Aunque Rmeich es una ciudad cristiana, está rodeada de poblaciones chiís en las que domina Hizbolá. En primavera de 2024, cuando estalló la última guerra con Líbano, milicianos de Hizbolá acercaron a Rmeich los sistemas móviles desde los que lanzan misiles, que una vez que disparan, retiran, pero que «atraen» los ataques del ejército israelí. En cuanto los vieron llegar, un grupo de jóvenes avisó al padre Toni Elias, quien empezó a tocar las campanas para convocar a la población, y consiguió «convencer» a los milicianos de que debían marcharse.
Lo sucedido llegó a oídos del ejército israelí, y al menos hasta ahora, Rmeich es una isla «feliz» en medio de la destrucción. «Ahora a nuestro alrededor ahora hay sólo cenizas y escombros que ni siquiera podemos retirar, pero gracias a Dios hemos evitado que destruyan nuestras casas», explica a ABC con pena. Añade que acogen a todo el que quiera vivir en serenidad. «En 2006 acogimos a muchos musulmanes, y cuando comenzó esta última guerra pensamos que la situación se repetiría». «En esta guerra no hay combates en nuestra zona, pero sí mucha incertidumbre, no sabemos qué va a pesar. Lo peor es la incertidumbre sobre cómo estaremos mañana».
A su lado está sentado Antonios, también sacerdote en Rmeich. Habla un poco de español. «Lo he aprendido del contingente de militares españoles, cascos azules de la ONU, que trabajan en nuestra zona», explica. «Ellos también vienen a la parroquia, ayudan a la población, enseñan el español», describe. Cuando se le pregunta qué opina sobre la retirada de estos cascos azules, prevista para el año 2026, responde con sentimientos encontrados. «Si se van porque ya no es necesario el contingente, es una buena noticia. Si hay paz es una buena noticia». «¿Hay paz?». «Tarde o temprano la habrá».
Rmeich, isla de paz
«Hemos vivido la guerra los últimos dos años o dos años y medio, pero no hemos perdido la esperanza. La hemos predicado con obras», apunta Toni Elias. Mientras habla, empiezan a sonar las campanas en Harissa. El Papa ha llegado a este santuario, cuyos muros celan el centro espiritual del Líbano. Es uno de los pocos lugares del mundo al que peregrinan cristianos y musulmanes, que tienen devoción por la Virgen María, madre de Jesús, a quien consideran el segundo profeta más importante. Suben un centenar de escalones de sus escaleras de caracol, para llegar hasta los pies de una imponente estatua de bronce de 15 toneladas y 8,5 metros de altura de «Nuestra Señora del Líbano» que abre las manos hacia Beirut, donde pronuncian una oración.
«Vienen incluso desde Irán», aseguran en el santuario. Juan Pablo II visitó este lugar en 1997 para celebrar una misa. Viendo el perfil de los peregrinos, aquí definió al país como «un mensaje en sí mismo de tolerancia y apertura». «La Virgen nos da la fuerza para seguir esperando y trabajando, incluso cuando a nuestro alrededor retumba el ruido de las armas», ha dicho allí el Papa este lunes.
«El hecho de que León XIV esté aquí hoy con nosotros significa que lo que hemos vivido no ha sido en vano, nos trae la paz. Estamos cansados, llevamos 50 años de guerra. Ya no podemos más. Somos capaces de vivir juntos sin distinciones», comenta. «Queremos que esta vez llegue la paz, que sea la definitiva», concluye y se despide para escuchar a León XIV.
Rezo por Oriente Medio
El Pontífice ha comenzado su primera mañana en Beirut rezando ante la tumba del primer santo libanés, el ermitaño san Charbel Makluf (1828-1898), el «Padre Pío» de estas tierras, pues el monasterio que custodia sus restos recibe 4 millones de visitantes, tanto como cristianos y musulmanes, que lo consideran muy milagroso. León XIV ha entrado en la celda de piedra del monasterio donde falleció el ermitaño y ha rezado en la capilla donde se conserva su cadáver incorrupto. «Aquí rezo para pedir la paz en el mundo especialmente la imploro para el Líbano y para todo Oriente Próximo», ha dicho. Otro milagro para la lista de pendientes de san Charbel Makluf.