Por la caridad no entra la peste
La caridad exige la justicia, el legítimo derecho de las personas y los pueblos. La caridad también supera a la justicia y la completa, siguiendo la lógica de la entrega y el perdón. Discúlpenme si ahora retomo algunas ideas de Benedicto XVI en su 'Caritas in veritate', sin hacer de menos a nadie. La caridad no es algo accesorio ni secundario en la vida de la Iglesia y de los cristianos. Forma parte de la sustancia de su propuesta, junto con el anuncio y la celebración de la fe. Incluso es una forma de anuncio y de celebración de lo humano con evidencias testimoniales. La caridad, también los agentes de caridad de la Iglesia, puede caer en la trampa de la ideologización si su concepción y su práctica se desarraiga y se convierte en una narrativa moral más dentro del supermercado de ofertas éticas. También si se es asumida y anulada por el discurso de una justicia permeable a una reducción en sus exigencias. La pretensión de determinadas formaciones e ideas políticas de convertir a la Iglesia en una ONG, una manera de ejercer una insultante condescendencia, no es más que un síntoma de una sociedad que no entiende lo que es la Iglesia y que a la larga necesita más libertad. El ejercicio personal de la caridad es una efectiva instancia crítica. Cuando damos dinero a Cáritas no solo somos solidarios, estamos ejerciendo la denuncia.