'Guerra total': la doctrina secreta para aplastar a Hitler que avergonzó a los Aliados tras la IIGM

Lo peor es que el objetivo de los bombardeos aliados no era destruir las muchas fábricas de la región, que hubiera sido la excusa perfecta. La idea, forjada por el inglés Arthur Harris, era provocar tanto terror entre la población como para que esta exigiera al mismísimo Adolf Hitler la rendición incondicional del Tercer Reich. Una estrategia que era conocida con nombres y apellidos: 'guerra total'. Y así lo explica a ABC el historiador británico Sinclair McKay, autor de 'Dresde: 1945': «Al comienzo del siglo XX todavía se creía que las guerras se podían limitar a los campos de batalla y que se podía mantener al margen a la población civil, algo que era ilusorio porque la historia está llena de ataques y sitos a ciudades. Sin embargo, en la Segunda Guerra Mundial eso cambió».

En palabras de este experto, el giro en el paradigma durante el período de entreguerras hizo que se «admitiera con honestidad que esta máxima era imposible», y lo mismo pasó con las ciudades. «Aunque al principio se quería mantener a las urbes al margen, todo cambió. La llegada de la 'guerra total' implicaba que todos, militares y ciudadanos inocentes, eran objetivos», sostiene. Dresde fue el punto álgido de esa política; una idea representada a la perfección por Harris. No en vano, sobre este inglés recayó un amargo apodo: el 'carnicero'. Al frente del 'Bomber Command' desde 1942, vio cumplido su sueño cuando vio llover fuego sobre esta ciudad germana. Y no es una metáfora, pues consideró esta barbaridad su gran victoria. Aunque, como bien explica el experto, quedó silenciada durante décadas.

'Guerra total'

La táctica inglesa de bombardear ciudades empezó a pergeñarse cuando el teniente general Arthur Harris fue puesto al frente del mencionado 'Bomber Command' (o 'Mando de Bombardeo') en 1942. Conocido a la postre como 'Bomberman' Harris o 'Carnicero' Harris, este oficial era partidario de que, si se acosaba a la población, esta se alzaría contra el nazismo. «Los civiles, así se esperaba, se volverían contra sus líderes si se les bombardeaba y se les sacaba de sus casas y no tenían medios para sobrevivir. Se buscaba golpearles con fuerza para que su moral se desmoronara», explica Ian Buruma en 'La destrucción de Alemania'. El historiador Sinclair McKay, autor de 'Dresde, 1945', afirma que también se pretendía sembrar el pánico en las ciudades para forzar la rendición del Tercer Reich a golpe de terror.

De los dos objetivos, el segundo era el más realista. Harris, que arrastraba un severo complejo de inferioridad en el ámbito militar por su origen colonial y no aristocrático, se dejó cautivar por la eficacia de los bombardeos ya durante la Primera Guerra Mundial, en la que participó como soldado del 1º Regimiento de Infantería Rhodesio. La inmovilidad en las trincheras le convenció de que había que destruir al enemigo a través de los cielos para reducir la ingente cantidad de muertos que se sucedieron entre 1914 y 1919 . A la postre, ver el enfrentamiento en la carlinga de su biplano 'Sopwith Camel', en el que combatió como piloto de caza durante la segunda fase de la contienda, terminó de darle la razón. Los números alababan su teoría, pues la contienda costó la vida a unos diez millones de militares.

Tras la Gran Guerra, Harris confirmó sus ideas durante la contienda que Gran Bretaña mantuvo en Irak, enfrentamiento en el que sus superiores apoyaron la firme creencia de que era plausible acabar con el enemigo desde el aire y sin necesidad de organizar una ofensiva a ras de tierra. «El joven comandante Harris, en lo alto de los cielos arábigos, pensaba en el efecto de las bombas sobre las sencillas viviendas de abajo: una aldea entera podía quedar reducida a cenizas en cuarenta y cinco minutos. Salvo disparar fusiles al aire, poco podría hacerse para evitarlo desde tierra», explica McKoy. Durante dicho enfrentamiento, el futuro 'carnicero' dejó caer explosivos por primera vez sobre población civil y vio el caos que provocaban.

Febrero de 1945. El bombardeo de la ciudad de Dresde. Entre lo poco que se mantuvo en pie, la escultura llamada «Bondad» ABC

En su triste favor habría que decir que, poco tiempo después, allá por los años treinta, grandes estudiosos de la guerra se mostraron partidarios de atacar objetivos civiles como medio para doblegar al enemigo. Lord Tiverton, por ejemplo, puso sobre la mesa una disyuntiva que sobrevolaba la mente de muchos militares de la época: ¿era lícito bombardear a los hombres y mujeres que, en retaguardia, colaboraban con el esfuerzo de la contienda?: «La muchacha que prepara munición en una fábrica forma parte de la maquinaria de guerra tanto como el soldado que la dispara. Ella es mucho más vulnerable y será atacada seguro. Es imposible decir si un ataque así sería injustificado». Su conclusión, más allá de las dudas, era que sufriría las consecuencias en las luchas próximas.

Este debate fue saldado de un golpe por Adolf Hitler antes incluso de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Ya en el enfrentamiento fratricida que vivió nuestro país entre 1936 y 1939, la Legión Cóndor bombardeó Gernika en lo que, según McKoy, fue el «claro antecedente de Dresde». No solo eso, sino «el comienzo de la guerra total»; es decir, el ataque sistemático de civiles con el único objetivo de generar el caos y aplastar las líneas avituallamiento enemigas. Aunque, como amos de la propaganda que eran, los miembros del Tercer Reich siempre defendieron que la 'Luftwaffe', la fuerza aérea, había dirigido sus explosivos solo contra las fábricas y las plantas armamentísticas de la ciudad vasca.

