A este clima de desconfianza previo se suma ahora el endurecimiento del discurso en inmigración del PP, que provoca recelos en el país vecino. En verano hubo otro gesto quedescolocó mucho al país magrebí: la invitación cursada por los populares al Frente Polisario para acudir al congreso nacional de Feijóo. Un cúmulo de desencuentros que en Marruecos no ven fácil reconducir. En el PP también son conscientes del escaso entendimiento actual, pero no hay síntomas de que vayan a cambiar sus posiciones.
Desde hace días el país de Mohamed VI está en el centro de las miradas por la crisis social que ha estallado en sus calles, con una generación de jóvenes –la zeta, nacidos entre 1997 y 2012– clamando contra la precariedad de la sanidad y la educación y, sobre todo, contra la corrupción sistémica. Un movimiento que parece haber sorprendido a las propias fuerzas de seguridad marroquíes, a su Gobierno y a la comunidad internacional, que todavía no se pronuncia abiertamente sobre lo que puede estar ocurriendo, sospechando que no es un fenómeno más.
Para el Ejecutivo de Sánchez consolidar sus relaciones con el país africano sigue siendo una prioridad. Lo es desde que en mayo de 2021 más de 10.000 marroquíes cruzaron la valla de Ceuta, desatando el peor momento que han vivido los dos países. La Moncloa cuida cada gesto y ha soportado mucha presión por parte de la oposición, que a día de hoy sigue reclamando entender qué provocó el giro del Sahara, la falta de transparencia en aquel acuerdo, las escasas garantías para España y el resto de consecuencias que tuvo con otros países como Argelia.
Los pasos de Génova
En realidad, Feijóo también quiso lanzar un mensaje de acercamiento cuando, en su primer viaje internacional como líder del PP, en un encuentro de la familia popular europea en Róterdam (Países Bajos) mantuvo su primer encuentro bilateral con el primer ministro marroquí, Aziz Ajanuch. Allí prometió «lealtad» y «una política exterior fiable» sin aclarar, eso sí, su respaldo al giro autonomista sobre el Sahara. Fue un paso meditado.
Pero a partir de entonces casi todos los episodios han sido tensos. El mayor quizá llegó tras la Reunión de Alto Nivel (RAN) entre el Gobierno y Rabat, a principios de 2023, casi un año después del giro, a la que Mohamed VI no acudió. El plantón fue contestado por Esteban González Pons, en ese momento responsable internacional del PP: «No cabe mayor humillación que ceder todo ante Marruecos, ir con medio Gobierno a dar satisfacción, retratarte en el Parlamento Europeo, que el Rey no te reciba y que te conformes con que te coja el teléfono».
El comentario sobre el Parlamento comunitario se refería a una votación de hacía solo dos semanas en la que el PSOE votó en contra de una resolución en la que se exigía el respeto a la libertad de expresión y de prensa en un país en el que hay periodistas encarcelados. La explicación del Gobierno fue, precisamente, su intención de no perjudicar el acercamiento a un socio que considera absolutamente «estratégico» y necesario.
Aunque el más crítico en público haya sido González Pons, al que La Moncloa ha acusado en muchos momentos de tener «posiciones pro argelinas», ningún dirigente de peso del PP ha tratado de contener el tono en este tiempo. La directriz política es la que es. A finales de julio se celebró la Fiesta del Trono de Marruecos en Madrid, como cada año organiza la Embajada, y no asistió nadie de la dirección nacional. Solo los portavoces de Asuntos Exteriores del Congreso y el Senado. La comparación con el Gobierno lo decía todo: varios ministros, empezando por el del Interior, Fernando Grande-Marlaska, acudieron a la cita.
Con todo, es cierto que los dirigentes consultados por la situación actual dan por hecho que si Feijóo llega a la presidencia las relaciones «tendrán que ser y serán buenas», dicen en su entorno más cercano, sin esconder al mismo tiempo que las tensiones entre España y Marruecos tienen un componente permanente de tira y afloja. «Tendremos crisis y habrá situaciones complicadas. Lo normal», aseguran.
De hecho, en Génova también recuerdan que Sánchez fue quien incumplió con la tradición de hacer su primer viaje como presidente a Rabat. La Moncloa aseguró que la ausencia de Mohamed VI fue el motivo que lo impidió, pero la realidad es que el presidente socialista viajó a París y Lisboa en primer lugar.
Las propuestas del PP
Son muchos los síntomas que apuntan a que una futura reconciliación entre PP y Marruecos no será nada fácil de conseguir. El malestar del país vecino ha ido a más en los últimos meses a cuenta de su nuevo posicionamiento sobre el fenómeno migratorio, mucho más restrictivo, en línea con el resto del continente europeo, que está decidido a controlar las fronteras como nunca antes. En Rabat consideran que el discurso del PP está contribuyendo a generar más enfrentamientos y reproches entre las dos ciudadanías, acostumbradas a una convivencia pacífica.
El primer ejemplo que ponen son los sucesos de Torre Pacheco (Murcia) a las puertas del verano, con episodios de muchísima tensión. Las encuestas más recientes hablan de que la inmigración es uno de los principales problemas señalados por los españoles y también confirman la mayor desconfianza hacia los marroquíes. Los movimientos políticos en la derecha por capitanear este debate no son ajenos en Rabat, que se ha dado cuenta de que PP y Vox compiten por la misma bandera pensando en las elecciones. El partido de Santiago Abascal, además, no esconde su enfrentamiento público con Marruecos, como ha demostrado en intervenciones desde la tribuna del Congreso.
Las últimas propuestas de Feijóo –que aún deben concretarse en un plan por escrito– hablan de priorizar a los inmigrantes con «proximidad cultural», lo que implica favorecer a los países hispanoamericanos. La idea es incluir un visado por puntos que prime la entrada de «quien conoce mejor» la cultura española, el idioma y los valores comunes. Pero hay otra medida que también podría mirar directamente a Marruecos: la referencia expresa a que también «computará el compromiso de los países de origen» con la política migratoria española. Es decir, según explicó el propio Feijóo hace días: «Si los países de origen nos ayudan a por orden, serán recompensados. Y si los países de origen incentivan el desorden, evidentemente no, y no tendrán visado las personas que vengan de esos países».