Y lo llaman progresismo
El reparto de los menores que saturan Canarias ha puesto a prueba el sedicente progresismo del Gobierno. Y como de costumbre ha cedido a la presión de los aliados que necesita para llevar la legislatura a término. Creatividad semántica no le falta desde luego para inventarse un concepto nuevo, el del «esfuerzo previo de acogida», con el que disfrazar el empeño de mantener a Cataluña y el País Vasco exentos de su cuota en el prorrateo. Derecho reservado de admisión en virtud de unos pocos pero decisivos escaños en el Congreso. Que se hagan cargo las comunidades del PP, y de paso la Castilla-La Mancha para que Page aprenda a ejercer de verso suelto. Y cuando los servicios canarios vuelvan a colapsar, que será dentro de poco tiempo, ya veremos. Los problemas de mañana, mañana: hoy lo que importa es el momento, la negociación de los Presupuestos, el apoyo a la 'ley Begoña', la reducción de jornada y los decretos amenazados de bloqueo.
Algún espíritu ingenuo podrá preguntarse qué opinan los votantes socialistas, teóricamente partidarios de la solidaridad con esos desheredados capaces de jugarse la vida en una arriesgada travesía marina. Respuesta sencilla: les toca tragar como tragaron con el pacto con Bildu o con la amnistía y como tragarán con el concierto fiscal cuando su líder así lo decida. Aceptarán cualquier chantaje bajo el argumento de que peor es la alternativa, y se convencerán a sí mismos de que el credo progresista implica una cierta dosis de flexibilidad política. Ése es el gran éxito del sanchismo, la asombrosa disciplina con que sus seguidores toleran la continua traición a los principios. El miedo/odio a la derecha los cohesiona y los vuelve impermeables incluso a la desigualdad, los privilegios y el particularismo. Pero cuando se consume este tejemaneje indigno serán cómplices morales de la intransigencia nacionalista con un grupo de náufragos en busca de cobijo.