El Papa ha querido que su primer viaje incluyera una etapa en el avispero del Cercano Oriente, en el que pueblos y religiones parecen atrapados en un cruce de conflictos de décadas y siglos y de crisis económicas e institucionales. Ha podido ver edificios de Beirut que aún muestran las heridas de la guerra civil de quince años que concluyó en 1990 y enfrentó a facciones cristianas y musulmanas alimentadas por intereses extranjeros. Y estos días se cumple un año del alto el fuego teórico con Israel, que en 2024 invadió el sur del país para desarmar a la milicia proiraní Hizbolá.
Líbano es el único país del Cercano Oriente donde los cristianos son un grupo numérico relevante y como las demás naciones de la región, también aquí la religión marca las opciones políticas. Para mantener el equilibrio confesional que puso fin a la guerra civil, en 1989, con los Acuerdos de Taif se estableció que el presidente fuera cristiano; el primer ministro (con poder ejecutivo), musulmán sunita; y el presidente del parlamento (poder legislativo), musulmán chiita. Además, cristianos y musulmanes deben tener el mismo número de escaños en el parlamento, aunque no refleje el peso real de las religiones. La distribución garantiza el equilibrio, pero no la colaboración, pues la prioridad de cada grupo es no perder cuotas de poder.
El país atraviesa una grave crisis institucional y después de las elecciones de mayo de 2022 ha necesitado tres años para formar gobierno y para nombrar un nuevo presidente, aún incapaces de afrontar la crisis económica en la que está sumido el país, con un 80% de la población bajo el nivel de pobreza y sometidos a frecuentes cortes de electricidad.
Su primer discurso en esta tierra ha sido una de esas raras ocasiones en las que los líderes políticos se encuentran de acuerdo, pues todas las facciones lo aprecian y ven el viaje como una oportunidad para el país. En el Palacio presidencial, León XIV les ha pedido que «antepongan el objetivo de la paz a todo lo demás» pues Líbano «necesita autoridades e instituciones que reconozcan el bien común por encima del bien parcial». Le escuchaba tanto un delegado de Hizbolá, como líderes cristianos y suníes. «La paz es mucho más que un equilibrio, siempre precario, entre quienes viven separados bajo el mismo techo. La paz es saber convivir, en comunión, como personas reconciliadas, trabajar juntos, codo con codo, por un futuro compartido», les ha recordado.
Líbano necesita unidad
También les ha dicho que la paz consiste en «sanar la memoria» entre «las diversas almas del país o entre las naciones» que siguen alimentando los conflictos que los paralizan. «Si no se trabaja en un acercamiento entre quienes han sufrido agravios e injusticias, es difícil avanzar hacia la paz, cada uno permanece prisionero de su dolor y de sus razones». Les ha animado a ponerse inmediatamente manos a la obra pues «a veces se piensa que, antes de dar cualquier paso, es necesario aclararlo todo, resolverlo todo, pero es el diálogo mutuo, incluso en las incomprensiones, el camino que conduce a la reconciliación». «Esta paz transformará el modo en que os miráis».
León XIV ha dado las gracias a los 15.000.000 de libaneses de la diáspora ya que contribuyen a mantener en pie el país enviando ayudas a sus familias, pero ha elogiado sobre todo a quienes «se atreven a quedarse, incluso cuando supone un sacrificio». «Hay momentos en los que es más fácil huir o, simplemente, resulta más conveniente irse a otro lugar. Se necesita mucho valor y visión de futuro para quedarse o volver al propio país, considerando dignas de amor y dedicación incluso condiciones bastante difíciles».
Al Vaticano no sólo le preocupa la fuga de cerebros de esta tierra, sino que los cristianos son un factor moderador en medio de los extremismos de la región, y su desaparición beneficiaría a los extremismos. «La incertidumbre, la violencia, la pobreza y muchas otras amenazas producen una hemorragia de jóvenes y familias que buscan un futuro en otros lugares, a pesar del gran dolor que representa dejar su patria», pero «sigue siendo muy loable permanecer en la patria y colaborar día a día al desarrollo de la civilización del amor y de la paz». «Que nadie se vea obligado a partir y que quien lo desee pueda regresar en condiciones de seguridad» y «que sobre todo los jóvenes no se sientan obligados a abandonar su tierra y emigrar», ha concluido. Le han escuchado en silencio y le han aplaudido. El tiempo dirá si ha llegado el mensaje.
Según datos de 2020 que recoge el World Factbook de la CIA, de las 5.365.000 personas que viven en el Líbano, sin contar a los entre 750.000 y 1.500.000 de refugiados sirios, casi un 68% son musulmanes (31,9 % sunitas y 31,2 % chiís, junto a otras denominaciones como alauitas e ismaelitas) y un 32,4 % son cristianos (la mayoría católicos maronitas). En el país vive una minoría de drusos, aproximadamente un 4,5 %, y algunos judíos, bahaíes, budistas e hindúes. En total suman 18 grupos de creyentes diferentes, y por ahora cada uno respeta el espacio de los demás.
«El Papa visita el Líbano, no sólo a los católicos», explica a ABC el sacerdote maronita Antonio Doueihy. «Esto es muy importante, es una visita para todo el pueblo libanés, aunque naturalmente a los católicos nos alegre especialmente. Pero es una visita a todo el país», asegura. No le ha sorprendido la petición del Papa a líderes políticos y a empresarios de poner el interés del país por encima de sus intereses personales. «Toda corrupción es una traición a la vocación del país de ser un modelo de convivencia en Oriente Medio, también en momentos difíciles», subraya.