Excusas de cartón piedra, pues, ya comenzada la Segunda Guerra Mundial, el mismo Hitler se mostró enardecido ante la propuesta de reducir la capital inglesa a cenizas a golpe de explosivos. «Göring quiere, mediante innumerables bombas incendiarias de efectos totalmente nuevos, producir incendios en las distintas partes de la ciudad, incendios por todas partes. [...] ¡Destruir Londres por completo! ¿Qué podrán hacer sus bomberos cuando todo esté ardiendo?», explicó en una ocasión el líder nazi. Otro tanto sucedió poco después de los años cuarenta, cuando el 'Führer' aprobó el adiestramiento de una tripulación que –en un bombardero pesado de largo alcance– despegaría desde el norte de Alemania para soltar su letal carga... ¡sobre la ciudad de Nueva York!

Alabado por Churchill

Así pues, cuando Harris fue ascendido al Estado Mayor en 1940, ya en la Segunda Guerra Mundial, sus ideas no eran ni mucho menos desconocidas. Lo que sí rechina algo más es la forma en que veía los bombardeos sobre Alemania. En las memorias que publicó en 1947, afirmó sentir fascinación por los «tornados y tifones de fuego» . A su vez, criticó los explosivos que utilizaba la RAF por considerar que tenían poca potencia. «Las bombas explosivas eran invariablemente demasiado pequeñas e inadecuadas. La bomba estándar de 113 kilogramos era un misil ridículo», escribió.

Este tipo de bombardeos fue apoyado en un principio por el 'premier' británico Winston Churchill. Un político de moral cambiante que, al menos durante aquellos años iniciales de contienda, llegó a afirmar que la única forma de derrotar a Alemania era «un ataque absolutamente devastador, exterminador, con bombarderos muy poderosos desde este país sobre el territorio nazi». Según su parecer, la idea de que la contienda se extendiera tanto en el tiempo como la Primera Guerra Mundial era intolerable. Valga como prueba que, el 22 de febrero de 1942, puso al futuro 'carnicero' al frente del mencionado Mando de Bombarderos y le solicitó generalizar el terror con sus aviones sobre las ciudades teutonas.

Desde que ascendió a su nuevo puesto, Harris se planteó dos objetivos: evitar que Churchill cambiara de idea en relación a los ataques sobre civiles y aumentar el número de aviones y tripulaciones a sus órdenes para hacer llover fuego sobre los núcleos de población germanos. McKoy es partidario de que, aunque el 'carnicero' odiaba a los alemanes, siempre defendió que «destruir ciudades, matar trabajadores y perturbar la vida comunitaria civilizada» evitarían una matanza mayor. De hecho, consideraba que morir de esta guisa no era la peor forma de marcharse al otro mundo.

Durante los años siguientes, Harris se enfrentó a todos aquellos contrarios a los bombardeos en masa sobre civiles. «Aquel que expresara escrúpulos o dudas morales sobre su labor era un 'quintacolumnista'», desvela McKoy. Desde el principio, sus enemigos principales en este sentido fueron los mandos del Estado Mayor del Ejército del Aire. Estos fueron firmes defensores de los ataques estratégicos sobre puntos muy concretos como fábricas de armamento o estaciones petrolíferas. Según su opinión, de esta forma se evitaba lanzar toneladas y toneladas de explosivos en masa sobre civiles y se lograba ralentizar el esfuerzo bélico germano. Todo ventajas, y sin acabar con hombre, mujeres y niños inocentes.

A su favor, Harris argüía que este tipo de ataques obligaban a los aviadores a acercarse mucho a los objetivos para garantizar que las bombas caían en el lugar deseado; algo que ponía en riesgo su vida y que había costado la existencia a miles de jóvenes de la RAF. En concreto, unos 50.000 hasta entonces. El 'carnicero', según McKoy, no esgrimía ese argumento de forma ventajista. Todo lo contrario; casi se veía como el padre de aquellos hombres. «No existe comparación para tal coraje y determinación ante el peligro durante un período tan prolongado, un peligro a veces tan enorme que solo un hombre de cada tres podía esperar a las operaciones», escribió sobre ellos tras la Segunda Guerra Mundial.

Los enfrentamientos más duros entre Harris y sus detractores se sucedieron en los últimos meses de 1943. Él, sin embargo, mantuvo siempre a su versión inicial. Tanto, que incluso llegó a suscribir la llamada 'Operación Trueno': el bombardeo masivo (casi apocalíptico) de Berlín con el único objetivo de hacer que el Reich se estremeciera. Así se explicaba en el informe que se presentó al alto mando: «El ataque debe llevarse a cabo con tal densidad que suponga un riesgo de muerte lo más cercano posible al ciento por ciento para el individuo que se encuentre en la zona designada».

Al final, primó la visión de un Harris que convenció al alto mando de que, aunque se bombardeara la industria nazi, Alemania contaba con una capacidad casi enfermiza para recuperar su producción industrial en menos de cuatro o cinco meses. «Se destruyeron las presas de Möhne y Eder para causar asombro. No se logró nada comparable a los esfuerzos y pérdidas. Nada, salvo una muestra suprema de habilidad, valentía, devoción e ingenio técnico. El daño material fue insignificante frente al que causaría un pequeño bombardeo de 'área'», se defendió el 'carnicero' en una misiva. La realidad, sin embargo, es que durante el tiempo que duró la controversia Harris ya había ordenado una infinidad de ataques sobre ciudades como Westfalia, Lübeck, Rostock, Colonia , Essen y otro tantas.