No me llames zorra

La cancioncita sería subversiva si se enfrentara a los valores dominantes, pero ¿está realmente penalizado el hecho de que una mujer se muestre sexual y dispuesta a follar siempre y en todo momento? ¿Castiga el sistema a aquellas que exhiben su desnudez como ocurría en las sociedades de moral pequeñoburguesa o nacionalcatólica? ¿Se señala y margina a las que siguen los dictados de la estética derivada del deseo masculino? Yo diría que más bien ocurre exactamente todo lo contrario: desde los tiempos de la revolución sexual y el destape (que, en realidad, fue una liberación de los varones y la instauración de sus derechos sexuales, no los nuestros), desde entonces, digo, el sistema neoliberal no ha hecho más que promover, ensalzar, premiar y elevar a modelo ejemplar la bomba sexual siempre dispuesta a todo. Incluso a Pedro Sánchez le parece muy divertido que nos llamen “zorra” (ja, ja, ja). ¿A qué escuela feminista habrá asistido el presidente? A alguna de las que han venido organizando las mujeres progresistas en este país en las últimas décadas seguro que no. De lo contrario, habría tenido la oportunidad de leer o escuchar a Alicia H. Puleo, que no solo rastrea magníficamente la herencia sádica en nuestra cultura presente, sino que nos dio uno de los conceptos más precisos del castellano feminista: el “patriarcado de consentimiento”, que es el que no usa la coerción, sino la incitación, haciendo que sea “el propio sujeto quien busque ansiosamente cumplir el mandato, en este caso a través de las imágenes de la feminidad normativa contemporánea”. Por eso Zorra, tal como afirma Puleo en una entrevista reciente en Diario16+, no es más que “una deformación banal de las reivindicaciones feministas”.