los ríos tóxicos son la primera muestra.

Un «cóctel químico» para la salud

Resco explica a ABC que el problema de las aguas negras no es solo visual, pese a que sea lo más llamativo, ya que ese arrastre puede tener «efectos muy negativos en la calidad del agua», sobre todo en las superficiales, de las que dependen ríos, embalses y poblaciones enteras. Los ríos se han convertido en un «cóctel químico», dice.

Las partículas procedentes de los montes quemados transportan metales pesados —arsénico, plomo o mercurio— y restos de materiales orgánicos. «Estos compuestos se infiltran en los acuíferos y, al ser ingeridos, pueden provocar una toxicidad crónica», advierte, que puede derivar en daños neurológicos, renales o hepáticos. Además, las potabilizadores se ven desbordadas ante el aumento de turbidez y biomasa.

Fauna y flora muerta

Pero el problema no termina ahí. Las cenizas también empobrecen el resto de vidas —fauna y flora— que forman parte del ecosistema y que dependen del agua envenenada. Y los efectos en estos ecosistemas fluviales son inmediatos. En los cauces, las cenizas asfixian a los peces y a los invertebrados al colmatar el fondo y reducir el oxígeno disuelto. También alteran el pH y liberan nutrientes que disparan las floraciones de algas y cianobacterias tóxicas.

Además, los metales pesados se adhieren a los tejidos de los peces, que pueden intoxicar a las aves y mamíferos que se nutren de ellos para sobrevivir. Y las plantas que crecen en el fondo de los ríos mueren por la falta de luz y oxígeno, rompiendo en el proceso toda la cadena trófica. «Si faltan plantas no hay insectos, sin ellos desaparecen los peces, y si se quedan sin su alimento las nutrias y garzas se mueren», ejemplifica Miguel Ángel Soto, portavoz de las campañas de Bosques de Greenpeace, que quiere dejar claro que «no es un agua que se pueda beber ni usar, ni por personas ni por animales».

Terrenos «esqueléticos»

A esta pérdida de calidad se suma la degradación del terreno. Los suelos, desprovistos de vegetación, pierden nutrientes y se vuelven «más esqueléticos», retrasando la regeneración natural tanto de los bosques como de los cultivos. «El fuego ha eliminado la vegetación que sujeta el suelo y, sin ese escudo natural, la erosión se dispara», explica Resco. Y cuando llegan las lluvias torrenciales, ese cóctel de sedimentos y cenizas se precipita a los cauces, contaminando embalses y manantiales. «Sin la combinación de mucha superficie quemada, zonas de alta pendiente y lluvias intensas, esto no hubiera pasado», añade Soto.

La comarca de Valdeorras (Orense), se encuentra arrasada tras los incendios de este verano Miguel Muñiz

Los expertos lo resumen en una frase: la tormenta perfecta. Y aunque las concentraciones tóxicas se diluirán con el paso de las semanas, el impacto inmediato es grave, sobre todo en aldeas y pequeñas localidades que dependen de ríos o manantiales para abastecerse de agua potable.

Galicia

Aguas negras y cruces de acusaciones

En Galicia, la región más afectada es la comarca de Valdeorras (Orense), escenario del mayor incendio de la historia de la comunidad, con 30.000 hectáreas arrasadas este verano en el municipio de Larouco. En zonas como Petín, los vecinos se han visto obligados a asumir las tareas de prevención y contención ante la falta de medios. «La situación cambia día a día, según la lluvia. En algunos puntos el agua sale oscura, aunque en general no tan grave como el Vilamartín de Valdeorras», explica su alcaldesa, Raquel María Bautista.

Bautista reconoce que «no vale para beber, pero sí para poner lavadoras o ducharse», y denuncia la ausencia de protocolos y la falta de coordinación entre administraciones. «Estamos haciendo lo que creemos mejor», asegura. Por su parte, la Xunta de Galicia ha anunciado la creación de diques, cordones vegetales y el uso de paja o madre para frenar la erosión —técnicas de 'mulching' o 'helimulching' cuando se aplican desde helicópteros—, aunque la falta de comunicación con la Confederación Hidrográfica Miño-Sil ha vuelto a provocar el habitual cruce de acusaciones sobre las competencias, que en el caso de estas tareas de prevención atañe a Galicia en los montes y al Gobierno central en las cuencas de los ríos y embalses.

