Hace tres semanas, el 23 de noviembre, el Gran Canaria sufrió un destino igual y solo alcanzó 61, mientras que el 7 de diciembre, fue el Andorra el que cortocircuitó y remató su encuentro contra los catalanes con un pobre 102-71 en el electrónico. Pistas que encumbran el trabajo de Xavi Pascual, triunfal su regreso al escudo de sus amores, capaz el maestro de Gavá de revivir al Barça en tiempo récord (acaba de cumplir un mes en el cargo) gracias al unocerismo, un mantra futbolístico que consiste en alcanzar el éxito gracias a la solidez defensiva, a dejar la portería a cero. En el baloncesto profesional, por supuesto, no encajar es imposible, pero Pascual ha demostrado que fundir la ofensiva rival en una época donde se meten más tantos que nunca es un camino atípico pero muy efectivo para devolver al Barça a la élite de la canasta.
La comparativa con su antecesor evidencia el cambio de tendencia. Peñarroya, en los 15 encuentros que dirigió esta temporada antes de ser fulminado tras la bochornosa derrota ante el Girona (96-78), encajó una media de 87,6 puntos, y en siete de ellos la cifra ascendió por encima de los 90. En cambio, con Pascual, los azulgranas únicamente reciben 72,8, siendo el Olympiacos, con uno de los arsenales más temidos del continente, el único que ha sido capaz de superar los 80, aunque la derrota fue inevitable (98-85). «Estamos poniendo muchísimo foco en la defensa, tenemos muchas sesiones de vídeo y también muchos planes preparados, tres para cada partido, y eso nos permite ser versátiles. Cuando un equipo se empieza a acostumbrar a lo que hacemos, pues cambiamos para que se vuelvan locos otra vez», aseguró Brizuela tras tumbar a los griegos.
El Barça, con Peñarroya, recibía 87,6 puntos de media. Con Pascual, la cifra ha bajado hasta los 72,8
La riqueza táctica y el profesionalismo con el que el Barça afronta los choques ha devuelto la ilusión a la parroquia del Palau, consciente de que en esta campaña las posibilidades de cerrar dos años de sequía en cuanto a títulos han aumentado gracias al libreto de Pascual. Una hoja de ruta que, sin embargo, fue la misma que tanto club como afición aborrecieron allá por el 2016, cuando el técnico fue despedido. Es cierto que una única Supercopa en los dos últimos cursos significó el principal motivo del adiós del entrenador, pero desde la propia zona noble del Barça se argumentó que su estilo, con la defensa y el ritmo controlado como estandartes, se había convertido en un arma poco estimulante. «La gente de aquí nos cansamos de todo y progresivamente estas dos temporadas la gente se ha cansado de mi figura. Entiendo lo de cambiar de modelo y empezar de cero, seguramente en su lugar haría lo mismo y lo respeto», aseguró Pascual, entre lágrimas, el día de su marcha.
El nuevo rumbo, pese a todo, condujo hacia los malos resultados, los ceses constantes y una inferioridad más que palpable ante el Real Madrid, que vivió su época más dorada en cuanto a títulos de la mano de Pablo Laso. Georgios Bartzokas, Sito Alonso, Roger Grimau y Joan Peñarroya nunca dieron con la tecla, y solo Sarunas Jasikevicius, con permiso del breve aunque eufórico paso de Svetislav Pesic, consiguió construir un bloque a la altura de las circunstancias. Ahora, el Barça ha viajado atrás en el tiempo, se ha entregado una vez más a Pascual para afilar unos colmillos que, hace no mucho, eran temidos y respetados en toda Europa.