

Hay obras de arte que de puro feas (o malas) acaban por ser obras maestras. Digamos que, en su inconsciencia (o no tanto), la forma en la que contravienen las reglas y alteran la manera de mirar y de sentir se convierte ella misma en modelo, en norma y, llegado el caso, en forma pura. Era Nietzsche el que hablaba de la existencia de un arte del alma fea junto al arte, siempre agradable y reconocible por todos, del alma bella. E, iracundo como era él, dictaminaba que "ese arte es principalmente quien ha obtenido efectos más poderosos, quien ha quebrantado las almas, movido las piedras y convertido a los animales en hombres". De toda la filmografía de Almodóvar (a un lado los divertimentos exageradamente pasajeros como Los amantes pasajeros), pocas películas encarnan de forma tan acusada esa definición como Kika. El propio Almodóvar se refiere a ella como "lo más cerca que ha estado del fracaso" a lo largo de su carrera. Y Ángel Fernández-Santos, por citar al más cabal de los críticos de siempre, tituló su reseña como La ley del desastre. La última frase del texto -siempre enredada sobre sí y siempre lúcida- dejaba pocas opciones: "Y Kika, en cuanto todo, es nada, pura nada".
Y sin embargo, y pese a todo, nada se antoja más interesante que revisar el trabajo más arriesgado, más atrevido, más disruptivo, más hermético y, sin duda, más oscuro a vueltas con el alma fea de toda la carrera de su director. Sí, Kika es fea, pero en su irresistible fealdad mueve piedras y quebranta almas, que diría el filósofo.
Kika es esencialmente una película sobre la mirada, sobre la representación, sobre la mentira de la puesta en escena, sobre el límite en el que la ficción se confunde de forma inexorable con lo real, sobre la ocultación de la verdad y sobre el reflejo de lo bello en la oscuridad del horror, de lo feo. Por ello, también es una película sobre el cine como arte de la mirada. Arranca con una cámara que fotografía que se cuela por el ojo de una cerradura; uno de sus personajes es un fotógrafo-voyeur que, tras espiar a sus padres hacer el amor de niño, solo obtiene placer con la intermediación del objetivo que fisga. Otro personaje (la turbadora Andrea Caracortada-Victoria Abril) es la presentadora de un programa de telebasura cuyo objeto de interés es únicamente la realidad deformada por el relato de lo tremendo, de lo falso, de lo tremendamente falso. Otro es un escritor (Peter Coyote) que necesita recrear en la realidad la atrocidad que alimenta sus ficciones. Y en medio, Kika-Verónica Forqué, como testigo y criterio de certeza, como alma bella, en un mundo en el que todo el mundo se oculta, en el que todo es mentira.
A su modo, la película recupera y eleva hasta el paroxismo buena parte de las preocupaciones que habían perseguido al autor hasta el momento. El personaje de Carmen Maura decía en Pepi, Luci, Bom... aquello de que en el cine todo es falso, que el cine nada tiene que ver con la vida ("Si hasta el agua de lluvia es mentira porque la de verdad no fotografía", añadía). Y lo afirmaba como preámbulo de esa otra declaración definitiva que vendría justo después en La flor de mi secreto de que "habría que prohibir la realidad". En el ideario almodovariano, la ficción reconstruye la realidad, le da sentido. El sujeto (todos nosotros) no es más que el resultado de sus fantasías donde se mezclan y contradicen las leyendas paganas de la pantalla del cine con la propia santidad de las vírgenes y de los mitos. Las estrellas de cine son dioses de postal y por ello más verdaderas que la propia verdad. Pero, y aquí la tragedia, desvelar el origen ficticio de la realidad equivale por fuerza a señalar su falsedad radical. La fabulación es, a pesar de su mentira, inevitable. Eso nos dice buena parte del trabajo de Almodóvar de manera más o menos velada y ése es el argumento único de Kika de manera radical.
Lo más irritante de Kika es que, como la propia ficción, nos engaña. Creemos estar viendo una comedia ligera alrededor de un personaje puro, desinhibido y siempre sincero, y, acto seguido, el relato se coloca sin previo aviso ni solución de continuidad en la negrura dura e insoportable de un thriller desangrado. "Desenmascarar la narración" es como llamó Almodóvar al contrasentido que rige una película que trabaja contra sí misma, que se niega a cada paso que da, que desvela la mentira que la informa en un esfuerzo imposible de revelar al espectador la verdad que la habita. Como decíamos, se trata de dejar claro la íntima falsedad que asiste a éste, el único mundo posible. Son mentira todas las ficciones que nos hacen ser lo que somos, pero ineludibles.
Kika es una película sobre el alma fea. Y nunca antes el cine de Almodóvar ni quizá el cine en general se atrevió con una escena tan fea como la de la larga, ridícula y extremadamente brutal violación alrededor de la cual se arma y ordena (o desordena) todo el relato. La película manejó entre sus primeros nombres Una violación inoportuna. Fue descartado como título por evidentemente inoportuno. ¿Hay acaso violaciones oportunas? La que se ofrece en la pantalla es una violación imposible. El personaje llamado Paul Bazzo viola a Kika. La escena, atroz en sí misma, es narrada como si se tratara de un sainete. Y ése es el tono no por la voluntad de trivializar nada, sino por su carácter de representación y espectáculo para la tele más cutre. El crimen aparece transformado en banal puesta en escena. Pero con todo, lo verdaderamente horrible sucede a la vez que nos escandalizamos sin que apenas nos demos cuenta. En las imágenes robadas de esa violación para el programa de Caracortada (de por sí otra violación) se cruza un baúl que desciende del piso de arriba y donde va el cadáver de una mujer asesinada. Dos violaciones y un asesinato. Horror sobre horror para un horroroso vodevil televisado.
Almodóvar pretendía organizar Kika como un collage, un collage dramático y descaradamente abrupto; Almodóvar cita El merodeador (Joseph Losey, 1951) como referencia del mirón que especula sobre la muerte como simple representación; Almodóvar confiesa que pecó de ambicioso, que se equivocó con la definición los personajes masculinos... Y mientras reconoce sus errores, advierte de que no se arrepiente. Sin el hueco que abrió Kika en la evolución de su cine, no se habría logrado dos obras tan duras y perfectas como La flor de mi secreto y Carne trémula. Ni esas dos ni habría ocurrido probablemente la etapa magistral y plena que definiría Todo sobre mi madre y Hable con ella. El tiempo ha convertido a Kika en el instante en el que Almodóvar se estrelló contra el cielo, en una obra mayor de arte del alma fea. Lo único imperdonable es que, quizá por culpa de Kika, Verónica Forqué no volvió a trabajar con Pedro Almodóvar.
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Año: 1993. Dirección: Pedro Almodóvar. Intérpretes: Verónica Forqué, Peter Coyote, Victoria Abril, Rossy de Palma, Anabel Alonso. Duración: 114 minutos. Nacionalidad: España.