Megalópolis: Coppola se estrella contra el cielo en su despedida del cine

Ver Megalopolis, de Francis Ford Coppola, es para cualquier aficionado al cine, creyente del todo o solo los sábados por la noche, como asistir a misa para todo fiel. Pero no una misa cualquiera. Más bien, una misa del gallo en el Vaticano oficiada por el mismísimo papa y con los monjes benedictinos de Santo Domingo de Silos cantando el Kyrie eleison. Amén. Eso, por decir algo equivalente a ver pasar un cometa. Para situarnos, el Festival de Cannes (lo más parecido al templo romano en el cine) decidió que no se podía ver de cualquier manera. Y de muy buena mañana, a eso de las 7.30, puso a disposición de los periodistas unos autobuses rumbo a la pantalla IMAX más grande del extrarradio 'cannois'. El Palacio del Festival, donde se verá a continuación el resto de los días (la película no se ha rodado en formato IMAX), no era suficiente. ¿Jugada publicitaria? A saber.

La sesión dio comienzo una hora después y, ahora mismo, cuando ya han pasado varias horas de la proyección, no está claro si fue completamente decepcionante o, por lo inusual de la experiencia, la puerta de entrada a una nueva era. Con toda seguridad, las dos cosas. Quién sabe si con el correr del tiempo, Megalópolis no será señalada como el principio de lo que vino después. Y eso independientemente de que la cinta, en la que el más grande de los cineastas vivos (o uno de ellos) ha invertido toda una vida (empezó a hablar de ella en los años 80) y todos sus ahorros (el coste reconocido es de 120 millones), sea, no necesariamente por este orden, cargante, pomposa, errática, autoindulgente, arrogante y hasta fea. Duele. Y duele más porque éste, como se anuncia en el último cartel de la cinta, es de forma explícita el testamento del responsable de Apocalypse Now, El padrino, La conversación...

Para saber más

Eso sí, por primera vez, Coppola lleva a efecto su vieja teoría del cine en directo. Y lo contamos porque, desgraciadamente y según nos confirma la distribuidora, cuando la película se estrene en España esto no se verá. En un momento dado, la proyección se interrumpe y, ante la sorpresa general, un actor aparece en la sala no para anunciar que algo se ha roto sino para preguntar en calidad de periodista improvisado al protagonista de la película sobre cómo piensa reconstruir el desastre que acaba de ocurrir en la pantalla (se refiere a un cataclismo no al apagón, pero la duda cunde). No es una reflexión metacinematográfica o 'pirandelliana' (que un poco sí), sino más bien algo tan sutil como la introducción de la posibilidad del error en un proyecto por definición indeleble y cerrado en sí mismo como una producción cinematográfica. Brillante y, ahora sí, toda una perspectiva de futuro. Nadie lo vio venir. Lástima que el hallazgo sea exclusivo de Cannes.

Megalópolis hace discurrir en paralelo la propia historia de su producción con su propio argumento, el futuro del protagonista con el pasado del cineasta. "Un hombre del pasado para construir el futuro", se escucha. La trama gira en torno a un arquitecto visionario al que da vida Adam Driver y que en todo momento es imposible disociar del director. El momento cómico llega cuando anuncia cómo llamará a su futuro hijo y pronuncia el nombre de, en efecto, Francis. Su idea es reconstruir una ciudad ideal de los escombros de la que acaba de venirse abajo, pero que ya apuntaba maneras decadentes desde mucho antes de que un satélite soviético (sí, todavía es de la URSS) le explotase encima. La obra del artista "en su salto al vacío", como se repite, detiene el tiempo. Y eso vale igual para dentro que para fuera de la película; para, otra vez, Coppola que para el personaje de Driver.

El elenco de Megalópolis posa en la alfombra roja de Cannes frente a los fotógrafos
El elenco de 'Megalópolis' posa en la alfombra roja de Cannes frente a los fotógrafos.ANTONIN THUILLIERAFP

La némesis o antagonista es el alcalde al que da vida Giancarlo Esposito y cuya hija influencer (Nathalie Emmanuel) igual quiere ser la madre de la descendencia del artista que la pacificadora del odio de su progenitor. No pidan más explicaciones, porque no las hay y las que hay son de un confuso que abruman. En el resto del reparto, Aubrey Plaza, Dustin Hoffman, Jon Voight o Laurence Fishburne. Todos ellos y un Shia LaBeouf tan empeñado en boicotearse a sí mismo que hasta enternece.

