

Sobre la novela de Martin Amis de la que la cinta toma el título y la desolación, Glazer narra la plácida, casi idílica, vida de los responsables del campo de exterminio de Austwitz (atentos al trabajo excelso de la actriz Sandra Huller). Justo al lado del más perfecto de los horrores, el ideal de una vida sin una sola doblez. Lo que de verdad se ve no está. O mejor, está justo al otro lado del muro, de las palabras y de la propia pantalla del cine. Y de repente, la cámara pasea por los pasillos vacíos de lo que es hoy Austwitz convertido en museo. La metáfora es simple: la pulcritud geométrica de un parque temático del horror se parece demasiado al horror mismo. El año acaba y empieza aquí.
La enésima obra maestra del maestro que mejor envejece en Hollywood es un derroche de profundidad y sabiduría que dialoga con la tradición de la que viene a la vez que rebate cada uno de los argumentos que la informan. Es testimonio del pasado y manifiesto de futuro. Es éxtasis del género del Oeste con la misma claridad que propone su completa abolición. Pero esto es solo la teoría. En la práctica, las tres horas largas por las que discurre la película se antojan todo un prodigio de cruda belleza, de contradicción elegante, de crueldad triste. De todo eso y de dignidad. Simple y brutal honestidad.
Un película, un tribunal, una duda y la posibilidad siempre incierta de dar con la verdad. 'Anatomía de una caída' es una disección de la vida en pareja, de su imposibilidad tal vez. Es eso y es la representación de la propia representación de la verdad que es un juicio. Suena laberíntico y, en efecto, lo es. Un laberinto hipnótico y proverbial. Además de terriblemente absorbente y un poco angustioso. Toda la película, de la mano de un guion algo más que solo perfecto y soportado a pulso por la descomunal interpretación de Sandra Hüller, no hace nada más que investigar y poner al descubierto los hilos tensos y algo (tampoco tanto) sutiles que soportan eso que creemos que es la realidad. De repente, cada una de las certezas que cosen lo que llamamos vida son discutidas como las imposturas que probablemente son. Perturbadora.
La última película del griego Lanthimos es un ejercicio eminentemente sexual. Y lo es, no por erótico en su sentido más pretendidamente elegante y sobón, sino por libre. Hacía tiempo que el cine, el destinado a todo el mundo, no se atrevía a tanto y de forma tan frontal y gozosa. Sobre la novela del escritor escocés Alasdair Gray, el director retoma a su manera el mito de Frakenstein. En una Inglaterra victoriana, un médico loco al que da vida Willem Dafoe se decide a resucitar a una mujer embarazada después de un trágico suicidio. La idea no es otra que colocar el cerebro aún vivo del nasciturus en la cabeza de la difunta. Lo que surge no es tanto un monstruo (aunque, un poco sí) como una mujer completamente libre. Y el resultado es un cuento extremadamente gótico tan preciso y detallista como deslumbrante guiado por una Emma Stone descomunal.
Todos los años tienen derecho a ese 'hype' del que cualquier persona de bien con gafas está autorizada a decir eso de "No es para tanto". Aquí está. Se podría decir que el asunto del que se ocupa 'Vidas pasadas' es el tiempo, su paso por la vida de dos amantes que, en verdad, nunca lo fueron. Pero, en verdad, es más bien al revés: 'Vidas pasadas' no utiliza el tiempo como argumento sino que es el tiempo el que se sirve de 'Vidas pasadas' para hacerse presente. Y ahí, su grandeza, su belleza y toda su triste presencia. Sí, sí es para tanto.
En realidad, 'Fallen leaves' no es una película. 'Fallen leaves' es una persona. Es Aki Kaurimaski en toda su plenitud e integridad. Y con eso basta. El director reduce cada movimiento a casi la parálisis, cada frase a apenas una interjección, cada caricia a una simple mirada. El resultado es una obra maestra en su absoluto vacío; una película vertiginosa en su quietud; divertida hasta lo trágico; bella de puro sucia. Buster Keaton estaría muy orgulloso de Aki Kaurismaki.
Si la película de Song es esa pequeña joya que tendemos a despreciar para hacernos valer, la película de Nolan es el regalazo que ignoramos para no quedar en evidencia. 'Oppenheimer' es una película que discurre en la cabeza de su protagonista a la vez que asistimos en primera línea a la explosión de la primera bomba atómica. Todo en ella es paradoja. Quiere ser la más intimista de las películas (y por ello no sólo está escrita en primera persona), pero sin renunciar a ser el más glorioso y devastador a la vez de los espectáculos. Es, en efecto, una obra mayor tan ambiciosa y plena como absorbente y magnética. Y, además, hace boom.
El chileno Sebastián Silva lleva años discutiendo los límites y oportunidad de cada una de las conversaciones más o menos comunes, más o menos bienintencionadas. Si racismo, 'Tyrel'; si gestación subrogada, 'Nasty Baby'. Y así. Digamos que cada una de sus películas quiere ser una comedia, pero la realidad se lo impide. Quiere hacernos reír, pero acabamos siempre llorando. 'Pudriéndose al sol', que sería la traducción del título inglés original, habla de una muerte accidental (la del propio director en un papel muy cerca de sí mismo). Pero ya de paso discute sobre las diferencias de clase, sobre la estupidez de algunos de los llamados 'influencers', sobre el jolgorio de las redes sociales y, por qué no, pone patas arriba cada una de las convenciones bienintencionadas del cine 'indie' en general y del cine 'indie' gay en particular. Agria a veces, divertida cuando toca y siempre libre. Un prodigio de irresponsabilidad para saludar en pie.
Sí, 'Barbie'. Admitámoslo, sin Barbie el 2023 no hubiera siquiera existido. Se puede ser babiólogo, barbiófobo o, llegado el caso, barbitúrico. Pero no se puede vivir ajeno al irresistible poder de atracción de una película capaz de lo impensable: convertir el mayor de los iconos sexistas en la más alegre de las banderas feministas. Solo por la existencia del Ken de Ryan Gosling (ya es triste que en la película de ella, el prota sea él) tenemos que dar las gracias a la mucha gracia de la próxima presidenta del Jurado del Cannes. Se escucha el rasgar de vestiduras. Puro placer.
Sí, Misión Imposible. Nadie puede acusar nunca a una lista que se precie de depreciar el eclecticismo. De repente -y ya son siete las veces en 27 años-, el cine de acción, aventuras y puro entretenimiento adquiere la gracia de lo inaudito, pero real; de lo improbable, pero tal vez (sólo tal vez) verosímil; de lo extraordinario y, por ello, deseable. De la fiebre sin más. Pocas sagas tan perfectas en su desarrollo, tan plenas y tan entregadas a la gloria de un actor con aspecto de inmortal (en sentido literal y figurado): el siempre extraterrestre, se mire por donde se mire, Tom Cruise.