María Galán, la joven que dejó la gran ciudad y vive con 32 niños en Uganda: «Doy mi vida por ellos»>
«Intento ayudar a que la ONG siga creciendo y hacer todo lo que esté en mi mano para que salga como queremos», asegura en esta entrevista. Uganda es un país donde la media de edad es de 15 años, en el que las madres están acostumbradas a que sus hijos se mueran y un país en el que la discapacidad es un tema tabú. «En nuestro orfanato, todos los niños tienen cabida», asegura esta joven, que convive con 32 menores las 24 horas del día. «No soy su madre pero soy lo más cercano a una figura materna que estos niños pueden tener», asegura.
- ¿Cómo llegas hasta Uganda?
Llevo ya cuatro años. Esta ONG la crearon mi madre y Maribel, que es como mi tía, hace ya más de diez años por lo que he vivido muy de cerca todo. Cuando cumplí los 18, empecé a venir y comencé a engancharme. Cuando terminé la carrera y tenía que elegir las prácticas de la universidad, no me veía en ningún otro sitio que no fuese aquí. Me convalidaron las prácticas porque, al final, gestionar una ONG es como administrar una empresa pero sin ánimo de lucro.
La cuestión es que esas prácticas se alargaron y en vez de estar tres meses, estuve seis porque estalló la pandemia y ya me di cuenta de que no me iba a ninguna otra parte.
- Tenías claro que tu vida querías hacerla allí, ¿no?
Aquí encontré todos mis porqués y paraqués. Me siento superrealizada con todo lo que hago y muy feliz, aunque la vida aquí, como podrás imaginar, no es fácil.
-¿Por qué?
Vivir en Uganda es estar siempre rodeada de mucha necesidad, mucha culpabilidad por todo, aunque tú no seas responsable de la situación de todas estas personas, ¿no? Pero, al mismo tiempo, con muchas ganas de cada vez hacer más cosas para poder darles a ellos la opción de tener un presente y un futuro más bien lleno de oportunidades, a pesar de que aquí hay muy pocas opciones, la vida es complicada y todo está muy limitado.
«Aquí encontré todos mis porqués y paraqués. Soy muy feliz»
- Aún así, no paras María. Babies Uganda hace muchas cosas. ¿Nos cuentas un poco más sobre el trabajo de la ONG?
La verdad que es increíble. ¡Cada vez somos más! Todo esto empieza con un orfanato que iba a cerrar por falta de fondos y mi madre y mi tía consiguen recaudar, gracias a familiares y amigos, el dinero necesario para seguir adelante. Nadie nos conocía, empezábamos de cero...
En 2017 abrimos nuestro propio proyecto: Kikaya House. Aquí vivo yo y también 32 peques. Después, en 2019, abrimos el colegio de Infantil y de Primaria, Kikaya Junior School, que tiene hoy más de 650 niños. Y el pasado mes de febrero inauguramos el centro de Secundaria, Kikaya Senior School, que aún está rodando y tendrá una capacidad para unos 350 niños.
Además, tenemos una clínica de Atención Primaria con sala de maternidad, odontología, fisioterapia, oftalmología, atención primaria y laboratorio. Damos asistencia y tratamiento gratuito a toda la población de la zona. Imagínate lo que es para personas sin recursos tener la sanidad garantizada, ¡un lujo! La mayoría no tienen acceso a la sanidad ni a tratamientos baratos que pueden evitar su muerte. Para nosotras era muy importante cambiar esto. En nuestro pueblo viven unas 20.000 personas y cada mes tenemos más de mil pacientes.
- En la Kikaya House viven 32 niños. ¿Eres la madre de todos ellos?
No, soy lo más cercano a una figura materna que estos niños pueden tener. Yo no les he adoptado, los peques están a nombre de la organización. Esto es un hogar. Lo que pasa es que el vínculo que tenemos, después de tanto tiempo juntos, hace que cada vez me llaman más mamá. Pero es por el vínculo tan especial que hemos creado. Al final, estos niños son el motivo por el que estoy aquí, doy mi vida por ellos y son los que consumen la mayor parte de mi día, de mi energía y de mi todo.
Creo que este concepto es muy complicado de entender desde la distancia pero ellos son mi vida aquí.
- Sí se entiende porque aunque no son tus hijos oficialmente, ¡estás con ellos todo el día!
