The Last Showgirl: resurrección y gloria de Pamela Anderson (***)

Pocos deportes tan populares en Hollywood como el de resucitar mitos, que no muertos (aunque también). Hollywood, de hecho, solo es eso, mito, y de entre todas las mitologías, ninguna tan agradecida como la de la resurección. Revivir las glorias de un dios derrotado es munición para nuestras dos armas de distracción favoritas: el consuelo resentido (el tiempo pasa para todos) y la nostalgia mentirosa (antes fuimos mejores). De hecho, el recurso da tan buenos resultados que hemos sido capaces de convertir la década que más daño ha hecho al planeta y a nosotros (y al cine incluso) en objeto de la más rendida celebración. Estábamos convencidos de que los 80 apestaban con su celebración del exceso encocado, la desigualdad y las camisas con el cuello blanco hasta que nos dio por adorar de nuevo a los tiburones.

The Last Showgirl de Gia Coppola, resucita un mito de los 90, que no los 80, el de Pamela Anderson, el de la vigilante de la playa, el de Barbwire, el del vídeo con Tommy Lee... Pero lo hace desde ese lugar raro, cálido y muy frágil que más tiene que ver con la fractura que con la conmemoración sin más. El auténtico experto en la materia es Darren Aronofsky que tanto en El luchador como posteriormente en The Whale hizo suyas las leyendas rotas de Mickey Rourke y Brendan Fraser. La idea siempre es la misma: construir una metáfora en forma de espejo que igual refleja la propia vida del aludido como la del espectador. Se trata no solo de mirar o contemplar una historia sino de mirarnos a nosotros mismos contemplando esa historia que tiempo atrás nos mantuvo tan ocupados. Es decir, no solo miramos a Pamela, Rourke o Fraser en el momento actual, a la vez tan desconocidos como extrañamente familiares, sino que nos contemplamos a nosotros mismos cuando en el pasado les mirábamos jóvenes y lozanos (jóvenes y lozanos ellos, y jóvenes y lozanos nosotros). Y así.

Digamos que el primer objetivo de la película queda a salvo. Pamela Anderson, que es la que importa, exhibe sus heridas (no tanto las del tiempo sino las del muy machista patriarcado) orgullosa y con una claridad y arrojo muy cerca del entusiasmo. Y, de esta forma, recorre el camino desde el mito machista al mito sin más con una determinación que, llegado el caso, enamora. Sí, ha resucitado y sin lloriqueos.

Para saber más
Imagen de 'The Last Showgirl'.
Imagen de 'The Last Showgirl'.

Se cuenta la historia de la última representante de una forma de espectáculo en declive. Estamos en Las Vegas y Pamela da vida a una emplumada estrella de revista de las de antes, de las de Manolita Chen. De repente, 30 años sobre el escenario no son nada. La menor de las Coppola lleva años dándole vueltas a los accidentes de la fama y la vida despreocupada de hija de famoso (lo hizo tanto en Palo Alto como en Popular). Ahora se da un paseo por el otro lado. Y, en efecto, uno de los problemas de la película quizá es ése, que, por mucho esfuerzo que dedique a retratar asuntos como las hipotecas caras o simplemente la pobreza, no deja de ser un paseo de turista por la miseria ajena muy cerca de la impostura.

The Last Showgirl brilla en la construcción del ambiente, en la forma tan delicada y tierna de retratar un mundo que se desmorona. La cámara se mueve entre camerinos atestados y casas algo sucias sin ningún afán de exhibicionismo. Importa la sensación de derrota magníficamente iluminada y retratada por Autumn Durald. La propia Pamela Anderson juega a imitarse con cariño. Y gusta la parodia que resulta que también es revelación. En verdad, no es tanto una imitación de nada como un reflejo de la imagen por fuerza equivocada que quizá el espectador atesora de ella. Digamos que en el contraste entre lo que imaginamos y lo que vemos se encuentra la virtud y la gracia. Brillante sin duda. Por otro lado, el extraordinario trabajo (otra vez) de Jamie Lee Curtis como compañera de fatigas de la protagonista ayuda y compensa de todo mal.

Sin embargo, toda la película permanece detenida en la misma sensación, en el mismo e inane momento dramático. Todas las estarletes (jóvenes y mayores) reciben la noticia de que el espectáculo cierra y desde ese momento hasta el final, la cinta permanece detenida en un único y brillante momento de asombro. Hasta el día del último show, la propuesta de Gia Coppola se muestra incapaz de desarrollar el drama que anuncia entre la protagonista y la hija que tuvo que abandonar y que ahora reencuentra. Detenida en la contemplación de la tragedia, se echa en falta algo de intensidad dramática, de profundidad psicológica o, simplemente, de desarrollo. Lástima. Sea como sea, Pamela Anderson queda en pie, firme y perfecta. Buena resurrección. Mejor mito.