A las siete y doce en todos los relojes, las siete y siete en el de la plaza, Juan Ortega rompía el cuadro y ponía la gente en pie. Antológico el saludo a la verónica, genuflexos los primeros lances, erguido después. a cual más lento, a cual más hondo. De manicomio. Para sorprender luego con unas ajustadas gaoneras. Todo siguió sobre una alfombra con un fenomenal tercio de banderillas y brindó al público. Sentado en el estribo el prólogo, en otra pintura antigua. Al ralentí. Pero el sardito venía con el empuje justo, aunque con esa obediencia de la que disfrutó el sevillano para hacernos disfrutar. Tan torero, tan despacioso, con el lunar del pinchazo, que dejó todo en saludos.
¿Cuánta belleza cabe en una verónica de Aguado? Ni se sabe... Sin embargo, el titular apenas se mantenía y salió un sobrero de Cuvillo con el poder mermadísimo. Ahí estaba Pablo para tejer un puente de seda y sostenerlo con cadencia, con naturales torerísimos y un cambio de mano en el que a la de la fila de atrás le dio tiempo a recitar la lista de la compra de una familia de ocho. En medio de aquella lista común de leche, huevos, verduras y croquetas, el tendido paladeaba las delicias de Pablo a pies juntos. De 'anda', 'toma que toma' y 'vámonos que nos vamos'. Para endulzarlo con su broche a dos manos. Imposible hacer más con menos. Ni la estocada caída frenó el trofeo.
Competían los pitones y la fuerza del cuarto en su mínima expresión. Era de pañuelo verde. Pero Frailecillo no quiso regresar a chiqueros y después de media hora –incluso Morante ejerció de Florito– recibió un certero puntillazo de Amores. Cuando debería de arrastrarse el último, salía el cuarto bis en la larguísima tarde. Hecho cuesta arriba el de Telles, corretón y huido. ¿Cómo iba a humillar con esas hechuras? A lo Santillana iba, de cabezazo en cabezazo (sin la clase de la leyenda del fútbol, claro). Abreviar era el único camino.
Sentir y sentir. Y volver a sentir. Así fue la mágica obra de Ortega en el quinto, con la anochecida encima, con la luna asomando por el tejadillo, con una marcha procesional que acompañaba su toreo pausado. Y con una estocada fulminante que le entregó las dos orejas.
Dos colosales pares de Iván García pusieron en pie los tendidos, que no se llenaron en un cartel de tanto lujo. Era ya de noche. Un manto negro cubría el cielo iluminado por esa luna que un niño trataba de alcanzar con las manos. Hasta ella nos trasladó Aguado, con esos doblones rodilla en tierra que hubiese firmado el mismísimo Antonio Bienvenida. Qué naturalidad. «¡Niño, calla un poco!», estalló una voz. Y hasta la señora de la lista del Mercadona silenció. Aguado hacía mientras tanto la luna en una estampa que era puro romanticismo, de otra época. De noche en todo el mundo. Y Aranjuez con la luz desprendida por el sevillano, un deleite para los sentidos, con una manera de andar al toro que enamoraba, con un retablo rodilla en tierra divino, con una estocada a carta cabal que le otorgaba las dos orejas y confirmaba en el umbral de Madrid su doradísimo año. A hombros lo auparon con Ortega mientras el maestro se despedía a pie con el eco de sus naturales infinitos.
- Plaza de toros de Aranjuez. Sábado, 6 de septiembre de 2025. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de Juan Manuel Criado, Núñez del Cuvillo (3º bis) y David Ribiero Telles (4º bis, infumable), desiguales aunque de agradables hechuras en general, se dejaron en conjunto.
- Morante de la Puebla, de negro y blanco: pinchazo hondo tendido y descabello (oreja); estocada defectuosa y descabello (silencio).
- Juan Ortega, de verde la chaquetilla y de crema la taleguilla: pinchazo y estocada tendida (petición y saludos); estocada (dos orejas).
- Pablo Aguado, de verde y negro: estocada baja (oreja); estocada (dos orejas).