La rápida subida de Kamala Harris descoloca a un Trump que opta por radicalizar su mensaje
La campaña de Hillary Clinton en 2016 duró un año, cinco meses y veintiséis días. Es un récord que la de Donald Trump va a batir. A día de hoy, el candidato republicano lleva en la carrera un año, nueve meses y cinco días. Cuando se celebren las elecciones, el 5 de noviembre, Donald Trump estará a solo diez días de cumplir dos años de candidato.
Kamala Harris, sin embargo, no lleva ni un mes y ya se ha puesto por delante -aunque por poco- en los sondeos. Cuando llegó, el 21 de julio, Donald Trump no solo era el favorito, sino que su campaña estaba planeando una victoria por goleada frente al presidente, Joe Biden, que hablará en la apertura de la Convención Demócrata, con un discurso en el que se espera que la multitud se vuelque con él por haber derrotado a Trump y por haber puesto en marcha la política económica más de izquierdas que ha visto EEUU desde la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson que se acabó, precisamente, en otra Convención en Chicago en medio de una oleada de protestas, detenidos y disturbios.
El apoyo de las bases, de los líderes locales y de los gerifaltes demócratas no oculta, sin embargo, un hecho duro de aceptar para el presidente: él no es el candidato porque una rebelión de la dirección del partido, capitaneada por la ex presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y por el hombre a quien Biden sirvió fielmente durante ocho años -y que siempre le despreció- el ex presidente Barack Obama, le obligó a renunciar a un puesto que había ganado limpiamente en las primarias demócratas. Incluso el hecho de que hable el lunes, cuando el interés mediático por la Convención es el más bajo, es una manera sutil de darle las gracias y pedirle que no moleste.
El éxito de Harris en estas cuatro semanas es un hecho inédito en la política estadounidense reciente, caracterizada por campañas que cada vez son más largas, que ponen al país en un estado de elecciones permanente que hace casi imposible la acción de gobierno.
La sustitución de Biden por Harris ha recargado las baterías de los demócratas. Con Biden, el votante de ese partido estaba en un estado letárgico similar al de un oso de Asturias en el mes de enero. Con Harris, la excitación es palpable, y se ve desde los mítines en los estados que Trump tenía ganados y en los que ahora está empatado con su rival, hasta en las voluntarias con carteles que dicen 'Convención Demócrata' que esperaban a los delegados en la Terminal 2 el aeropuerto de O'Hare en Chicago el domingo por la noche.
"El mayor triunfo desde Obama"
"En estas elecciones, vamos a lograr el mayor triunfo la mayor victoria desde Obama en 2008, decía Jill, de 44 años, que no quería que se publicara su nombre porque "es mejor que no hablemos con la prensa". La euforia espanta a los líderes del partido, que recuerdan cómo hace ocho años la campaña de Hillary Clinton empezó a abrir las cervezas cuando todavía no habían cerrado los colegios y luego no las pudo beber porque ganó Donald Trump. Y es que el candidato republicano ha resucitado tantas veces que darlo por acabado políticamente es, más que un pronóstico, una afirmación suicida.
Pero la campaña de Trump está reaccionando de manera extraña al alza de Harris. La candidata demócrata no ha logrado quitar votos al republicano, sino que ha activado a quienes no iban a votar o a hacerlo a terceros candidatos. La respuesta del ex presidente ha sido atrincherar su discurso. Trump no sólo no ha hecho ningún esfuerzo por moderar sus posiciones, sino que las ha endurecido. El domingo, reenvió en su red social Truth un mensaje en el que se ve a un grupo de inmigrantes africanos con el texto Si eres una mujer, puedes o votar por Trump o esperar a que uno de estos monstruos vaya a por ti o a por tu hija. El candidato republicano parece estar actuando para retener a su base de votantes, no para aumentarla.
La semana pasada, Trump rescató para su campaña a Corey Lewandoski, que ya fue el director de su operacion electoral en 2016, cuando tuvo que dimitir por agredir a una periodista de la web trumpista Bretibart News y a un manifestante en un mitin de Trump, y por acosar sexualmente a la esposa del empresario de la construcción y donante del futuro presidente John Odom. Lewandoski también se hizo famoso por burlarse en una entrevista en la cadena de televisión CNN de un niño con síndrome de Down.
Lewandowski, que según el informe del fiscal especial sobre la trama rusa Robert Mueller es "un devoto" de Donald Trump, es parte del ala más ultra del candidato. Su llegada a la campaña ha sido celebrada por Nick Fuentes, un neonazi que niega el Holocausto, ha propuesto ilegalizar cualquier tipo de inmigración a EEUU y ha expresado su apoyo a Vladimir Putin porque, dice, le recuerda a Adolf Hitler. Fuentes, que cenó públicamente con Trump en Mar-a-Lago en 2022, tiene un considerable peso entre los seguidores del republicano.
La tensión interna del trumpismo va más allá de líderes de opinión o de personajes influyentes. En las últimas dos semanas, las redes sociales se han llenado de mensajes de seguidores del ex presidente reclamando que éste eche a los dos líderes de su campaña, Chris LaCivita y Susie Willies, que hasta ahora habían conseguido que Trump jugara la baza de la ambigüedad y mantuviera la disciplina del mensaje. Ahora, con el cambio de dinámica en la carrera, son cada vez más quienes dicen que "deben dejar a Trump ser Trump". El problema es que no está nada claro que eso le vaya a servir para ganar las elecciones.