Juan Echanove : «Soy optimista, pero hay veces en que me produce un pudor enorme serlo»

¿También el personaje está todo en el texto, o hay que buscarlo fuera?

—Siempre tienes que buscar un personaje más allá, pero las coordenadas las da el autor en el texto y ahí entiendes quién es. En este caso, mi personaje es un profesor de literatura canadiense contemporánea en una universidad; tiene una vida ordenada. Lo que ocurre es que en la conversación que mantiene con Cecil, el personaje que interpreta Joaquín Climent, el espectador quizás vea que a lo mejor no es quien dice ser o quien él cree ser. Todo ese juego entre los dos tiene muchas cosas becketianas, pirandellianas... Bebe de un teatro y de un pensamiento del siglo XX realmente fantástico. Pero éste y otros textos similares hablan de la realidad, de los mundos alternativos, de las verdades oficiales. ¡Pero si es que ahora vivimos dentro de esta especie de realidad virtual en la que vale tanto la verdad que quiera establecer un tío a través de una red social que lo que tú les digas desde el teatro.

—Vargas Llosa hablaba de «la verdad de las mentiras»...

—El teatro tiene un papel especular que si lo pierde se convierte en un acto de divertimiento más, y por tanto plenamente prescindible. Si el teatro sigue siendo espejo de la sociedad, espejo del ser humano, donde podamos hacernos preguntas y podamos, o no, encontrar las respuestas –o por lo menos, a través de la sensación que ha percibido en ese escenario, tomar partido interior e íntimo en su casa sobre las cosas que ocurren–, entonces el teatro es imparable. No hay nada como el teatro para provocar esa sensación.«

«Si el teatro sigue siendo espejo de la sociedad, espejo del ser humano, donde podamos hacernos preguntas y podamos, o no, encontrar las respuestas, entonces el teatro es imparable. No hay nada como el teatro para provocar esa sensación»

—¿Y qué preguntas le ha provocado a usted esta función?

—¿El mundo en el que vivimos tiene solución? ¿La evolución del ser humano es irremediablemente cíclica? ¿Estamos repitiendo exactamente los mismos errores del siglo XX prácticamente con la misma precisión en años de lo que nos pasaba en él? ¿Es posible la extinción de la rafa humana por propia implosión? ¿Seremos capaces de acabar nosotros con nosotros mismos? Y a partir de ese árbol empiezas a trenzar y empiezas a llegar a plantearte cosas, y ese árbol se convierte en el árbol de la incomprensión. O comprendemos todo o no entendemos nada. Comprenderlo todo tiene mucho que ver con la sumisión, con no alzar la voz frente a las injusticias que ocurren, que es algo con lo que estamos ya conviviendo de una manera muy clara.

—¿Y a usted qué le gustaría lograr haciendo este tipo de teatro?

—Lo que le he dicho, que el espectador salga del teatro y mantenga una conversación interior por lo menos hasta que coja el metro o hasta que vuelva a su casa. Que quede algo de eso. Quiero seguir sintiéndome orgulloso por formar parte de ese espejo, de ese espejo de millones de imágenes reflejadas que toda la gente que pertenece a nuestro oficio cada uno ha puesto en ese gran marco de la humanidad. Quiero reflejar la realidad que veo a través del trabajo que hago. Eso me sigue haciéndome sentirme orgulloso.

—¿Y se siente más optimista o más pesimista con respecto al mundo?

—Yo no puedo dejar de ser optimista, sería renunciar a mi ADN. Pero hay veces en que me produce un pudor enorme ya ser tan optimista, porque sé que racionalmente estoy equivocado. Voy a mantener el optimismo hasta el último momento porque es mi manera de ser; creo que al final todo tiene solución, aunque mi yo racional todos los días abofetea a mi yo utópico, que piensa que este mundo es un sitio habitable.

«Voy a mantener el optimismo hasta el último momento porque es mi manera de ser; creo que al final todo tiene solución, aunque mi yo racional todos los días abofetea a mi yo utópico, que piensa que este mundo es un sitio habitable»

—Usted, si no me equivoco, es una persona con pocas certezas. ¿Ahora mismo tiene alguna?

—En este momento, yo le diría que certezas, certezas, no tengo. Solamente tengo una, y es que frente a todo lo que ocurre, frente a todos los desastres, el teatro sobrevive; eso para mí es una certeza y en ella me apoyo.

—¿Y va a sobrevivir?

—Yo creo que sí; y si el teatro va a sobrevivir, entonces necesita que sobrevivan muchas cosas que tiene alrededor: la inspiración, el talento, la escucha... Cosas tan necesarias ante lo que nos viene... Porque si hay un cambio climático en lo físico, también lo hay en lo emotivo, en lo afectivo, y ahí sí que no estamos preparados. Se habla mucho, por ejemplo, de la soledad, y no se habla de una manera gratuita; por otra parte, la juventud se siente cada vez más desprotegida, sin horizontes y frente a todo eso la violencia va ganando también terreno... No sé cómo se puede luchar frente a todo eso y en el cambio del clima afectivo del ser humano nos estamos jugando realmente la esencia.

«'Ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado'. Me apunto a esa definición de Quevedo. No me interesa nada lo que ocurrió ayer y no puedo controlar lo que va a venir, así que me limito a vivir el presente»

—¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

—No. No soy nada nostálgico. «Ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado». Me apunto a esa definición de Quevedo. No me interesa nada lo que ocurrió ayer y no puedo controlar lo que va a venir, así que me limito a vivir el presente. Eso me hace además tener cierta tranquilidad frente a cosas tan nimias como por ejemplo levantar un telón cuando vengan los primeros espectadores. Sé que los nervios son un lujo de ricos en esta profesión y yo no puedo permitírmelo porque tengo que estar centrado y hacer mi trabajo lo mejor que pueda. Pero la nostalgia no me vale.

—Hablando de futuro, el suyo es Berlanga. En junio de 2026 se estrenará la adaptación de 'La escopeta nacional' dirigida por usted.

—Yo pensaba que mi reto iba a ser convencer al espectador de que este mundo que retrataba Berlanga en el setenta y tantos, un mundo que hoy en día ya no es así pero que hay que entender de dónde se viene para que se valore lo que ha sido la transición... Pero ¿cómo que no es así? Si pongo el telediario y se habla de putas, ministros, chorizos... Del clero, de la nobleza tiesa como la mojama, casándose en Sevilla... Es que al final esa concepción cíclica de la que hablábamos está presente, de ahí no escapamos, eso es lo que marca el sentido nuestra evolución; y por eso es difícil ser optimista... Bueno, también tengo que decir que soy optimista porque sigo sintiéndome, y lo hago con orgullo solidario con mi profesión, que es una profesión precaria... Pero a mí me ha ido muy bien; si yo no soy optimista, ¿qué va a pasar con alguien que solamente hace dos sesiones en una serie al año o que participa en un montaje que si tiene tres bolos es un éxito. ¿Cómo no voy a ser optimista yo? Sería un hijo de puta si no fuera un optimista. No dejo de pensar en la realidad de la profesión... ¿Cómo le vas a pedir dignidad a una profesión que es precaria en un 95 por ciento? Y muy muy precaria en un 90 por ciento. ¿Cómo le vas a pedir a alguien que defienda la dignidad frente al mundo? No se lo voy a pedir, pero yo sí puedo, y lo voy a hacer mientras viva.