Entre la conmoción del atentado y la visita de Trump, New Orleans se militariza para la Super Bowl
En fin de año, el ambiente aquí en Bourbon Street era muy similar al de ahora. El estruendo de la música de los bares; la gente encaramada a los balcones enrejados de estilo español, lanzando los collares típicos de Mardi Gras, el célebre carnaval de Nueva Orleans; las manos ocupadas con vasos enormes de licores helados; la risa, el desfase, la juerga. Fue entonces cuando un atacante, Shamsud-Din Jabbar, un exmilitar que se había adherido al Estado Islámico, irrumpió en la calle con una furgoneta y se llevó por delante todo lo que pudo. Mató a 14 personas e hirió a casi sesenta más.
El atacante esquivó la presencia policial que había en la entrada de la calle desde Canal Street, una de las principales vías de Nueva Orleans. Por alguna razón, las protecciones metálicas que debían haber protegido esa entrada no estaban en funcionamiento. Ahora sí lo están, en esa y en todas las calles adyacentes a Bourbon Street.
Desde el atentado, las autoridades han endurecido las medidas de seguridad. Han cambiado algunos bolardos de hormigón que protegían entradas secundarias por vallas metálicas ante el temor que un camión potente los pudiera apartar. También se revisan las bolsas de las personas que entran a Bourbon Street -aunque solo en algunas entradas, como ha podido comprobar este periódico- y no se permiten que los visitantes lleven neveras, algo que era habitual aquí.
Pero, sobre todo, se ha reforzado la presencia policial. Hasta los más borrachos se darán cuenta de que hay agentes en cada esquina. Muchos son de policía militarizada, con furgones blindados propios de un escenario bélico. «Hay más policías que turistas», bromeaba Paul, un vecino que vive en el final de Bourbon Street, en su lado -relativamente- más tranquilo. «¿Y todo esto por una Super Bowl?»
Es verdad que Nueva Orleans está acostumbrada, más que nadie, a recibir a la finalísima del fútbol americano. Este año igualará a Miami como la ciudad que más veces la ha albergado, once (el partido es en febrero y la NFL tiende a elegir lugares cálidos o con estadios cerrados).
Pero esta vez es especial. La conmoción por el atentado ha redoblado la alerta. El FBI ha calificado a la Super Bowl con el nivel 1 en su clasificación de Eventos Especiales, es decir, «un evento significativo con importancia nacional y/o internacional que requiere de un apoyo extensivo entre agencias federales».
Según el FBI, el partido y los días anteriores son un «objetivo atractivo para organizaciones terroristas extranjeras, extremistas violentos domésticos, atacantes solitarios, ejecutores de crímenes de odio y otros implicados en violencia por el potencial de incidentes con un número masivo de víctimas y de atracción de atención a causas ideológicas». A ello se une la llegada de Trump, que supone un quebradero de cabeza en lo que tiene que ver con seguridad, y que se añade al control y a las garantías para las cerca de 125.000 personas que se estima estarán este fin de semana en la ciudad del Misisipi.
Además de más de 600 agentes federales de diversas agencias, Nueva Orleans desplegará dos mil efectos de fuerzas de seguridad en el estadio de la final, el Superdome, y sus alrededores. «El mayor espectáculo del mundo se va a celebrar sin contratiempos», aseguró esta semana el gobernador de Luisiana, el republicano Jeff Landry. «Hemos trabajado sin descanso para asegurar que la seguridad de la ciudad permanezca intacta». La paradoja es que es el mismo gobernador que firmó una ley que permite a cualquiera en su estado portar armas, aunque no tengan licencia ni formación. Landry se negó a conceder excepciones para el French Quarter, el barrio histórico de Nueva Orleans donde se concentran la mayoría de los visitantes. Si a alguien le revisan una mochila al entrar en esa zona y encuentran una pistola, le tendrán que dejar pasar con el arma.