
El partido amanece en un duelo. Es Samu contra Bulgaria. El delantero del Oporto, un guerrero felino con poca finura, se convierte en el epicentro de la noche en Zorrilla. Lo jalea la afición, que ha compuesto un hermoso decorado con banderas de España durante el himno. Hace la ola la parroquia, empuja a Samu y corea a Pedri. Pero el trabajo se reparte de otra manera. Pedri ordena, aclara, suaviza y manda, y Samu choca, percute y bracea con toda la potencia de su cuerpo de atleta en el empeño.
Pero se requiere algo más de clarividencia para asaltar a los búlgaros, que forman una coraza antiáerea, por tierra y mar, como en las noches de defensa a ultranza del cholismo felizmente superadas. Samu no tiene lucidez en ese asedio desde el minuto uno que convirtió el partido en un monólogo. España impacta contra una roca que una vez sale de su campo, corretea y chuta con Unai descolocado.
La selección ha salido con otros apellidos a por la cuarta victoria y la igualada del récord de la generación del tiqui taca. Grimaldo eficaz. Laporte en el escenario conocido. Y Álex Baena, fuera de posición, desplazado a la izquierda como si fuera un extremo cuando es un volante de sutileza y sensatez.
📢¡Valladolid reconoce EL ARTE y se rinde a Pedri!
— Teledeporte (@teledeporte) October 14, 2025
Tremenda ovación en el momento que se retira del terreno de juego el centrocampista del FC Barcelona#SelecciónRTVE
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Pedri ha encontrado un socio en el centrocampista rojiblanco para generar juego fácil, limpio, el que rompe partidos. Baena ha reeditado la vieja fórmula de tantas victorias del Barça, el pase atrás de Jordi Alba y el remate del aclarado para Messi. Baena cumple su función, lo hace de fábula, pero nadie ocupa esa baldosa precisa del desmarque para enchufar. Lo intenta Oyarzábal, que es bueno, pero no Messi. Asoma de cuando en cuando Samu, como un satélite que pierde la órbita. Merino es eficiente, pero no flexible ni rápido.
Las oportunidades se van una detrás de otra, con Samu, Pedri al larguero, Baena al bulto, Oyarzábal muy alto. Empieza a cundir una cierta inquietud porque Turquía ya ha marcado dos goles a Georgia y se acerca en la clasificación del grupo, y en ese momento del partido en el callejón oscuro aparece Pedri para encender la luz. El mismo pase de Elche, la cabeza levantada, el toque sutil, elevado, dulce, una buena recepción de Le Normand y el disparo a gol de Mikel Merino, segundo máximo anotador en la época de Luis de la Fuente. Respira España, se alivia Zorrilla, y la bocanada de aire se extiende a todo el país, porque está en juego la clasificación para el Mundial, que se da por supuesto desde los púlpitos del sofá, pero que hay que concretar en el campo.
Samu desaparece de la escena, mal partido del delantero, y toma asiento Borja Iglesias, el que aseguró que no le incomodaba una bandera palestina para frenar un remate a gol suyo. El choque se vuelca hacia el Panda, protagonista estelar en nueve minutos de euforia particular que se resuelven en nada. Son tres remates del atacante del Celta y cero aciertos en la diana. Igual que Mbappé. ¿Qué sería de la selección con un rematador de primera línea? Porque tampoco Morata ha resuelto nada.
A falta del futbolista definitivo, emerge Mikel Merino, que hace las veces llegando de atrás y compensa esa carencia en el único puesto que flaquea en la selección. Otra vez Baena, el último servicio antes de retirarse, y el cabezazo total del navarro. Llegan los cambios, el tercer gol (en propia de Bulgaria) y el cuarto (Oyarzábal) y una ilusión que no decrece por el equipo de todos.