Y todo esto situado en unos Estados Unidos del futuro que en realidad es una réplica de la república romana en tiempos de Cicerón y Catilina. El subtítulo de la película es "Una fábula". Aquello que nos aprendimos de las Catilinarias en la bachillerato de letras, ahí está. Y un paso más allá, uno de los diálogos es en latín. ¿Quién dijo que las humanidades no sirven para nada?

La clave es el tiempo. Como siempre en una obra artística que se precie de serlo. El pasado se reproduce en el presente y anuncia el futuro. Y solo la fuerza de la creación y del amor son capaces de detener el devenir incesante de lo arbitrario. Sobre este razonamiento, gira en círculos una trama construida a base de 'tableaux vivants', de cuadros más o menos impresionistas e imprecisos, desconectados entre sí y se diría que producto no tanto de la inspiración como de la mucho más banal ocurrencia. La idea no es renunciar a la narración para hacer explícita su vacuídad o para introducir en la película una reflexión sobre el sentido mismo de la Historia, no, simplemente nadie parece haberse tomado el trabajo de poner orden. Por ello, la película resulta en todo momento tan autocondescendiente (todo se lo perdona a sí misma) como arrogante (todo le vale).

Si repasamos la historia de la producción, el dolor que produce el naufragio general crece. Fue al acabar Corazonada en 1981 cuando empezó a hablar del proyecto. En esa película, tan bella como incomprendida, el director empleó su sistema conocido como 'Silverfish' que, resumiendo mucho, consistía en controlar todos los aspectos del rodaje (sonido, imagen o posición de la cámara) a la vez que se incorporaban lo más avanzado de las tecnologías digitales desde un único punto neurálgico a modo ojo divino para un director en función de factótum. Muy Coppola. A su modo, algo de su anunciada intención de emular el directo en una forma expresiva esencialmente en diferido ya estaba ahí.

Posteriormente, en 1989, hay constancia de que la producción arrancó en los estudios de Cinecittà en Roma. Coppola llegó a escribir, como resume recientemente un artículo de The Guardian, hasta 300 versiones del guion y los primeros borradores fueron leídos por buena parte de sus actores incondicionales (Robert De Niro, Al Pacino o James Caan) y otros del tamaño de Paul Newman. Más tarde, se llegaron a filmar 30 horas de la película interrumpidas por los atentados del 11 de septiembre. Y todo volvió a la casilla de salida.

Coppola siempre ha sido un obsesionado de la tecnología y su vocación casi mesiánica como oráculo del Nuevo Hollywood le han hecho implicarse hasta más allá de lo razonable en los últimos avances digitales de los que ha sido capaz no solo el cine sino el proceloso y ubicuo mundo de la imagen. Por ello, se entiende mal esa textura que presenta Megalópolis tan cerca del cine de superhéroes que no son Los Vengadores. Y más incomprensible resulta que la humanista ciudad del futuro (que, por cierto, es patrocinada por un rico capitalista que se vuelve bueno) se parezca tanto a las fantasías pasteurizadas de Silicon Valley.

El artículo de 'The Guardian' citado a cargo de Steve Rosa reproduce lo azaroso que fue la fase final de la película de la mano de los testimonios de buena parte del equipo de un rodaje que empezó en otoño de 2022 en los estudios Trilith de Atlanta. Por ellos sabemos, más allá de los comentarios maliciosos, que en diciembre, en la mitad de una producción que llevó 16 semanas de filmación, la mayoría de los encargados de arte y de efectos visuales fueron despedidos o renunciaron. A ello habría que sumar, como lo más cruel de todo, la enfermedad de Eleonor, la mujer de Coppola, que murió finalmente el 12 de abril pasado. A ella está dedicada la película en el más emotivo y fugaz plano de todos.

No sería la primera vez que una película causa consternación de puro rechazo y acaba por convertirse en referencia. 'Apocalypse now', por no moverse del director, fue una duda constante reescrita cada día en el rodaje, filmada en medio de un incendio perpetuo y presentada en Cannes como el que arroja de sí una maldición. Ahora y siempre es obra maestra. Sin tiempo, que diría el arquitecto Driver y el director Coppola. Y fue Palma de Oro. Pero también le costó hacerse entender a 'Vértigo', de Hitchcock, y hasta a 'Casablanca', de Curtiz. No creo que sea el caso de 'Megalópolis', pero no vamos a dejar de hablar de ella durante mucho tiempo. Eso seguro. Nunca antes nadie se ha estrellado contra el mismo cielo como lo acaba de hacer el más inquieto, voraz y celestial de los cineastas. Tres padresnuestros y amén.