Trump inflama al Partido Republicano en su discurso más emocional, el primero desde el atentado
Aforo completo por primera vez en toda la semana, una energía electrizante en el pabellón y una emoción más propios de un evento deportivo, musical o religioso que de un acto político. Los cierres de las convenciones nacionales de los dos grandes partidos estadounidenses son siempre un momento espectacular, intenso, televisivo como sólo este país puede concebirlos. Con música en directo, himnos, soldados y tributos. Con miles de globos tricolor, como la reverenciada bandera nacional, y retórica épica digna de películas oscarizadas. Pero el acto final de este jueves fue sin duda algo especial, con el gran discurso de Donald Trump, el de aceptación de la nominación de su partido, el de ratificación como líder indiscutible y casi mesiánico del Partido Republicano, pero sobre todo el del superviviente al primer atentado presidencial en 43 años.
Los cronistas de la última década hablan de momentos decisivos en la carrera política de Trump. Su primer mitin, su primer discurso de aceptación, la primera intervención ante el Congreso. El de esta noche formará parte de esa categoría por el simbolismo, por el tono, por lo que supone. El mundo está acostumbrado al Trump vitriólico, arrollador, destructor. A la fuerza de la naturaleza que dice lo que le pasa por la cabeza, sin pensar en el mañana o el ayer, sin el menor apego a la verdad o la realidad, pero con un carisma que cualquier asistente a sus actos debe reconocer. Pero ni el mundo ni el los republicanos, partido, aparato y simpatizantes, están acostumbrados a la versión más trascendental del personaje.
La gran pregunta que se hacían los analistas es si aparecería el abuelo reconciliador que aplaudía con su nieto en el regazo mientras hablaba su hijo o el líder de todos los hombres blancos enfadados y agresivos que subieron a la tribuna antes que él, paradigmas de la masculinidad que el MAGA defiende: músculos, armas, confrontación.
Los artículos de estos días hablaban de un Trump cambiado, afectado por haber estado tan cerca de la muerte. Dicen sus allegados que pasado de los exabruptos, el egoísmo, a lo "emocional, sereno e incluso espiritual", según una crónica de Politico, uno de los medios de referencia, que recogía las impresiones de los que lo han visto en privado desde el atentado. Los críticos dicen que es todo fachada, propaganda. Que es su forma de blanquear al personaje y surfear la ola y que eso se ha dicho muchas otras veces, bien por su equipo para tranquilizar, bien por sus detractores para autoengañarse. Pero si e objetivo era presentar el lado más suave, como se hizo con el vicepresidente la noche anterior, está claro que su campaña lo ha leído muy bien.
"Como ya saben, la bala del asesino estuvo a un cuarto de pulgada de quitarme la vida. Mucha gente me ha preguntado qué pasó y, por lo tanto, les contaré lo que pasó y nunca volverán a saberlo de mí por segunda vez, porque es demasiado doloroso contarlo", dijo en su discurso. Toda la semana ha estado callado, cabizbajo incluso. Serio, pensativo, con la cabeza en otra parte desde el palco vip desde el que escuchó un rato de las intervenciones cada día, pero no más.
Trump tenía su momento reservado a las 21.00, hora local. El programa del día era mucho más flojo, con oradores de segundo o tercer nivel, incluyendo empleados de sus campos de golf. Pero la última hora era diferente, con una selección que cubre casi todos los ángulos y que ayuda a entender el nuevo Partido Republicano que se va construyendo a imagen y semejanza de su líder, pero sin duda a su vera.
Tucker Carlson, el ex presentador estrella de la Fox que ahora va en solitario y que hace unos meses entrevistó a Vladimir Putin en Moscú. El gran referente mediático de los conservadores en general y del movimiento MAGA en particular que elogió al presidente, criticó salvajemente las ayudas a Ucrania, tildándolas como "un insulto y una peineta a los americanos" que no llegan a fin de mes.
Estuvo Hulk Hogan, la estrella de la lucha libre de los años 80, dando un show de primera y haciendo lo que todo el público esperaba: arrancarse y romper su camiseta para enseñar otra debajo con los nombre de Trump y J.D. Vance, su candidato a vicepresidente.
Les siguió el pastor Franklin Graham, hijo y heredero de Billy Graham, el hombre al que cortejaron todos los presidentes desde Eisenhower. Quizás el predicador evangélico más importante del siglo XX en América, el líder espiritual y moral de un movimiento que ahora es decisivo y está completa y ciegamente volcado con Trump y la versión más religiosa y nacionalista posible.
Y la familia. Si en la víspera fueron Don Jr. y su hija Kai, la nieta de Trump, los que subieron al escenario, esta vez fue el turno de Eric, mientras a pocos metros le escuchaban sus hermanos, Melania Trump, Ivanka y su marido Jared Kushner. Todos juntos por primera vez.
Lanzando así el mensaje más importante en lectura interna: importan los medios de comunicación y los propagandistas. Importan las grandes figuras como Hogan o Dana White, el presidente del negocio más importante de Artes Marciales Mixtas, dos caladeros de voto conservador. Importa y muchísimo el lado evangélico, y más si Trump quiere cultivar ese lado de hombre de fe que jamás tuvo. Pero por encima de todo, lo primero, a mucha distancia, es la familia. Su familia. La que tiene el control del escenario, del partido, y si todo les sale bien, del país también.