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Todo cambió para que no cambiase nada
Tal vez fue la noche más aciaga del discutido Vinicius (quien incluso en las peores noches europeas, como la del Ajax, siempre fue el rayo de esperanza). Se le ve exhausto. Probablemente hasta de sí mismo. Y Mbappé, al menos este Mbappé reconvertido en nueve, no es ni de lejos el jugador diferencial que llevábamos años esperando. Carece de los recursos y fundamentos necesarios que se le presuponen a un superclase como él, esa estrella traída desde el más allá para brillar con luz propia y guiar a los demás en noches como esta. Comete muchos pequeños errores y le falta clase a raudales para poder ser determinante en esa posición. Marcará, pero no convencerá. Este es un golpe de realidad muy duro de asimilar y digerir para los madridistas, sobre todo por todo el tiempo invertido en su fichaje. Pero el hecho es que este Mbappé, o esta versión suya condenada a vivir desterrado lejos de su banda izquierda, no es tan bueno. Tan sencillo como eso. Un gran jugador, desde luego, pero no ese talentazo capaz de influir en el juego. Se le había puesto al mismo nivel que a Ronaldo o Messi. Ni de lejos está ahí de momento. Y mirar para otro lado dudo que vaya a mejorar la situación. Quién sabe si tal vez con otro entrenador, y con otro sistema, pueda tener un renacimiento como el que han vivido esta temporada en el Barça Lewandowski o Raphinha, dos jugadores que parecían sentenciados. Pero esta primera temporada de Mbappé, salvo sorpresa mayúscula en el Bernabéu en el partido de vuelta, está dejando mucho a deber. Le está faltando muchísima grandeza. No tiene ni la capacidad resolutiva, ni la inspiración, ni la imaginación, ni el acierto de los mejores en los partidos importantes. Y eso es incluso más alarmante que el propio 3-0.