Dormí sueños de piedra que no sueña

En México, la presidenta Claudia Sheinbaum trató de manipular el premio en socorro de sus discursos disolventes: dijo que la Concordia debería ser el prólogo de una solicitud de disculpas por parte de España. Una vez más, la turra que no quiere ni respetar un gesto digno. Puestos a rebuscar en el pasado, digamos que Sheinbaum obvió el hecho de que en la reciente ampliación del Museo, para intensificar el acento indigenista y decolonial del mismo, se han perdonado, de manera inexplicable, los abusos de los aztecas, los sacrificios humanos y la falta ancestral de respeto por los derechos humanos de otros pueblos. ¿Es este el nivel de discurso que quieren los mexicanos? ¿Es este el bucle al que se quiere reducir la política entre los dos países?

Hace poco tiempo no era así. Pude visitar el Museo Nacional de Antropología —junto al Museo del Templo Mayor— en compañía de Pilar Luna, una leyenda de la arqueología mexicana, además de pionera del patrimonio cultural subacuático. Fue hace una década, antes de que el gobierno mexicano perdiese la lucidez frente a su historia. Luna nos enseñó a pensar en la historia compartida y las bases comunes de la civilización a todos los presentes, científicos y periodistas de toda Iberoamérica. Su mirada experta, antropológica, sobre las obras y las liturgias de las que proceden, resultó fascinante. Exacta. Sin ocultaciones ni manipulaciones.

Añadió la arqueóloga una linda capa biográfica a su explicación, cuando nos hablaba de deslumbramientos estudiantiles e investigaciones en curso. Para mí, contemplar bajo su mirada, por ejemplo, la Piedra de Sol, el monolito calendario mexica, fue una epifanía. Recordando a Octavio Paz, sentí que «dormí sueños de piedra que no sueña». Porque allí el museo hace soñar a nuestras piedras ancestrales, tan humanas. Ahora, todo se ha hecho más blando, más falaz, en los discursos y en las mentes políticas, para poder usar las piedras de la historia, para arrojarlas, porque ya no sueñan.