Imagen principal - En la comarca de Valdeorras (Orense), varios ríos lucen con un brillo aceitoso que recuerda al alquitrán, a causa de las cenizas de los montes calcinados este verano
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Imagen secundaria 2 - En la comarca de Valdeorras (Orense), varios ríos lucen con un brillo aceitoso que recuerda al alquitrán, a causa de las cenizas de los montes calcinados este verano
Ríos negros En la comarca de Valdeorras (Orense), varios ríos lucen con un brillo aceitoso que recuerda al alquitrán, a causa de las cenizas de los montes calcinados este verano Miguel Muñiz

Para el catedrático Agustín Merino, experto en Edafología y Química Agrícola en la Universidad de Santiago, el problema es doble: la magnitud de los incendios y el coste de restaurar lo quemado. «En los grandes fuegos, entre un 10 y un 15% de la superficie tiene una severidad alta. Es ahí donde habría que aplicar estas técnicas, pero en Galicia solo se ha hecho en el 1% del terreno afectado», advierte. Con las pendientes pronunciadas de Orense, la escorrentía se multiplica, y con ella los riesgos. «El gasto de limpiar esas aguas va a ser tremendo», alerta. Además, avisa de lo que está por venir. «El mayor peligro llegará en verano, cuando los nutrientes arrastrados por las cenizas se conviertan en un caldo de cultivo para las cianobacterias. Con el calor, aparecerán las floraciones tóxicas que inutilizan el agua para el consumo y hasta para el baño».

Castilla y León

Pueblos que beben de camiones cisterna

En el Bierzo, los vecinos también viven pendientes de los grifos. En Puente de Domingo Flórez, un pequeño pueblo de 900 habitantes, y en Salas de la Ribera, con otros 250, los ayuntamientos han prohibido el consumo de agua de grifo hasta nueva orden, y han colocado grandes depósitos en las calles. Cada vecino llena sus garrafas según sus necesidades y, cuando se agotan, los camiones cisterna vuelven a rellenarlos. A kilómetros de allí, en la captación de Llamas de Cabrera, el fuego arrasó la vegetación que protegía el suelo y ahora deja un sello gris en el agua.

En Tremor de Arriba, una pedanía del municipio de Igüeña, los vecinos llevan casi dos meses sin poder beber del grifo: el incendio destruyó ocho kilómetros de la tubería de abastecimiento y las lluvias otoñales han llenado de ceniza el río Tremor. A petición de la Junta Vecinal, la Diputación de León distribuye agua embotellada entre los vecinos. En otros municipios afectados, los ayuntamientos han intensificado los análisis del agua por si fuera necesario restringir el consumo.

Extremadura

Gargantas muertas y aldeas «como en los sesenta»

En Extremadura, el impacto del fuego y las lluvias ha sido devastador. Según el experto forestal Paco Castañares, las zonas más afectadas son el entorno de Jarilla y Las Hurdes, donde el fuego alcanzó este verano las cumbre que dan origen a los ríos Ambroz y Jerte. «Las gargantas están muertas. No hay vida posible en ellas», advierte. «El suelo tenía una capa fértil muy delgada y ha quedado completamente desnudo. Sin raíces que lo sujeten, la lluvia lo arrastra ladera abajo. Esa pérdida impide la regeneración natural del bosque y puede tardar siglos en recuperarse», explica. Hoy, varias localidades del norte cacereño reciben agua en cisternas, «como en los años sesenta», lamenta con sorna Castañares.

Los expertos sentencian que el fuego, el agua y la erosión dibujan un mismo diagnóstico: un territorio sin gestión y sin defensa. «Tenemos que invertir en la restauración en verde, no en la restauración en negro», insiste Resco. Aconsejan destinar recursos a prevenir —gestionar los bosques, mantener la ganadería extensiva, limpiar montes, realizar quemas controladas y favorecer la agricultura— en lugar de gastar millones después del desastre.

Los expertos coinciden en que los ríos de ceniza que bajan tras las lluvias son solo el síntoma más visible de un problema estructural. España se quema cada verano, y cuando las llamas se apagan, el paisaje sigue ardiendo por dentro.