Manolo, un jubilado que enseña baloncesto a presos en Ocaña I desde hace 22 años>

Cuando terminó su vida laboral como funcionario de la Agencia Tributaria, este extremeño afincado en Toledo pensó: «Tengo que hacer algo por los demás». Y telefoneó al sacerdote de Ocaña I, José Antonio Valdemoro, que era el delegado de la Pastoral Penitenciaria en la provincia. «Le dije que quería hacer algo como voluntario, me ofreció ir a la cárcel y así empecé. Íbamos lunes y miércoles. Mientras el cura evangelizaba, yo enseñaba baloncesto y animaba a los reclusos a hacer deporte. Pero él ya murió», relata Copeiro, que contagia vitalidad.

En el centro penitenciario no se practicaba deporte cuando llegó «porque tampoco había monitor deportivo». Comenzó entonces a predicar con el ejemplo y a ganar seguidores. «Algunas veces hacíamos carreras, algún funcionario los sacaba a correr con bicicletas o en las pistas. Pero lo fundamental era hacer baloncesto lunes y miércoles. Compramos algunos balones, que no costaron mucho trabajo porque la prisión no dedicaba dinero al deporte... y ahora, tampoco», se sincera al hablar de los inicios.

Pero los internos son muy inconstantes «por la situación en la que se encuentran», recalca, «y hoy tienes veinte y mañana tienes cuatro» interesados en jugar. Pueden hacerlo gracias a los balones de la Fundación Real Madrid, que va por la prisión los sábados para jugar al fútbol y también al baloncesto.

Copeiro no era un recién llegado al deporte de la canasta cuando pisó el penal. Durante un cuarto de siglo, había sido el entrenador del equipo de baloncesto en silla de ruedas del Hospital Nacional de Parapléjicos, con el que obtuvo importantes triunfos a pesar de la falta de dinero. «Llegamos a jugar en la liga europea, pero con los medios que teníamos, que eran poquísimos, no podíamos aspirar a más. No podíamos fichar jugadores con calidad, por lo que teníamos que apañarnos con los parapléjicos del hospital y con algún discapacitado que alguna vez jugaba con nosotros», evoca como si fuera anteayer. «Hubo una temporada que conseguimos una ayuda de dos millones de pesetas y con eso podíamos pagar a algunos jugadores 200 o 300 pesetas..., creo que eran pesetas, ¿cuánto llevamos con el euro?», duda.

Con todo, Manolo y su equipo fueron subcampeones de la liga española una campaña, otra jugaron la Copa del Rey y una temporada más visitaron Bélgica para disputar la fase de clasificación de la Copa de Europa.

Finalizada esa electrizante etapa, Manuel no dejó el deporte que le ha dado vida. Estuvo varios años entrenando a chicos y chicas del club toledano El Polígono, y llegó la oportunidad de entrar en Ocaña I. Ahora va los lunes con mujeres de la Pastoral Penitenciaria. Mientras ellas evangelizan, Copeiro sigue con sus clases de baloncesto. «Los chavales están muy contentos», dice de sus discípulos en prisión.

«Hace un par de meses, jugamos en la cárcel un partido contra un equipo del Polígono de Toledo y ellos tan contentos. Perdieron por muchos puntos, pero era lo de menos. Lo importante es que todos tuvieron relación, hablaron, estuvieron muy felices unos con otros y luego, al final, los presos me dijeron que lo habían pasado muy bien». Por eso ahora están ilusionados con otro partido que Copeiro está organizando para jugar entre rejas.

Él no pregunta a sus jugadores por qué están, aunque generalmente son por tráfico de drogas. «Realmente, no me interesa. Lo que me interesa es que la gente haga deporte, que les sirva para integrarse en la sociedad cuando salgan de la prisión y no salgan con problemas», aspira el extremeño de Pallares, una pedanía del municipio pacense de Montemolín.

«Hasta que muera, estaré yendo mientras pueda», advierte alguien que por las tardes ayuda a través de Cáritas en las tareas escolares a niños con problemas familiares, les da la merienda «y procuramos educarlos un poco». «Creo que la sociedad necesita de nuestra ayuda. Si las personas no nos ayudamos unos a otros, mal vamos, ¿no? La misión de los seres humanos es ayudarnos unos a otros. Si todo el mundo se ayudara, el mundo sería distinto», insiste un hombre que ha dedicado más de medio siglo de su vida al baloncesto.