Una oportunidad para Biden para demostrar a sus votantes y aliados que es capaz de ser un líder mundial

Una semana, sólo una semana. Eso es lo que el presidente Joe Biden tiene que resistir para poder consolidar su candidatura y ser de nuevo la opción de los demócratas frente a Donald Trump en noviembre. Después del estrepitoso descalabro en el debate de la CNN, de un ataque agresivo de la prensa progresista, encabezada por The New York Times, de especulaciones sobre si está senil o tiene Parkinson, de las peticiones en público de media docena de congresistas demócratas, y de los ruegos en privado, o de forma anónima, de pesos pesados del partido, de su administración y de algunos de los principales donantes para que se retire, el entorno de Biden cree que, si llega al próximo lunes, será muy difícil que los suyos encuentren una alternativa.

No imposible, porque queda la opción de un terremoto en la convención de agosto, un golpe, una maniobra para que sea "abierta" y puedan postularse alternativas. Pero casi impensable si no es algo coordinado y pactado. Él tiene algo de margen, pero lo que no está tan claro es que el Partido Demócrata lo tenga, porque este año no sólo se decide la presidencia, sino todos los escaños de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y un buen número de gobernadores.

Las elecciones de 2022, las conocidas como midterm, le salieron mucho mejor de lo esperado a los demócratas, ante los rumores de una "ola roja", en referencia a los colores republicanos. Y ahora parecía que seguirían controlando la Cámara, pero el pesimismo y el derrotismo corren muy rápido y se contagia, y ahora mismo temen perder entre 10 y 20 puestos esenciales. Porque si Trump gana, y encima controla el Congreso, con un Tribunal Supremo abrumadoramente conservador, la apisonadora sería total.

Todo eso, sin embargo, está medio aparcado. En lo que es una anomalía, la campaña electoral presidencial parece haberse detenido temporalmente en Estados Unidos. Donald Trump está desaparecido, dejando que toda la atención se ponga en la guerra civil de sus rivales. Salvo algún mensaje en redes sociales y un vídeo desde un carrito de golf insultando a Biden ("montón de basura vieja") y Kamala Harris ("patética, jodidamente mal"), ni rastro. Y el presidente, más que captando indecisos, está intentando tapar fugas internas. Sus actos, sus entrevistas, no son para conseguir votos, sino para evitar una revolución interna, para convencer de que no tiene problemas neurológicos. Y cuando todo tu mensaje es para reafirmar que no estás mal, lo que está claro es que políticamente no estás bien.

Los últimos 10 días han sido una pesadilla para el presidente, que no controla la narrativa, y todos los ojos apuntaban a este lunes y martes. The New York Times, en medio de una guerra ya abierta, insinuó con los registros de visitantes de la Casa Blanca que el presidente podría tener Parkinson y habría una campaña para ocultarlo. El Gobierno tuvo que salir horas después, con una declaración jurada de los médicos, a desmentir que el presidente tuviera el menor problema o que incluso se le hubiera sometido a alguna prueba. Pero el daño, una vez más, estaba hecho.

La semana pasada el Congreso estuvo cerrado, y lo volverá a estar la que viene por la celebración de la Convención Nacional Republicana, en la que Trump será declarado oficialmente candidato y en la que se conocerá también la identidad de su vicepresidente. Por eso, este martes, los congresistas demócratas se han reunido en Washington a primera hora, y poco después lo han hecho los senadores para un almuerzo tradicional.

La sensación que dejaron no pudo ser más gris. Biden tiene el respaldo tibio de algunos, incluidos lo populares en la izquierda como Bernie Sanders, Elizabeth Warren o Alexandria Ocasio-Cortez ("el debate está cerrado, es nuestro candidato"), y de centristas. Pero la imagen fue de pesimismo absoluto. Ningún entusiasmo, ninguna alegría. Sólo resignación en el mejor de los casos. "Decir que se parece a un funeral es un insulto para los funerales", dijo uno de ellos al medio Semafor. Es lo que hay y no parece haber escapatoria pero, según Axios, algunos de los que se juegan el escaño, impotentes, lamentaban entre lágrimas que la posición del presidente les vaya a arrastrar.

Un partido dividido

El Partido Demócrata está dividido y nadie tiene claro cómo actuar. Los números sitúan a Biden por detrás de Trump y alejándose. Pinta mal en general y en los llamados battleground states, los cinco o seis en los que los estrategas creen que se decidirá todo con los indecisos, en particular. Un ejemplo es Wisconsin. Las encuestas dicen que la senadora demócrata Tammy Baldwin ha subido cinco puntos y lidera cómodamente a su rival republicano por 10, pero ese mismo estado, esos mismos votantes, dan seis puntos de ventaja a Trump, cuando antes del debate estaban empatados.

Esta semana va a ser la de los números. Sin un gran líder demócrata que salga a pedir al presidente que se sacrifique, sin una carta conjunta de todos los senadores, como se especuló, sólo queda que la presión de las encuestas haga el resto. Biden pierde, en todas, pero en la mayoría de los ejercicios, el resto de alternativas no es mejor. Según la de Emmerson, a escala nacional, el presidente pierde 46%-43% frente a Trump, con un 11% de indecisos. Pero los demás están igual (Kamala Harris, la vicepresidenta) o peor, incluyendo opciones desesperadas como Hillay Clinton, Al Gore, y los principales senadores y gobernadores progresistas.

La cumbre de la OTAN que se celebra en Washington es la gran oportunidad para que Biden mejore su reputación dañada. Su partido le pidió tras la debacle del debate de la CNN que multiplicara su presencia, que su cara se viera en todas partes a todas horas para sanar, pero ha hecho lo contrario, quizás por miedo a una nueva metedura de pata, que podría ser definitiva. Sólo una entrevista de verdad, en la ABC, y allí apuntó a la cita de la Alianza Atlántica. Dijo que no necesitaba hacerse test cognitivos porque "cada día paso uno gobernando el mundo". Allí, rodeado de líderes y de cámaras durante tres días, es donde tendrá su próximo examen. Que sea el último depende, en gran medida, de él mismo y nadie más.