No hace muchos años que dos intentos de asesinatos de legisladores fueron episodios sonados, tanto por su gravedad como por su excepcionalidad. Son los casos de la senadora demócrata Gabby Giffords, en 2011, y del diputado republicano Steven Scalise, en 2017. Ambos sobrevivieron de milagro a los disparos.
La tensión política, acumulada en el turbulento primer mandato de Donald Trump, con una campaña de reelección donde se dispararon las amenazas de violencia política contra autoridades, estalló tras las denuncias del candidato perdedor -infundadas, según los tribunales y su propio Departamento de Justicia- de robo electoral. Aquello acabó en el trágico y bochornoso asalto al Capitolio por una turba de sus seguidores, con una manifestante muerta dentro del edificio por disparos de la policía, varios agentes fallecidos en los días siguientes, y decenas de heridos entre policías y protestantes. Pero antes de las elecciones, ya hubo episodios preocupantes, como el plan desbaratado por una milicia paramilitar de Michigan para secuestrar a la gobernadora del estado, la demócrata Gretchen Whitmer.
El asalto al Capitolio no acabó en un proceso de reconciliación nacional, sino en un regreso a la política de Trump, en medio de imputaciones criminales, que exacerbó todavía más los ánimos. Durante la presidencia de Joe Biden, las estadísticas de amenazas a autoridades siguieron creciendo, y se notaron en ataques a jueces y fiscales que habían participado en el procesamiento de Trump y en episodios desde el signo político contrario, como el intento de asesinato en 2022 de Brett Kavanaugh, un juez del Tribunal Supremo nominado por Trump. Ese mismo año, un hombre atacó al marido de Nancy Pelosi, la demócrata que presidía la Cámara de Representantes, en su residencia en San Francisco.
El asesinato este miércoles de Kirk ocurre en medio de una intensificación todavía mayor de la violencia política, empezando por el capítulo de mayor potencial para poner en peligro la democracia más vieja y estable del mundo: el intento de asesinato que sufrió Trump hace poco más de un año en plena campaña electoral, en un mitin en Pensilvania. El entonces candidato se salvó de milagro: giró la cabeza en el mismo momento que la bala de un atacante iba en su dirección. Solo le rozó la oreja y Trump pudo seguir en campaña y ganar otra elección.
El mismo día en el que murió Kirk en un campus universitario de Utah, rodeado de miles de estudiantes, el responsable de otro intento de asesinato de Trump, Ryan Routh, comparecía ante el juez en el inicio de su juicio. Routh planeaba disparar al presidente desde las afueras de un campo de golf en Florida.
En los últimos meses, los incidentes se acumulan. En diciembre del año pasado, el consejero delegado de la mayor aseguradora médica de EE.UU. fue asesinado en una acera de Nueva York por un joven de ideología izquierdista. En abril, un hombre atacó con bombas incendiarias la residencia del gobernador de Pensilvania, el demócrata Josh Shapiro, en un intento de acabar con su vida. Poco después, entre finales de mayo y principios de junio, se sucedieron dos ataques graves contra judíos: uno en Washington, donde una joven pareja que trabajaba para la embajada de Israel falleció en un ataque de odio; y otro en Boulder (Colorado), donde un hombre lanzó cóckteles molotov contra una concentración para la liberación de rehenes de Hamás en Gaza.
Pocos días después, otro episodio de odio sacudió a EE.UU.: dos diputados demócratas en la asamblea legislativa estatal de Minnesota y sus respectivas parejas fueron asesinados por un hombre de ideología conservadora.
Este miércoles, tras el asesinato de Kirk, en un mensaje a la nación, Trump acusó a la «izquierda radical» de la violencia política, prometió represalias y repasó incidentes de los últimos años, como el de Scalise o los que él mismo sufrió. Pero no mencionó ningún episodio en los que las víctimas han sido demócratas.