'Adolescencia' no es un buen título

La frivolidad de una conversación banal que antecede a la catástrofe, a la desgracia. ¿No es acaso un poco así la vida? Imprevisible aún cuando crees que el suelo que pisas es firme y sólida la mano que te acompaña. Cuando, aun si el futuro y el mundo asustan, sientes que todo es seguro en casa. El contraste, el choque brusco entre esas dos escenas, disecciona 'Adolescencia' mucho mejor que cualquier bisturí: es una serie que va mucho más allá de la lectura politizada que han querido encontrarle entre líneas, con la influencia de la manosfera, el imperio del machismo y sus consecuencias.

'Adolescencia' es más incluso que esos inmersivos planos secuencia que cuelan al espectador en la intimidad, dinamitada, de la familia protagonista. Es una serie que se mide por la confrontación, por la dualidad, entre la dulzura de un niño que pide nubes de chocolate con el chocolate y la agresividad del que le grita, de pronto, a la psicóloga con quien estaba siendo amable. Entre quién es uno dentro y fuera de su habitación, con su familia, en el colegio, en redes sociales, a la cara. Entre querer apartar la vista de un vídeo, pero no poder quitar la mirada. Va de creer hasta que ves y aún así seguir queriendo confiar en quien quieres. Va del bullying, del rechazo y la incomprensión, de los fallos del sistema, de la brecha generacional. De la culpa, de la familia. Y del amor, y cómo duele. Digan lo que digan, 'Adolescencia' va de la vida.