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¿Ignorante o corrupto?
En la otra realidad, Pedro Sánchez es un hombre probo e íntegro, comprometido con la ejemplaridad de un ejecutivo «limpio de corrupción» que, a diferencia de lo ocurrido en épocas pasadas, aseguraría, «si hay corrupción, no va a haber impunidad y tiene que haber la determinación de que quien la haga, la pague». Un hombre honorable y sin mácula a quien, todo parece indicar, se la ha metido doblada hasta el ujier. En esa casa de Tócame Roque en la que se habría convertido el Palacio de la Moncloa, el que más y el que menos metía mano en la caja, traficaba con influencias, cobraba comisiones, desvelaba secretos, practicaba cohecho (algunos, también colecho), malversaba, prevaricaba o blanqueaba. Y Sánchez, sin enterarse. Ni en la parienta podría confiar, y él sin saberlo, que mientras le preguntaba en el desayuno que qué dicen los periódicos hoy (mucho Finlandia, mucho Suecia) andaba pergeñando que las gestiones privadas propias de señoradé se las resolviera personal a sueldo del erario. Ni en el hermanísimo mismo podría, sangre de su sangre, que todavía no se había agenciado plaza a medida y ya estaba mirando piso en la zona, en un ejercicio de clarividencia e intuición que ni la bruja Lola.