Karina Sainz Borgo gana en Suiza el premio Jan Michalski>

El premio, dotado con 50.000 francos suizos (unos 51.705 euros), se concedió este miércoles en Montricher, donde se encuentra la sede suiza de la Fundación Jan Michalski, decidida a consagrar en la escena internacional a un autor o autora que considera de primera importancia. La Fundación recuerda que la obra de Karina Sainz Borgo ha sido traducida con éxito creciente en una veintena de países.

Karina respondió a la concesión del premio con un bello y emocionante discurso donde desbroza con apasionada precisión su concepción de la gran literatura y el arte. «A la literatura se llega por desesperación», comenzó diciendo la escritora, agregando: «De ella habrá de surgir una meseta narrada por un hidalgo o el patíbulo contado por un asesino. La literatura ensancha o estrecha el mundo, según quién nos lo cuente. En ella caben la pastora Marcela cervantina y el arsénico que Emma Bovary se lleva a la boca. La novela descubre los lugares inmorales de nosotros mismos. Por eso escribir es un acto extractivo, es escarbar la tierra con las manos. Para conocerlo, al mundo hay que despellejarlo. Por eso de una novela nunca se sale ileso».

Karina aprovechó la oportunidad para ofrecer su visión propia de las metamorfosis de su obra: «En mi primera novela, 'La hija de la española', conté la historia de Adelaida Falcón, una mujer que usa la identidad de otra para escapar de un lugar en ruinas. Adelaida, la protagonista, se apropia del nombre de su vecina, a la que encuentra muerta en el suelo. Empujada por la desesperación de una violencia que traspasa las paredes, enloquecida por el miedo, Adelaida se deshace del cuerpo sin vida de aquella junto a la que vivió durante años. La arroja como un bulto a una fogata urbana, le niega cualquier recuerdo o sepultura, con el único objetivo de usar su nombre para escapar. Adelaida es la peor versión de quienes han sobrevivido. Adelaida podría ser cualquiera de nosotros».

'El tercer país', mi segunda novela, continuó Karina, «narra la travesía de una mujer que atraviesa la frontera cargando a sus hijos muertos dentro de una caja de zapatos, con el único propósito de darles una sepultura digna. Nací en un país en el que hasta las flores son peligrosas. Fui educada en la belleza y la depredación. La destrucción, la demolición y la profanación me enseñaron a sorber la belleza muy rápidamente, antes de que alguien me la arrebatara. Crecí llevándome el mundo a la boca y masticándolo antes de que desapareciera ante mis ojos. Creo que eso puede explicar por qué en mis novelas los personajes se agarran al mundo sujetándolo con los dientes. Pelean como bestias asustadas».

Territorio imaginario

Para la escritora venezolana afincada en Madrid, columnista de ABC y reciente premio Gistau, literatura y vida se confunden y traban a través de un tejido de emociones y tragedias que ella describe de este modo: «'El tercer país' ocurre en un territorio imaginario, Mezquite, un lugar que bebe de la Comala de Juan Rulfo, un paraje cuyas potentes tolvaneras dejan al descubierto a la Antígona de Sófocles, esa mujer que viola la ley y desafía al poder para enterrar a los muertos. La tragedia, otra vez, como una máscara que tenemos que vestir para dar sentido a lo que hemos vivido. Mi mundo literario, el que he confeccionado para sobrellevar el que dejé atrás, está lleno de surcos, de estrías, de piel herida, de sangre seca, de ruinas. Dejé mi país hace casi veinte años. A él vuelvo en mis novelas o en mis pesadillas. Entierro una y otra vez el lugar en el que nací, me despido de él para crear una tierra nueva».

Karina describe su creación literaria como una «tumba» y una «profecía», al mismo tiempo, creando nuevos mundos: «Cuando escribo, amaso una piel para el mundo desgarrado que llevo dentro. Nací en el reino de la belleza y la catástrofe. Soy una criatura educada en la belleza de la tragedia. La conozco. Me habita. De los cinco movimientos de la Segunda Sinfonía de Mahler, el último es el más hermoso. El juicio final ha llegado, los muertos resucitan y los pecadores espantan sus faltas para librarse del infierno. Suenan las trompetas del Apocalipsis y luego un aterrador silencio. En ese instante oscuro, ausente de cualquier nota, emerge el canto de un ruiseñor. Ese momento fugaz, brevísimo, anticipa las voces del coro que anuncia la resurrección que da nombre a la sinfonía. Es el triunfo de la vida sobre la muerte. Y es justamente eso lo que ocurre en 'El tercer país'. Entre tumbas polvorientas, en medio de toda esa desolación, hay un pájaro que canta y un sol que persevera hasta convertir la noche en amanecer».