¡Cómo me gusta el rural!

Javier Santamarta del Pozo

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De las primeras veces que leí el Quijote, una de las obras más traducidas y publicadas de la Historia, de la que pocos son capaces de reconocer que no han leído, aunque seguramente sepan de ella menos de lo que creen, una de las cosas que más me llamó (y en su momento juvenil obviamente no entendí), es cuando don Alonso Quijano, un poco hasta las gónadas de aventuras y porfías, y de que ni Dulcinea le haya hecho ni colipoterro caso y poca fama haya obtenido como caballero andante, teniendo encima que aguantar que un tal Cide Hamete Benengueli se ponga a replicar sus aventuras de manera falsa y torticera, cual 'influencer' cutre de las Corralas 2.0 de nuestro tiempo, decide hacerse pastor. Para que vean cuán leído es el Espía Mayor, es el capítulo LXVII intitulado 'De la resolución que tomó don Quijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo en tanto que se pasaba el año de su promesa, con otros sucesos en verdad gustosos y buenos'. Hay que ver qué bueno era el tal Cervantes (que ahora no sé por qué quieren hacerle bujarrón), titulando, oigan.

El caso es que, viniendo derrotado de Barcelona, que ya debía de estar entonces la cosa chunga por la Condal, llegarán a un prado donde quiso ver cómo sería su vida como «el pastor Quijotiz», con su noble compañero Sancho como «el pastor Pancino». E imaginose entre ovejas, encinas, rosales y cristalinos arroyuelos. Dándose a los poemas y a los amores de las pastoras, y hasta trayéndose a sus amigotes del pueblo: el bachiller, el cura, el maese… y todo era ensoñación de una vida plácida y llena sin más problemas que rimar bien una endecha. Vamos, lo que tras la pandemia de marras andan la mayoría de urbanitas deseando, para que si les pilla otra que venga, al menos disfrutar de un campo, del mítico rural, eso sí, más vacío que cabeza de político. Y sin servicios. Sin trenes de aquellos que recorrían toda España, incluso por las noches. Que ahora te dicen que qué bonito ponerte a hacer teletrabajo, pero no llega la Internet del demoño ni a una rayita del móvil y en 3G. Porque mucha oferta y mucha operadora, pero llegas, por ejemplo, a Castilla, a los pueblos de la Alcarria, en zonas donde no es que sean los Urales, y coger cobertura es deporte de riesgo, porque o te subes a la espadaña de la parroquia, o no pillas ni la AM.

Hemos abandonado el campo, los pueblos, las aldeas… (¡qué hermosa palabra y qué despectivo y soberbio ha quedado llamar 'aldeanos' a quienes nos ponen de comer en nuestras casas levantándose al alba siete días a la semana!). Un campo que ahora hemos descubierto, oh, Cielos, que si no se limpia, se quema. Que si los ríos se dejan que se conviertan en lo que la naturaleza quiera, la naturaleza le da por tomarse venganza de vaguadas y ramblas, arrasando lo que haya. Y que todo es muy bonito, en teoría, hasta que ves que nada más se ha invertido en lo que presuntamente da más votos o es más pintón. Vengan Alta Velocidades donde no deberían de estar, y olvidemos corredores mediterráneos y cántabros, o uniendo capitales ibéricas. Convirtamos en Cercanías lo que no se concibió para ello, y olvidemos los trenes que verdaderamente acercaban a todos los pueblos. Hablemos de operadores que te dan la coña con ofertas absurdas a la hora de la siesta o de la cena, con cienes de canales de TV que jamás veremos, pero luego hay que ir a casa de la Tomasa a pedir ficha para ver cuándo puede haber conferencia con Madrid, y que ponga el marcapasos. Falta el módem enganchado al fijo lanzando chirridos para retrotraernos a los ochenta del siglo pasado.

Porque estaría muy bien rellenar la España vaciada y ahora vacía de urbanitas teletrabajantes, y repoblar pueblos y aldeas de manera accesible con viviendas donde disfrutar de espacios reales, y no de zulos a medio millón de napos por infravivienda. Pero si ni siquiera conseguimos que comunicaciones o transportes lleguen a ellos, ni pensar en sanidad y educación. Con lo que olvidemos nuestros sueños pastoriles, como una nueva Arcadia feliz posible. Don Quijote, con ser él, lo hizo. ¡Imaginemos nosotros, que somos unos Panza de cuidado!

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