Eso es. En la casa tengo la ayuda de seis 'aunties', que son mujeres de aquí contratadas. Entre todas nos dividimos las tareas pero es verdad que el cariño, cuidarles, escucharles, acostarles por la noche a cada uno, darles su beso... son cosas que hago yo y, también, mi pareja, que viene seis meses al año.
«No soy la madre de los peques pero tal es el vínculo que tenemos que hace que me llamen mamá»
- ¿Cómo comienza la historia de un niño que acaba con vosotros? ¿Cómo es ese proceso?
Cada menor tiene su historia. A nosotros siempre nos llama la policía cuando se encuentra con un niño que necesita nuestra ayuda y un hogar. Le recogemos y pasa a formar parte de Kikaya House. Los niños siempre le reciben a los nuevos fenomenal y éstos se adaptan enseguida al nuevo entorno porque suelen venir siendo muy pequeños.
Los hay que vienen con sus traumas, complicaciones... que van saliendo y vamos tratando poco a poco. Pero bueno, Kikaya House tiene mucha magia porque aquí es todo amor, mucho respeto, entre ellos se cuidan muchísimo... ¡Es complicado que algo salga mal!
- ¿Hablamos de niños que son huérfanos, que han sido abandonados?
Hay de todo pero prefiero no dar detalles porque es la vida personal de los menores.
- Te lo pregunto porque, para quien no lo sepa, la vida en Uganda es muy complicada. Un niño que nace allí, ¿cuál es el destino que le espera?
La vida de los niños aquí es muy complicada. Tú puedes ver aquí a peques de entre 3 y 5 años yendo a por el agua, que puede estar a más de un kilómetro de su casa. Es una distancia considerable siendo tan pequeños ¿no?
Si tienen suerte irán al colegio y si no, no... Pero es que aquí no tienen el concepto de familia que tenemos nosotros en España. Te diría que aquí hay poco cariño en ese sentido... Al final, la vida en Uganda es muy dura. No hay madre a la que no se le haya muerto más de un hijo, entonces, aquí el afecto tiene otro sentido. Les cuidan, sí, pero las familias de aquí son diferentes: se quieren y se cuidan a su manera. Y eso que aquí tienen más de cinco hijos por familia.
- ¿Cuál es la esperanza de vida?
Creo que 65 años pero aquí la media de edad es de 15 años.
- La discapacidad también es una realidad en Uganda y, sin embargo, es un tema tabú. Pero en Babies Uganda hay cabida para todos, ¿verdad?
¡Claro! Cuando nos llama a la policía, no preguntamos nada. Acudimos para que el niño tenga un hogar desde ese momento. Tenemos a Agy, que es la más mayor, que tiene un síndrome que desconocemos. Ella se hace entender pero no habla y es una crack. Y se lleva muy bien con Dudu, la peque con Síndrome de Down. ¡Son las mejores amigas!
Por eso, el próximo proyecto que vamos a abrir es un colegio para niños con discapacidad. ¡Irán las dos juntas a clase!
- ¿Quién es el más pequeño y el más mayor?
Para responder a esta pregunta, he de aclarar que esta es su casa para siempre. Es decir, aunque sean mayores de edad, esto seguirá siendo su hogar. Los más mayores son mellizos, chico y chica, y tienen 16 años. Y los más pequeños tienen año y medio y ambos tienen una discapacidad. Se trata de Vincent, que llegó en muy malas condiciones y cuya historia se volvió muy viral en Instagram. Tiene una parálisis cerebral severa, muchos ataques epilépticos... Y luego está Grace, que también tiene una parte del cerebro que no ha llegado a formarse bien.
- Estos menores necesitan unos cuidados médicos especializados. ¿Cómo lo hacéis?
Los proyectos parece que se van creando un poco de acuerdo a las necesidades que vamos viendo que hay en casa. Y si nosotros no podemos cubrirlas, el resto de las personas que viven en el pueblo tampoco. Así es como nos damos cuenta de qué necesitamos en cada momento.
El caso de los peques con parálisis cerebral, dijimos 'nos hace falta un fisioterapeuta'. Entonces, lo pusimos en la clínica, que la tenemos a un minuto. Todos los proyectos los tenemos al lado de la casa.
Luego ya, si es algo más complejo, que hay que ir a la capital, al hospital. Pero de momento, nosotros, con nuestros cuidados, vamos tirando muy bien.
