Una víctima de abusos en la Iglesia: «Casi me ha hecho más daño la institución que el agresor. Han tardado 10 años en recibirme y creerme»
No parecía haber elementos dejados a la improvisación. Si ese primer testimonio señalaba la constante de una vida destrozada y completamente marcada por el abuso, tan repetida en las víctimas, el segundo, de un sacerdote abusado en el seminario, incidía en el silencio que ha cubierto los abusos durante años. «Si no dan importancia ni credibilidad a nuestro relato, ¿cómo vamos a dar el paso difícil de salir del anonimato, estando llenos de temores, miedos y vergüenzas? Si no hay denuncias, no es porque no haya habido abusos, es porque el tratamiento que vamos a recibir resulta más doloroso que el propio abuso», afirmaba el texto.
Con el ánimo de preservar su identidad, los testimonios, escritos por víctimas abusadas en la diócesis de Madrid, no han sido leídos necesariamente por ellas. Así, el tercero hablaba de la negación y el desconcierto de la persona abusada frente a algo que nunca pensaba que podía llegar a ocurrir. «Era una persona de absoluta confianza para mí... Es más, le había contado cosas que no me había atrevido a decirle a nadie. Mi cabeza me decía que aquello no estaba pasando. Aunque me forzaba, lo negaba, porque él no podía estar abusando de mí», había escrito una mujer adulta que había sido abusada por su director espiritual.
Y en la misma idea ha abundado el siguiente: «Eres víctima y, a la vez, te consideras cómplice, y te das asco a ti misma», que provenía de una mujer de la que abusó su maestra de noviciado. Una circunstancia que también recoge una singularidad en la cuestión de los abusos, la escasa presencia de mujeres entre los victimarios. De hecho, en el primer informe presentado por la Conferencia Episcopal en junio de 2023, sólo 5 de los 728 abusadores eran mujeres.
«Con 14 años fui empujado para ir a una convivencia con un club religioso. Tuve que telefonear a mis padres delante de un sacerdote, que vigilaba lo que tenía que decirles para así conseguir su permiso. Ya entonces, fui brutalmente presionado de forma planificada entre las personas que hablaron conmigo para que entrara en la organización, bajo amenaza de condenación eterna si no lo hacía. Accedí llorando y aterrado… Me obligaron a ocultar mi entrada a mis padres…», ha señalado el testimonios, que incidía en el abuso de conciencia y de poder y no tanto el sexual.
El siguiente texto ha sido atribuido a una religiosa de la que abusó su confesor y director espiritual. «Era mi confesor. Cuando le dije que el beso que me dio me hizo sentir confusa, me dijo que no había pasado nada y que lo que ocurría es que mi mente estaba sucia y que, en realidad, era mi deseo el que me confundía. Estuve teniendo sexo con él diez años», afirmaba.
Los siguientes textos han ido en la línea no tanto de abuso en sí mismo, sino de las actitudes, muchas veces culpables, de las personas de Iglesia que los conocieron y miraron hacia otro lado o los encubrieron. «No abusó solo una persona de mí, abusa una comunidad entera que lo permite. La culpa de que haya 'malos' en la Iglesia es que haya buenos que no denuncian a los malos. Lo que hace daño a la Iglesia no es la denuncia, sino lo que pasa en ella. Los malos ganan cuando los buenos no hacen nada», explicaba un hombre abusado cuando era menor en un colegio de una congregación religiosa.
«No tengan miedo de las víctimas» clamaba el siguiente texto. «La mayoría no vamos buscando mediatizar nuestro caso o ver de qué manera le podemos sacar un pellizco económico a la Iglesia. Solo necesitamos una acogida empática en un espacio seguro que genere confianza; solo pedimos escucha atenta, credibilidad, acompañamiento, ofrecimiento, disponibilidad, cariño. Todas estas cosas ni siquiera son cosas materiales», explicaba un hombre del abusaron, ya adulto, en una peregrinación. «Hemos sido traicionados por la Iglesia, la Esposa de Cristo, pero queremos y necesitamos un renovado abrazo maternal. ¿Estamos dispuestos a darlo? Algunos de nosotros sí lo queremos recibir», concluía.
Más genérico ha sido el penúltimo de los escritos, de una mujer, también adulta, «víctima de la Iglesia», sin que se haya especificado de qué tipo. «Los abusos dominaron mi vida y se adueñaron de mí, bajo la falsa apariencia del cuidado y la solicitud. Quien abusó de mí, consiguió corromper mi mundo de relaciones, me traicionó al brindarme ayudas que siempre se cobró y me manipuló al cargar sobre mis espaldas deberes morales y religiosos que él no dudaba en incumplir… Convencida de que no había salida, llegué a creer que solo la muerte me libraría de la condena impuesta», ha explicado.
Y ya el último se adentraba de nuevo en la actitud distante que la mayor parte de la Iglesia ha tenido durante muchos años. «Casi me ha hecho más daño la institución que el agresor. Han tardado 10 años en recibirme y creerme… La actitud diletante, distante, legalista y fría de algunos eclesiásticos y encubridores me han dañado mucho el alma y mi relación con Dios», explicaba el octavo y postrero testimonio.