Vergüenza por Venezuela
El pasado 29 de julio de 2024, ante nuestros ojos, la pasividad y la desidia del mundo entero, el régimen chavista se consolidó hasta que le dé la gana. Es solo cuestión de seguir explotando el petróleo que le quede y aprovechar su posición geoestratégica para que Rusia, Irán o Cuba continúen retroalimentándose. Y no nos importa. Y a esa pobrísima gente... que les den.
Miro hacia Venezuela tras la pantomima del pasado domingo y lo hago con vergüenza por nuestro inexistente papel contra la dictadura de Maduro y Cabello. Como si no tuviéramos una historia compartida. Y con profunda vergüenza, hasta la humillación, por el papel de José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Podrá dormir tranquilo este hombre?
El domingo se celebró otro autogolpe chavista bajo la excusa de unas elecciones locales, con el mundo entero como si nada, ciegos, colaboradores necesarios de una tragedia infinita en uno de los países más hermosos del mundo. En una Venezuela hija de canarios, vascos, gallegos, asturianos...
No existe una sola familia canaria que no tenga un miembro o antepasado que no haya pisado Maracaibo, Mérida, Caracas, San Antonio, Valencia, Barquisimeto...
En estas que, desde la muerte de Hugo Chávez, alrededor de 9 millones de venezolanos han escapado de su patria. Muchos más de los que hayan huido de los años del desastre en Siria o de la guerra de Putin en Ucrania. Y tampoco reparamos en este dato atroz: cerca del 30 por ciento de la población de Venezuela ha huido de la dictadura, de la miseria, del terror del Helicoide y de la hambruna.
Jamás olvidaré aquel día en el puente Simón Bolívar, entre Cúcuta (Colombia) y San Cristóbal (Venezuela). Aquella mañana, la bestia Diosdado Cabello desafiaba la frontera en el puente de Tienditas. En pleno éxodo, entre el ruido de los ruedines de las maletas, se me acercó un chica que dijo ser psicóloga en San Antonio: «Por dos dólares yo le correspondo. Siempre me atrajeron los españoles... por su entonación, su elegancia». Le pregunté qué quería decir con ese verbo 'corresponder' y me lo aclaró: «Por solo –y me hizo un gesto de sexo oral– dos dólares».
La dignidad de esa mujer y la de cientos de venezolanas que cruzaban el puente para vender su pelo o venderse enteritas por el equivalente a ¡Dos euros! Le pregunté qué hacía con su recaudación y la psicóloga me respondió con aparente normalidad: «Mi amor... compro un puñado de pañales, jabón y me regreso lado de la frontera».
P.D.: Recuerdo a esa muchacha y pienso en el enésimo autogolpe del régimen chavista y en nuestro silencio. Y me repugna el papelón cómplice y cínico de un ZP al que le da lo mismo jugar a los 'lobbies' en China, que trapichear con el lunático Puigdemont o compadrear con Maduro. ¡Qué vergüenza! ¡Pobre Venezuela!