- ¿Cómo es vuestro día a día?
Aquí no hay rutinas nunca, los días son muy variopintas. Yo realmente estoy más centrada en casa aunque, como te digo, todos los proyectos están muy cerca, y si se necesitan algo en el cole o hacer una revisión médica, me encargo.
Y, aquí en casa, con 32 niños, ya te puedes imaginar. Lo único de lo que no me encargo es de los peques por las mañanas antes de ir al colegio, que se encargan las 'aunties'. Yo, a partir de las 9, estoy con los que no van al cole. Y luego, a las 13:00 llegan los de Infantil y a las 17:00 los de Primaria. Estoy toda la tarde con ellos hasta que los acostamos.
- Está claro que en España vivimos con ciertas rutinas, allí no, y queda demostrado que se puede ser feliz, ¿verdad?
Totalmente. Aquí es al día. No te planteas mucho más allá porque pueden pasar tantas cosas que es mejor fluir.
- Estamos hablando mucho de los niños, pero también me hablas de las 'unties'. Con Babies Uganda dais trabajo a gente de la zona.
Nosotros no tenemos programa de voluntariado porque tenemos la posibilidad de que todos esos puestos de trabajo los haga una persona local, generando así empleo y una estabilidad al proyecto. De lo contrario, sería inviable. Además, ellos tienen una cultura totalmente diferente a la nuestra y para que todo salga como queremos, necesitas a la gente de aquí.
Sólo en los proyectos tenemos unas 120 personas contratadas de manera fija. Y luego siempre estamos construyendo, a lo que hay que sumar obreros, la comida que damos la compramos en los negocios que hay por la zona... El pueblo no tiene nada que ver al que era hace seis años. Estamos creando una pequeña ciudad.
- ¿Qué fue lo que más te llamó la atención de Uganda cuando empezaste?
No me acuerdo muy bien... Recuerdo que venía con muchísimas ganas. Mi madre ya me había estado contando y sabía un poco a lo que me enfrentaba.
- Electricidad, agua, luz... ¿qué servicios que para nosotros son básicos allí no se tienen?
-Cuando empezamos Kikaya House no teníamos electricidad ni cobertura. Agua sí porque cavamos un pozo. Aquí nadie tiene agua corriente. ¡Mandar un WhatsApp era imposible! La zona ha cambiado mucho.

- María, no siempre sale todo bien. Por redes sociales podemos conocer vuestra labor pero la realidad es que los que estáis día tras día sois los únicos que sabéis de verdad lo que cuesta todo lo que hacéis. ¿Cómo gestionas la frustración, la tristeza, los miedos, el que las cosas no salgan como queréis...?
Es verdad que en Instagram siempre enseñamos lo bonito, ¿no? Y es que los niños son adorables. Puede parecer que es todo 'happy flower', incluso me han llegado a decir que parece que estoy siempre de vacaciones. En Uganda la vida es muy complicada todos los días. Yo soy la única blanca de toda la zona y eso hace que todas las miradas se dirijan hacia mí o que me sienta incomprendida muchas veces.
Cuando hay alguna complicación de salud en cualquiera de los niños, sé que en España recibirían una atención totalmente diferente... Pero es mejor no pensar en esas cosas y estancarte. Nuestra filosofía es buscar la mejor solución con lo que tenemos aquí.
- ¿Eres allí feliz, María?
Claro. Soy muy feliz dentro de que la vida aquí es muy complicada. No tengo vida social y no me da tiempo a echarla de menos porque acabo tan cansada...
- ¿Qué te enseñan los niños?
Que todo es mucho más fácil de lo que nos pensamos y que lo que piensas es peor que lo que luego pasa. Aquí viven mucho el presente porque con lo que ganan un día de trabajo es con lo que pueden comer al día siguiente.
Me han enseñado a vivir el presente, que es superimportante, en vez de estar a la espera de lo que pueda pasar y disfrutar lo que está pasando ahora mismo. Y que siempre hay alguna solución.
- ¿Vendrás por España?
Sí, siempre voy de visita. Voy dos semanas tres veces al año para desconectar un poco y descansar porque aquí no lo hago nunca.
- ¿Cómo te cuidas para poder seguir avanzando y seguir cosechando éxitos?
Es algo que aún no he sido capaz de gestionar. Sé que tengo que hacerlo. A lo mejor me tomo un día libre cada mes o mes y medio y ya está.