El sueño trumpista de una América autárquica

En el documento se define una estrategia de 'rehemisferización' de la economía estadounidense como no se ha visto desde que James Monroe, el quinto presidente del país, definió en 1823 la doctrina de «América para los americanos», advirtiendo a las potencias europeas de que si ponían un pie en América, Washington iría contra ellos. El Proyecto 2025 dice: «EE.UU. debe hacer lo posible (…) para conseguir que la industria manufacturera global pase de estar en sitios distantes del mundo (especialmente de la hostil República Popular de China que no respeta los derechos humanos) a países de América Central y del Sur. La 'rehemisferización' de la industria manufacturera no sólo eliminará problemas recientes en las cadenas de suministro que perjudicaron a EE.UU. sino que supondrá una mejora para regiones de América que necesitan crecimiento y estabilización».

Esta vez el enemigo no son las potencias europeas, sino China, un país que ha aprovechado el desinterés manifiesto que Estados Unidos ha mostrado hacia el resto de América durante el siglo XXI (los tratados comerciales entre México, Canadá y EE.UU. son de la época de Bill Clinton, en la década de 1990) y ha tomado posiciones estratégicas tanto sobre el territorio (control de puertos en países como Perú y Ecuador) como sobre la balanza comercial de antiguos socios de EE.UU. como Chile, Brasil, Perú o Venezuela donde Pekín se ha convertido en el principal cliente.

La noción que hay detrás de Proyecto 2025 es que América es un continente globalmente autónomo, que no sólo está aislado del resto del mundo por dos océanos gigantescos, sino que es más cerrado y menos dependiente de las otras regiones porque lo tiene todo desde el punto de vista de los recursos naturales, desde los minerales escasos hasta la producción agroalimentaria. Y esto unido a la potencia tecnológica y educativa que representa Estados Unidos, forma un conjunto geopolítico que puede intentar la autarquía con muchas probabilidades de éxito. Por eso Trump decía hace poco: «Tenemos de todo. No necesitamos nada de ellos». La idea es que de América todos extraen (recursos, materias primas, energía y conocimiento), pero el continente realmente no necesita nada material que Europa, Asia o África le pueden ofrecer. «Estados Unidos y sus vecinos del norte y del sur son colectivamente más grandes, más ricos, más fuertes y más autónomos que cualquier posible rival en el planeta», escribe David Lubin, investigador del 'think tank' Chatham House.

Las desventajas son la falta de integración de la región y la falta de sintonía política con Donald Trump

Acostumbrados a analizar el mundo en clave atlántica, mirar las cifras de otra manera puede resultar muy sorprendente. Efectivamente, según datos del FMI, el PIB nominal de las Américas es el más grande del planeta, totalizando casi 40 billones de dólares en 2024. Incluso añadiendo a China la riqueza de todo el sudeste asiático y sumándole el PIB de países como Japón, Corea del Sur o Taiwán (lo que supone una herejía geopolítica), apenas llega a poco más de 31 billones de dólares. Europa (del Este y del Oeste) está en 28,2 billones de dólares. La India y sus vecinos, que eventualmente se podrían unir al resto de Asia, suman 5,3 billones de dólares.

Aunque el PIB no es un buen indicador para determinados análisis hay académicos que consideran que contiene la información principal para evaluar el poder nacional. Aunque esta manera de ver las cosas permite advertir oportunidades estratégicas, también hay inconvenientes. América es un continente grande y rico, pero está mucho menos integrado que Europa y Asia. Su producción mayoritaria son bienes intermedios para productos que se finalizan en otras regiones. Esto significa que un esfuerzo de integración debería explotar sinergias pendientes.

El mayor obstáculo es político. Trump tiene aliados fuertes en la zona (Argentina y El Salvador), pero la mayoría de los gobiernos de la región son de izquierdas, como en Colombia, Chile o Brasil. Y la penetración china en los últimos 20 años ha sido notable. Sin embargo, con un presidente que no se achanta ante la posibilidad de usar la coacción, es evidente que América ha vuelto a ser definida en términos de Monroe.